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 • HISTORICO

"Tengo dos pares de mellizos"

Silvia Bruchanski siempre soñó con tener una familia muy grande pero nunca imaginó que lo lograría así: con dos embarazos seguidos de mellizos. Conocé su historia y opiná.




"Siempre estuve rodeada de chicos, pero esto es diferente"

Desde los 18 años, trabajé como profesora de música en colegios primarios y jardines de infantes. Por eso, estar en contacto permanente con chicos siempre me resultó algo natural. Unos años más tarde, empecé a estudiar Ciencias Económicas junto con Sebastián –quien en 1996 se transformó en mi marido–, y habíamos decidido no tener hijos hasta que los dos hubiéramos terminado nuestras carreras. Recién en 2001, casi para la misma época en que él estaba rindiendo su última materia, nos enteramos de que estaba embarazada.
"No entré en shock al enterarme la primera vez"
Alguna vez fantaseé con la posibilidad de que fueran mellizos, porque en mi familia ya teníamos antecedentes –y ese factor genético suele incidir en las probabilidades–. De la familia de Sebastián, no sabíamos, pero evidentemente también había una carga genética, porque, más tarde, su hermana también tuvo mellizos ¡Todo por partida doble! Apenas nos dieron la noticia, felicidad total. Tanto yo como mi marido estábamos súper contentos. No entré en shock pero sentí que era mucho para mí. Siempre habíamos soñado con tener una familia y nunca me detuve a preguntarme: "Uy, ¿cómo voy a hacer con dos?", sino que la actitud siempre fue ir para adelante, bien positiva. Ni siquiera sabía lo que era tener uno, así que para mí, en ese momento, era la felicidad de un hijo pero multiplicada por dos. Claro, ¡no reparé en que los bebés no duermen de noche!
Durante el embarazo, sí fue común escuchar las reacciones y comentarios de la gente que se enteraba de que estaba esperando mellizos y me decía: "Guau, qué trabajo que se te viene...", o "¿Y cómo pensás hacer?". Pero nunca me hice la cabeza con eso. Prefería conectarme con la alegría de disfrutar mi embarazo. Uno de los momentos que me quedaron grabados para siempre fue la primera vez que el médico los auscultó y escuché los dos latidos del corazón. Eran bien distintos, con ritmos diferentes. Fue un flash.
Lo único que me preocupaba un poco era la instancia del parto; tenía mucho miedo de que el segundo bebé no lograra salir.

"Dar la teta en simultáneo es muy difícil"

Finalmente, fue cesárea. Eran dos nenas –Julieta y Melisa–; una, idéntica a Sebastián, y la otra, muy parecida a mí. Ellas se quedaron unos quince días en neonatología, y yo estaba súper ansiosa por traerlas a casa. Iba y venía todos los días a la clínica. Llegaron a casa un 3 de julio, no me olvido más de ese día: eran tan chiquititas que dormían en la misma cuna, y encima, súper abrigadas porque era invierno.
Tomaban la teta por turnos –nunca pude concretar lo de las dos tetas en simultáneo, es muy difícil–. A veces, mi marido, u otra persona, podía darle la mamadera a una mientras yo amamantaba a la otra, pero si no, era imposible alimentarlas al mismo tiempo.
Y tampoco pude darles exclusivamente la teta, porque eso hubiera significado estar casi la mitad del día amamantando, había que repartirse entre teta y mamadera para responder a tanta demanda.
"¿¡De nuevo mellizos!? Sentí que era mucho para mí"
La segunda vez fue distinta. Cuando me dijeron que estaba embarazada ¿¡de nuevo de mellizos!?, yo estaba sola. Fue raro, no me lo esperaba. La primera vez, quizá no me haya sorprendido tanto; ahora, la segunda... no entendía nada.
Siempre habíamos soñado con tener una familia grande, pero igual fue muy shockeante, se me caían las lágrimas... Ahí sí que, por primera vez, me pregunté: "¿Y ahora cómo voy a hacer?...". No sé explicar exactamente qué era lo que me preocupaba, pero de repente sentí que era mucho, todo de golpe... Ya estaba canchera en un montón de cosas y, a pesar de tener sólo 3 años, las nenas ya tenían sus actividades, pero igual sentí que era mucho para mí.
Enseguida lo llamé a mi marido. "Bueno, nos vamos a ir a vivir al campo...", me decía él para tranquilizarme.
Finalmente, no hizo falta dejar la ciudad ni necesitamos tanta ayuda externa. En general, preferimos manejarnos entre mi marido y yo. El hacía lo posible para llegar temprano del trabajo y ayudarme. Siempre fue muy colaborador y está muy presente en la crianza de los nenes. Tal es así que no recurrimos a empleadas domésticas ni a niñeras. Incluso buscábamos prescindir de la presencia permanente de abuelas o familiares. No porque nos molestaran, sino porque queríamos hacerlo nosotros, sin ayuda de nadie.
Aparte, con él, nos miramos y nos entendemos, o sea que no hacía falta una red especial de contención todo el tiempo. Por ejemplo, a la noche nos levantábamos los dos: yo con la teta y él con la mamadera. Era un trabajo en equipo, digamos. No voy a negar que había momentos en los cuales sentía que ya no me quedaban fuerzas ni para levantarme; esos días, hasta podía agarrar la mamadera de la heladera y se las daba igual, bien "anti-lo-que-te-indica-el-pediatra".
Una a veces intenta sistematizar e implementar algunos métodos –"le doy la teta de día, y a la noche la mamadera"–, pero a veces la realidad te supera y no podés. Por eso, nunca respeté nada: ni horarios de las mamaderas ni nada... Siempre me guié por lo que ellos me pedían. No es que no lo haya querido hacer, simplemente no me salió.

