Más allá del distrito financiero con el que generalmente se asocia su nombre, el Downtown es sede de muchos barrios emblemáticos donde se respira arte, estilo, juventud en las propuestas de moda y diseño y, sobre todo, muchas ganas de pasarla bien
Yendo hacia el sur, la ciudad se abre en un abanico de posibilidades. Las alturas van bajando (antes de volver a subir abruptamente en Wall Street o en ciertas tiendas y edificios de Broadway), y empezamos a encontrarnos, en los barrios más lindos, con cuadras ininterrumpidas de brownstones (esas casas en hilera de pocos pisos, con fachada de piedra y dos escaleras: una para subir a la puerta y otra para bajar al piso que ocupa el sótano), árboles, gente "de civil" llevando a los chicos a la plaza, caminando con sus parejas o paseando a cientos de los millones de perritos que viven en esta isla. Y sobre todo, jóvenes, muchos jóvenes.
Estemos en el mítico y rockero Village, en el diminuto Nolita, en el ya tradicional Soho o en el emergente Meatpacking District, cada uno con sus historias y sus diferencias, veremos en estos lugares un fuerte sentido de la individualidad. Fuera de las avenidas más grandes, no parece haber demasiados productos "en cadena": restaurantes, bares, locales de decoración o tiendas de moda son, en su mayoría, únicos en su especie, con cara, nombre, apellido y un estilo auténtico y personal.
Es la zona para caminar de la mañana a la noche, inspirarse, comer y divertirse. Aquí les mostramos algunos de los mejores lugares para hacerlo.
Inaugurado en agosto de 2011, el primer hotel boutique de Nolita refleja la a la perfección la idiosincrasia del barrio: residencial, joven, chic y bohemio, es una pequeña joya que pasan por alto muchos turistas.
El joven y talentoso arquitecto Matthew Grzywinski nos explica cómo pensó The Nolitan, el hotel que toma su nombre de la pequeñísima zona
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ly en la que se ubica. "La idea, al hacer el hotel, fue que te sintieras incluido, antes que un turista; hacer algo amigable, tanto desde el espacio como desde el servicio; que te sintiera como en casa pero no en tu casa, que no te resultara tan familiar como para sentir que no viajaste, ni tan sofisticado como para que no pudieras relajarte. Que todo transmitiera una sensación relajada sin negar el hecho de que de que, efectivamente, estás en una zona con mucho estilo". Y es absolutamente cierto: desde sus espacios hasta su servicio, The Nolitan encarna lo increíblemente cálido que puede llegar a ser lo cool.
CHELSEA MARKET. La antigua fábrica de Nabisco donde se cocinó la primera Oreo se convirtió, entre otras cosas, en un infartante paseo gourmet .
Como es experta en detectar lo que puede convertir un paseo en algo para recordar, Mariana Rapoport, codirectora de
nos recomendó que pasáramos por este tentador mercado y cargar la canastita antes de subir al High Line ("una intervención urbana maravillosa y, lo mejor, gratuita"). Ahora, lo difícil es elegir. ¿Sándwiches gigantes con fiambres de campo, atún (¡o langosta!), comida tailandesa, originalísimas ensaladas, chocolates artesanales, helados a la italiana? Nosotros elegimos unos crepes de Suzette con pera, queso gorgonzola y nueces, que pudimos llevar envueltos en prácticos conitos de cartón.
LE BAIN. En los dos últimos pisos del hotel Standard, una disco como pocas. Al tope, la terraza, con una puesta en escena a la altura de las vistas.
Aunque no sepa la dirección exacta, si llegó al MeatpackingDistrict, verá el alto Standard con sólo levantar la vista al Oeste. Pase la puerta giratoria con protección de acrílico amarillo como cualquier hijo de vecino y enfile confiado hacia los ascensores, más allá del lobby. Marque el piso 18 (estará más acompañado de lo que esperaba) y suba, distrayéndose con las hipnóticas filmaciones dentro de la caja, oscura como un cine. Al llegar, notará una puerta protegida por bien trajeados patovicas: la entrada es libre, pero queda a discreción de ellos. Si es temprano, no hay eventos especiales y se puso unos lindos zapatitos, lo espera una tarde (o una noche) inolvidable.
Apoyado en las columnas originales, el techo del Biergarten señala que estamos debajo de las vías (hoy parque) del High Line.
En el nivel de la calle, junto a su restaurante, el Standard Grill, el hotel ofrece otro espacio, y este es el más democrático (por precio, capacidad y facilidad de acceso: basta tener paciencia para hacer cola si el día es lindo). El ruidoso y festivo Biergarten, que poco tiene de cervecería típica o de Oktoberfest, por supuesto ofrece lo quesu nombre promete: salchichas alemanas, ensalada de papa, pretzelsy una gran selección de cervezas, que se sirven generosamente. En la foto, un pequeño sector cerrado, donde se puede estar por US$50 la hora para tomar, a voluntady tirada por uno mismo, distintos tipos de cerveza que lleganpor caños que la mantienen helada.
MALAPARTE. A poquitas cuadras del epicentro de la movida del Meatpacking, un remanso de alegre calidez y excelente cocina italiana.
Comer y pasarla muy bien. Es lo que ofrece Malaparte, algo bienvenido después de recorrer tantas calles electrizadas de gente
fashion.
Su carta breve convida platos abundantes y hechos a la perfección (no se pierdan los calamares fritos, las pizzas, la polenta con hongos ¡y menos que menos el tiramisú!). El ambiente, por su parte, envuelve con mil detalles: la iluminación, el histrionismo de los baristas italianos que no paran de sacar tragos o
ristretti,
los menúes armados sobre tablas que tienen al dorso ilustraciones de Egon Schiele, y un fonodo de jazz muy cool, elegido sin duda por uno de sus socios, Sebastián Widman,
restauranteur
y pianista apasionaldo.