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 • HISTORICO

“¿Tenés hijos?”




Hace un tiempo, una amiga me escribió por WhatsApp sorpresivamente: “¿Qué pregunta te molesta que te hagan?”. Al principio, me desconcertó un poco el chat, pero no lo dudé: “¿Tenés hijos?”, le respondí. Me di cuenta de que, si bien es una pregunta que me sensibiliza, yo también la suelo hacer, y las reacciones varían: o se te ilumina la cara (y contás de tu familia, mostrás fotos, te sentís orgullosa y, sí, a veces –según el momento– un poco abatida por la responsabilidad) o se vuelve palpable el vacío. Cuando deseás formar tu propia familia, el interrogante te recuerda que aún no está, y eso tiene que entrar en palabras: “Todavía no”, “espero que venga pronto”, “no, no tengo”, “me gustaría, pero...”. Por más seguras que nos sintamos, no hay certezas. Después del trabajo, no tenés que ir corriendo a darle la teta a tu bebé o buscar a tus chicos al colegio; sino que tu tarde cobra otras formas que muchas veces le ganan al deseo y te sentís plena mientras la familia se gesta en otras dimensiones.
La última vez que yo le pregunté a alguien si tenía hijos, fue a mi masajista de unos cuarenta y tantos, apasionada en lo suyo, luminosa y serena. Me contestó “no” con un dejo de anhelo y aceptación. Pero a mí se me empastaron las ideas y, en esa fracción de segundo, mi cabeza empezó a maquinar miles de respuestas y no se me ocurrió nada mejor que decirle: “Bueno, así podés manejar tus tiempos”. En fin. Me dijo un “sí”, por no decirme: “¡Qué boludez acabás de decir!”, y a mí me recordó cuando, en una jornada de capacitación, la oradora preguntó al grupito de mujeres que éramos si todas teníamos hijos y, cuando tres no levantamos la mano, su respuesta fue: “Bueno, pero seguro tienen mascotas”. Su salida bizarra quedó como un chiste interno, que todavía nos hace reír, pero hoy la entiendo. Cuando constatás que una mujer de treintipico no tiene todavía su familia, por más progre que seas, te sentís frente a un abismo.
Nos sentimos torpemente en la obligación de “consolar” ese “no”, sin conocer la historia (las búsquedas, las decisiones, las pérdidas, los miedos, los tratamientos), sin saber incluso si esa mujer quiere ser madre. Es difícil escapar del mandato social, es cierto, pero también para muchas se trata de la expansión más genuina y amorosa, y nos deseamos entre todas vivir esa experiencia. Mientras no sucede, así como el lienzo blanco desafía al artista, ese vacío sirve y es para pensarnos, para crearnos, para ablandarnos, para escucharnos, para sentirnos, para darnos cuenta de que no controlamos nada de esta existencia. Mi amiga Luli me decía: “¡Sabés lo que daría yo por estar yéndome a un retiro en India!”, y le respondí: “¡Sabés lo que daría por tener tu familia!”. Entonces, desperté a la idea de que cada una tiene hoy lo que necesita para crecer, quizá sea sentirte libre y conectada, ¡incluso mientras criás tres hijos!, o entregarte al misterio del devenir cuando no se cumple tu check list de deseos. Lo que nos pasa está ahí por algo, como tu vida en este universo, todas tenemos una razón de ser y –como habrás visto, seas mamá o no– la vida suele llevarnos por caminos inesperados, y esa es un poco la gracia: no sería una buena idea perder el tiempo resistiendo lo que acontece.
Este mes, celebro tantas maneras de maternar posibles, aplaudo los malabares que hacen las mamás para terminar cada día, honro a nuestras madres que junto con nuestros papás nos trajeron hasta acá. Y, ya que estamos, pido por los sueños de cada una y que lo que sea lo que nos toque vivir hoy, que sea con disfrute y alegría

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