Dice que se debe a su público, que desde que abrió su cuenta de Instagram-que hoy alcanza los 60 mil seguidores y a la que le dedica más de seis horas por día- tiene un compromiso a diario con la gente que lee sus posteos. Gracias a su estilo tan particular como provocador, desde las redes sociales se ganó tanto adeptos como detractores en la cruzada que se propuso para darle batalla a la obesidad. Rutinas de entrenamiento, recetas, consejos para moverse, tips sobre alimentación y todo lo que rodea al universo de la vida saludable conforman el contenido que Lucas Martino (32) comparte con su audiencia.
Y habla con conocimiento de causa. Con un pasado de adicción a la comida y al cigarrillo, conoce desde adentro lo que significa salir del círculo vicioso de la enfermedad y animarse al cambio. Criado en Villa Lynch, en el partido de General San Martín, en la provincia de Buenos Aires, en una familia de padres "laburantes" que se encontraban fuera de casa la mayor parte de la jornada, fue su abuela quien se ocupó de atender sus necesidades en el día a día. Pero cuando su figura de referencia falleció, el pequeño mundo de Lucas también se derrumbó.
Tenía tan solo cinco años y recuerda que empezó a llenar ese vacío emocional con la comida. "Unos meses antes de morir, mi abuela ya no me reconocía. Tenía una enfermedad degenerativa del cerebro. Empecé a canalizar mi angustia a través de la comida. Me acuerdo que le cambiaba juguetes por comida a mi hermano menor. O, por ejemplo, si comprábamos helado, tenía la necesidad de acabarme el pote entero. Era una compulsión", reconoce.
A los 11 llegó a pesar 90 kilos. "Tengo una foto del colegio con la maestra: ¡tenía el doble del tamaño que ella!". Fue entonces que su madre decidió consultar con un especialista. "Su hijo es obeso, señora", le dijo una nutricionista sentada detrás de un escritorio y con cara de pocos amigos. Aunque en su casa sus padres tomaron cartas en el asunto y comenzaron a realizar cambios en el tipo de alimentación que llevaba, en el colegio a Lucas le hacían bullying y los adultos lo hacían a un lado. "Un día el profesor de lengua se enojó conmigo porque no entendía algo y me dijo gordo de mierda. Eso no era todo, el maestro de gimnasia no me incluía en los juegos o propuestas de ejercicios porque claro, nadie quería en su equipo al gordo que no se podía mover como los demás".
Esos comentarios calaron hondo en Lucas y sintió la necesidad de hacer algo para dejar de ser el que todos señalaban. Pero aún no estaba preparado para lograrlo. Reemplazó la comida por el tabaco y con tan solo 13 años llegó a fumar 40 cigarrillos diarios. "Era una moda en ese momento. El tabaco saciaba el apetito y sólo necesitaba tomar agua. Empecé, como tantos a esa edad, para pertenecer a un grupo".
Finalmente pudo pedir ayuda y fue el deporte donde encontró su cable a tierra. Debutó en un centro de boxeo, donde vivió en carne propia una trompada y noqueo profesional y la adrenalina corrió por sus venas. "Me encantó. En mi ignorancia buscaba entrenar por mi cuenta, ponía la película Rocky Balboa y hacía flexiones. Un día mi papá me vio y me llevó a practicar con el ex boxeador Abel Laudonio. Con él entrenaba en el gimnasio y además hacía boxeo y natación. El cigarrillo se empezó a ir. Mi autoestima empezó a cambiar y al tiempo me convocaron como ayudante. Tenía 16 y me había convertido en una figura de respeto para muchos chicos. Iba al colegio, entrenaba y trabajaba".
Fue entonces que supo que su vocación y carrera iban a estar ligadas a la actividad física y la docencia. Hizo el profesorado de educación física, se recibió a los 22 y comenzó a dar clases. Sin embargo, a los 25, apareció otro obstáculo: un tumor en el pecho -que resultó benigno- del que tuvo que ser intervenido. "Ese año fue desastroso en todo sentido. Me separé de mi pareja de ese momento, tuve una pelea fuerte con mis padres, estaba con poco trabajo y mi mamá había salido de un cáncer de mama. Estaba mal, engordé y llegué a pesar 105 kilos. La angustia reveló que no había atacado el problema desde el fondo, y entonces reaparecía la comida. En realidad me había puesto un parche y lo que yo necesitaba era resolver mi adicción".
De esa época oscura recuerda que desayunaba café con leche con bizcochitos y facturas, al mediodía comía algo en la calle y cenaba 4 hamburguesas de McDonald's además de un postre. "Seguía entrenando, pero de nada servía. Fue fácil engordar. Mi mecanismo psicológico no estaba bien formado todavía y tuve esa recaída".
Pero nada lo frenó. Al día siguiente de la operación, volvió al entrenamiento. Se propuso hacer un cambio drástico en su vida y empezó a alimentarse saludablemente y caminar por su casa. Le llevó 150 días tener el cuerpo que nunca había tenido. A los cinco meses, la balanza marcaba 78 kilos y su vida dio un vuelco. "Yo era diferente, había cambiado, era positivo". Siguió entrenando y al poco tiempo corrió 21k y se animó a la maratón de Nueva York.
Por esos meses donde todo parecía haber vuelto a la calma, una meta -más vocacional y menos personalista- lo desvelaba: Lucas se propuso cambiar el cuerpo de al menos 100 personas, no solo desde su profesión, sino también a partir de su experiencia. Para eso subió de peso y convocó a quienes estuvieran interesados, cualquiera fuera su peso inicial. "La idea era mostrar que todas las personas pueden regresar a su peso con una dieta saludable y ejercicio continuo si se tiene una recaída por situaciones de la vida cotidiana, personal o familiar que generen estrés, tristeza o malestar. Este experimento fue una buena oportunidad para mostrar que los malos hábitos pueden hacer daño pero que, con compromiso, uno puede estar mejor", afirma convencido.
Logró su cometido. "El estrés te afecta no solo en la parte hormonal sino también el día a día. No querés cuidarte y buscás un refugio en la comida. Comer chocolate, por ejemplo libera endorfina y te da una sensación de placer. La comida vendría a llenar un vacío uno tiene en otros aspectos de la vida y se empieza a reemplazar actividades por comer". Hoy Lucas tiene una vida activa: a través de su cuenta inspira a miles de seguidores día a día con diferentes platos -son famosos el helado que no es helado y está hecho a base de frutas o la fitza, es decir, una pizza hecha con pollo- y rutinas de entrenamiento para que cualquiera pueda hacer esté donde esté. La consigna es moverse todos los días, al menos una hora. Además trabaja como guardavidas, tiene un grupo de running en Palermo y da clases en un jardín de infantes y a chicos discapacitados.
Lucas asegura que todo lo que es se lo debe a las personas que en su infancia y adolescencia lo menosprecieron y le dijeron no podés: "a ellos les digo gracias, porque si hoy soy lo que soy, es por todo lo que en su momento fui. Con confianza en uno mismo, trabajo duro y honesto y actitud positiva, para la salud y la vida, todo se logra. Se trata de empezar a pensar que los deseos de uno no son sueños irrealizables sino planes que se pueden cumplir".
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