El edificio más alto del mundo convive con templos taoístas donde lso fieles consultan a los dioses y éstos responden. Diálogo exclusivo con el Buda.
Por Julián Varsavsky.
En Taiwan perdi contra mi traductora una competencia de pelar langostinos con palitos chinos, un centollón de pesadilla me atenazó el pantalón en un mercado callejero, vi sandías cuadradas y pomelos con forma de pera y comí helado de frijoles, estómago de pescado y atún de postre en un restaurante donde las sillas eran inodoros. También hojeé un diario para chicos –The Mandarin Children News–, visité un arroyo que sube una montaña en lugar de bajarla y subí al edificio más alto del mundo –el Taipei 101–, una mole futurista que se ve desde cualquier punto de la ciudad, con su aura iluminada de pagoda posmoderna. Pero lo más impactante de todo fue ver personas haciéndoles preguntas a dioses y a éstos responderles "sí" o "no".
El diálogo con los dioses lo vi un domingo a la tarde, en la ciudad de Kaoshiung, donde me topé con un templo taoísta muy pequeño, como una casita de un solo ambiente. Su austero frente tenía dos columnas rojas pintadas con ideogramas negros y una línea de lámparas esféricas de papel rojo colgando del techo.
Al rato llegó una pareja mayor en motocicleta. Apagaron la moto, se sacaron los barbijos, clavaron un casco en el espejito retrovisor y tiraron el otro junto con los guantes en la cesta trasera. La mujer estaba completamente rapada y traía varias bolsas de supermercado llenas de frutas para ofrendar. Mientras ella colocaba un ramillete de bananas sobre una mesa, el marido le sacó una foto. Luego puso música litúrgica en un grabadorcito de 10 centímetros y comenzaron los preparativos para la celebración.
Cuando llegó Lulú, mi traductora, entablamos conversación. Los esposos eran los "maestros" a cargo de ese templo y me explicaron que estaba dedicado al dios del dinero y la salud. "Si usted quiere ganar mucho dinero –me dijeron–, es a este dios al que le tiene que pedir." De inmediato, la señora sacó de un bolsito unos fajos de papeles amarillos como billetes grandes. El fin era quemarlos en un hornito con techo de pagoda junto al templo, para que a cambio vinieran otros billetes, pero de verdad. Más tarde llegarían los fieles –aquellos que andan mal de dinero y salud– cuya suerte había que cambiar. Según datos oficiales, en Taiwán hay 4.037 templos budistas y 8.604 taoístas, además de cantidad de dioses compartidos por ambas religiones. Entre esos dioses está el Buda Pekong –dios del dinero y la salud en el panteón taoísta–, que es apenas uno más entre muchos otros.
Cuando nos íbamos, Lulú me pidió que la esperara porque tenía algo que hacer. Iba a rezar. Y lo hizo por un rato, con las manos en posición de rezo, hasta que agarró dos maderitas con forma de media luna y las tiró al piso deliberadamente. Lulú le había hecho una consulta al Buda y éste le contestaba. El sistema funciona más o menos así: uno pide o pregunta algo a determinado dios y éste responde a través de las dos maderitas llamadas pua pue, que tienen un lado plano y otro convexo. Si al lanzarlas ambas caen con la parte plana hacia abajo, la respuesta es "no". Si caen una para arriba y otra para abajo, es "sí". Y si caen las dos partes planas para arriba, la respuesta equivale a una carcajada del dios y se puede tirar una vez más. Esto último le ocurrió a la pobre Lulú, quien con cara de angustia ante el sarcasmo del dios rezó un largo rato más y volvió a tirar. Pero recibió la misma respuesta evasiva y ya no le quedaba otra oportunidad. Aunque aprovechó la presencia de la "maestra" del templo para pedirle una excepción. Las reglas en verdad varían según cada templo y en este caso la mujer tomó las maderitas, rezó ella misma emitiendo sonidos guturales como de ultratumba para aflojar al Buda Pekong, y con total confianza lanzó y ganó. Frente a la respuesta afirmativa, la mujer rio con ganas, al borde de la carcajada, como ostentando el poder de su magia ante un occidental incrédulo. Y Lulú se fue contenta, habiendo escuchado "de boca de Dios", lo que ella quería escuchar. Que "sí".
EL EDIFICIO MÁS ALTO DEL MUNDO
El omnipresente Taipei 101 se ve desde cada rincón de la ciudad con su aura iluminada de pagoda posmoderna. Sobresale en una capital que, a diferencia de Nueva York, no se caracteriza por sus rascacielos. Tiene uno, el más alto del mundo, que el año próximo será destronado por otro en Dubai. Ingresar en la base del Taipei 101 es como entrar en una burbuja futurista con espacios amplísimos y un gran shopping. En el nivel 5 están los dos ascensores —los más veloces del mundo—, que depositan al visitante en el piso 89 en 37 segundos. Son dos piezas aerodinámicas que suben a 45 kilómetros por hora, presurizadas como un avión. Cuando se cierran las puertas bajan las luces, suena música celestial de Vivaldi y en el techo se encienden estrellas como en un planetario. Vamos hacia ellas. Las puertas se abren directamente en un mirador con ventanales panorámicos donde se ve Taipei a los cuatro costados. Abajo hay un edificio esférico, una vuelta al mundo que gira en cámara lenta, edificios enanos, autopistas que conducen pero no comunican, calles como venas ramificadas, cúpulas luminosas y ni una sola imagen humana, imposibles de enfocar siquiera como un puntito.
LA NACION