TEATRO COLON Soluciones para el 2015
Los problemas no son sólo de coyuntura, y seguirán sin duda. Sólo pueden resolverse en el largo plazo, poniendo el acento en la educación de los niños. Si no, el Colón sera un lujoso museo
Como lo habíamos anticipado, los escollos financieros acosan nuevamente al Teatro Colón. Los más perentorios serán resueltos ahora; pero, más que su director, el jefe de Gobierno que se elija en mayo encontrará problemas de fondo, que pueden ocasionar paros, asambleas, huelgas y funciones suspendidas. Se cruzarán acusaciones como si los males fueran recientes, cuando datan de varias décadas y se han acentuado en las últimas, pero en realidad son congénitos. Se venían incubando desde 1932, cuando el manejo del organismo pasó de las manos de un concesionario privado a las de la entonces llamada Municipalidad, que desde entonces cargó con el déficit de explotación, pues los teatros líricos lo ocasionan en todo el mundo. La ópera es un rubro muy costoso. Recordemos: a comienzos de este siglo, para ver ópera se contaba con el Politeama, la Opera, el Nacional (de la calle Florida), el Coliseo, el Rivadavia (hoy Liceo), el de la Comedia, el Apolo, el de la Zarzuela, el Odeón, el Marconi y algún otro. El tiempo se los llevó y el único que pudo subsistir (porque el déficit lo costeaba la municipalidad porteña) fue el Colón.
Dejó de tener rivales, pero lo acosa el déficit, atenuado con inyecciones de millones provistos por las finanzas municipales o algunos auspiciantes privados, cada vez más raros. Se habla mucho, pero se recauda menos de lo necesario. Los diagnósticos son divergentes: crisis del sistema de gestión, exceso de agentes, costos exagerados de producción.
Todo esto puede ser real, pero no ataca la cuestión de fondo, que no puede resolver sólo el Gobierno de la Ciudad. No se quiere ver que el gran teatro está casi desconectado de la cultura y de la educación musical del país. Debería ser su estrato superior, coronar la educación musical primaria, secundaria y terciaria (conservatorios, escuelas superiores). Pero está aislado de ella, no forma parte del proyecto nacional. Para casi todos es sólo una sala bella y lujosa, casi imperial, en una república que no es tan rica como otras, pero lo parece en las veladas de lujo.
El Colón fue creado para Buenos Aires, no para la Nación. Por lo demás, la educación musical es una de las parientes pobres del sistema en casi todo el país. No se integra en la Paideia, como en la antigua Grecia, ni es un elemento básico de la formación infantil y juvenil. La música no se aprende como la lengua española, fundamento del habla cotidiana. Es un oficio o un arte para algunos pocos. Nuestra música popular no se integra con la música intemporal de la cultura occidental. Por eso, ir al Colón no es viajar dentro de la Argentina, sino ir a Roma, París o Berlín. Aun para ver y oír ópera argentina o ballet con tema y música nacionales se recibe el espectáculo como valioso injerto, no como brote del suelo nativo. Tal vez ocurre lo mismo en México, Caracas o Río de Janeiro, pero allí no se pretende comparar el gran teatro propio con las salas de Milán, París, Londres o Viena.
No olvidemos que la ópera -razón de ser del Colón- nació en Italia hace 407 años, y la gente de América no la hizo suya. Ni siquiera los Estados Unidos, con sus musicals o su genial Porgy y Bess cuentan con ópera nacional de gran jerarquía. Sólo diez naciones europeas -todas de cultura muy sazonada- cuentan con ella. Ni siquiera las escandinavas o balcánicas, pese al talento superior de Grieg o Sibelius o del rumano Enesco con su interesante Edipo (1936), que aquí no conocemos.
Los Estados Unidos tienen centenares de elencos de ópera locales, que integran los planes de estudios secundarios, universitarios o especiales. Los integran millares de cantantes, instrumentistas, directores y técnicos, y se presentan ante millones de espectadores de ópera en todo el país. Si el Colón fuese la etapa superior de la educación musical argentina, su funcionamiento no tendría más escollos que su lugar geográfico. Pero está aislado de ella, le falta el público potencial de estudiantes y oyentes cultivados, que debería sumar por lo menos 150.000 en los nueve millones del Gran Buenos Aires.
Lo sensato, para salvarlo, es acercarle cien mil espectadores, por lo menos 50.000, más del doble de los que cuenta ahora. Pero éste es un empeño que excede el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, y se debe encarar como una empresa nacional de largo plazo, con un objetivo: colocar el cimiento y los pisos bajos de la cultura (o educación) musical.
El cimiento son los niños, los niños, los niños, sus madres, maestras jardineras, docentes. Luego, los organizadores, radios, televisión, para formar ya mismo a los más próximos 30.000 oyentes. No han de ser músicos profesionales, sino en pequeña parte. Pero sí hay que formarlos como oyentes que necesiten y gocen la música, que la lleven dentro de su psiquis antes de que la enfríe y endurezca la cibernética. Esta no es enemiga del arte (Einstein tocaba el violín). Pero hay que cumplir las etapas desde las primeras frases del bebe hasta llegar a la escritura: primero el oído, mucho después el ojo y, por fin, la mano y el gesto.
Quizá no es una empresa para el año próximo, sino para el año 2010 o 2015. Si no se inicia pronto, el Colón será un lujoso museo muy alejado de su meta.