"Nos acostumbramos a comprar todo al por mayor"

El gasto más grande que tenemos en casa es la prepaga. Los chicos van a una escuela pública y están acostumbrados a que no podemos darles todos los gustos. O sea, no podemos salir a comer y comprar una Cajita Feliz para cada uno todos los fines de semana o ir al supermercado con ellos, si no, ¡me fundo! Pero eso no quita que ellos pidan: siempre piden. Encima, hace poco, pusimos televisión por cable y ahora no paran de pedirme cosas: "Ay, mami, quiero la muñeca que camina y que vos le ponés nombre y ella lo repite...". El problema es que si le compro esa muñeca a una, o lo que sea, todos quieren tener algo nuevo. Porque, si bien reconozco que son chicos que saben estar contentos con lo que tienen, empiezan los celos. Ya nos acostumbramos a comprar todo al por mayor: por dos o por cuatro siempre. Y hay cosas que comparten. Micaela, la más chiquita, heredó la ropa de sus hermanas y ahora tiene todo su guardarropa repetido: dos polleritas azules, dos vestiditos idénticos, todo por duplicado.
"La clave es una buena organización"
Tener todo muy ordenado ayuda: a tal horario hacemos tal cosa y después hacemos lo otro. A mí siempre me sirvió, creo que la clave es una buena organización. Especialmente ahora, porque ya están "encaminados", digamos, son grandes y ya tienen sus actividades. Con rutinas armadas, siento que todo fluye. Las vacaciones suelen ser un momento que tiene su complicación. Ya desde el viaje hay que preparar algunos aspectos; por ejemplo: nuestro auto es chico y, como van los cuatro en el asiento de atrás, para salir a la ruta este año lo equipamos con un cinturón de seguridad adicional.
Igual, lo más complejo no es eso, sino la cantidad infinita de "¿cuánto falta para llegar?" que contesto durante el trayecto. Esta vuelta, decidimos parar para dormir a la noche y seguir viaje al día siguiente, si no, me estreso antes de empezar a descansar.
"Preservar cierta independencia también es importante"
La mejor ayuda para nosotros siempre fueron las instituciones. Nos sirven más que tener una niñera o una empleada en casa: durante el tiempo que ellos están en la escuela, nosotros trabajamos, y los clubes nos dan ese espacio extra para tener algo de tiempo para nosotros. Para mí, el tema de la independencia es muy importante, yo quiero que ellos tengan su privacidad y que no sientan que nosotros los estamos monitoreando todo el tiempo. Aparte, los nenes más grandes me ayudan a cuidar a los más chiquitos. Y eso está bueno: yo dejo un poco que se críen entre ellos.
A la mañana, van a la escuela; a la tarde, se quedan en casa hasta las cinco, cuando van al club, y ya vuelven a las siete u ocho. Y esas dos o tres horitas, todos los días, son exclusivamente para mí o para estar con mi marido, los dos solos. Reservamos ese rato para pasar tiempo juntos sin los chicos, o también los sábados a la tarde, que ellos van a un grupo de juego. Si no, siempre nos movemos a todos lados con ellos.

"Un aprendizaje permanente"

Uno quizá me vea así, súper tranquila. Pero también tuve momentos de esos en los que una se vuelve literalmente loca. Parezco copiada de una película de Almodóvar. Me saco, grito... Por ahí, se pelean por pavadas, como en qué lugar de la mesa se sienta cada uno para cenar, o porque alguno le quita unas pinturitas al hermano. Entonces, ellos se sacan y yo me saco. No me sale ser una "mamá zen" en esos momentos, porque ellos buscan esa provocación... Y como cada uno es distinto y tiene su personalidad, también tienen distintas demandas y piden diferentes límites.
Eso, como mamá, lo vas reconociendo con el tiempo, y vas aprendiendo qué necesita cada uno. Es un aprendizaje permanente... pero alucinante.
Por María Eugenia Castagnino. Fotos de Mariana Eliano.

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