The Post, la apuesta de Spielberg que renueva el romance entre cine y periodismo
Desde hace algunos años se impuso hablar del fin del periodismo y también del cine, aunque sus crisis no son nuevas. Sufren cambios día a día y quienes se dedican a estos campos de la comunicación y el arte intentan imaginar cómo será su futuro. Mientras tanto, la histórica fascinación del cine de Hollywood por el periodismo continúa dando frutos.
Tal vez esa sensación de algo que se está perdiendo o cuya transformación lo está llevando hacia lo desconocido haya tenido que ver con la decisión de Steven Spielberg de hacer una película sobre uno de los principales diarios de los Estados Unidos, The Washington Post. Para uno de los directores más importantes del cine contemporáneo no solo todavía vale la pena hacer cine, sino también utilizarlo para retratar al periodismo. Por si a la idea le faltaba mayor validación, Meryl Streep y Tom Hanks, dos de los actores más queridos y famosos del mundo, aceptaron ser los protagonistas del film.
The Post, que se estrena en la Argentina el 1° de febrero, cuenta cómo Katharine Graham (Streep) y Ben Bradlee (Hanks), dueña y editor de The Washington Post, respectivamente, tomaron la decisión de publicar en el diario un reporte confidencial sobre la guerra de Vietnam. El informe conocido como los Papeles del Pentágono había sido encargado por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos y consistía en una serie de estudios sobre la participación político-militar de ese país en Vietnam, desde 1945 hasta 1967. Una copia del mismo fue filtrado a The New York Times, en donde se publicaron algunas notas al respecto. Observando de cerca a su principal competencia, The Washington Post consiguió los documentos y un equipo comenzó a trabajar sobre el tema. Entonces tuvieron que enfrentarse a las posibilidad de entrar en un conflicto judicial por publicar los contenidos de un informe confidencial del gobierno.
El costo de revelar esa verdad era muy alto, pero el equipo del diario lo consideró necesario. Graham tuvo que sopesar el riesgo de perder el diario que había heredado tras el suicidio de su marido y la necesidad de que el público conozca la verdad sobre la manipulación del gobierno con respecto a la guerra de Vietnam. Finalmente lo hizo y la Corte Suprema terminó respaldando el derecho de los diarios a publicar esa información. La reputación de The Washington Post creció y su compromiso con el periodismo de investigación lo llevó a jugar un papel clave en el caso Watergate, que culminó con la renuncia del presidente Richard Nixon. Y derivó en una de las mejores películas sobre periodismo de la historia.
La idea del periodismo como institución defensora de la democracia siempre fascinó al cine de Hollywood, que tiene muchísimos personajes periodistas en películas que tratan sobre cualquier otra cosa y otras tantas que se dedican a la prensa como tema. El desarrollo cotidiano del trabajo puede ser atractivo para ser filmado en casos como el de los corresponsales en zonas de conflicto, que arriesgan sus vidas para contarle al mundo lo que allí sucede. Las actividades de los periodistas que trabajan todo los días en las redacciones, tipeando, haciendo entrevistas, chequeando datos y leyendo, son más difíciles de retratar visualmente como algo emocionante.
“El periodismo gráfico es exponencialmente más difícil de traducir de la página a la pantalla –escribió Nandini Balial en Literary Hub–. Los guionistas tienen que tomar una serie de artículos periodísticos y el trabajo que costó publicarlos, captar el humor y el esfuerzo, los riesgos y las batallas en la Redacción, y lograr que el público, incluyendo aquellos que no leen el diario, quiera comprar una entrada de cine”.
Uno de los directores que mejor logró esa adaptación fue Alan J. Pakula en Todos los hombres del presidente. El film tenía la ventaja de basarse en una historia fascinante, al narrar cómo los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, interpretados por Robert Redford y Dustin Hoffman, descubrieron la trama de espionaje que se escondía detrás de un supuesto robo a la sede del comité Demócrata, en el hotel Watergate, de Washington DC, durante la campaña electoral de 1972. La película, que se realizó pocos años después de que sucedieran estos hechos, retrata lo mejor del periodismo: su poder para hacer justicia cuando los mecanismos estatales no funcionan, debido a la corrupción del gobierno.
Aunque la historia tenía fuerza e inmediatez, es mérito de la puesta en escena de Pakula, el guion de William Goldman y el juego de penumbras de Gordon Willis (el mismo director de fotografía de El padrino), el haber conseguido armar un thriller repleto de suspenso en el que dos hombres se lo pasan hablando por teléfono, escribiendo y frustrándose cuando no consiguen un dato que necesitan. El elemento más hollywoodense que venía incluido en la historia original son los encuentros que Woodward mantuvo con un informante clave para llegar al fondo de la investigación, en un estacionamiento oscuro. La identidad de esta fuente, conocida como Garganta Profunda, se mantuvo en secreto durante décadas hasta que Mark Felt, agente especial del FBI, confesó públicamente que era él.
Todos los hombres del presidente pertenece a un tipo de películas sobre periodismo que se concentran en su aspecto más positivo, no solo por cómo se practica sino por cuál es el objetivo que motiva a los periodistas: encontrar la verdad y revelarla para lograr el bien común. En esa línea y compartiendo también su origen en la vida real, En primera plana, de Tom McCarthy, es uno de los mejores ejemplos recientes que demuestran el valor que aún tiene contar historias sobre periodismo.
El film ganador del Oscar de 2016 es un detrás de escena de la investigación por parte de un equipo del Boston Globe sobre el encubrimiento que hizo la Iglesia Católica de los abusos sexuales a menores, perpetrados por sacerdotes de Boston.
A pesar de que refleja el horror que implica la denuncia sobre los abusos, McCarthy se concentró en los detalles del trabajo de los periodistas; cómo es el trato con entrevistados que tienen algo difícil para contar; los nervios que genera esperar para conseguir una confirmación que no dé lugar a refutaciones, sin dejar que los diarios competidores publiquen antes la misma historia. El nivel de realismo que logra, desde la ropa que usan los personajes hasta la forma en que se relacionan entre ellos, fue apreciado por muchos periodistas, que consideran que su profesión no siempre está bien representada en el cine.
El periodista de investigación Hugo Alconada Mon fue una de las voces autorizadas que rescató el realismo del film en una nota publicada en la nacion cuando se estrenó la película: “El día a día de una investigación periodística, sin embargo, se acerca más a lo que refleja En primera plana que a los clichés que presenta cualquier película de espías. Debemos llamar a las fuentes potenciales sabiendo que el 90 por ciento de ellas se negarán a responder, hasta que alguien decida romper el silencio. Debemos golpear todas las puertas sabiendo que incluso las víctimas, en principio interesadas en difundir lo que han padecido, muchas veces –por temor o desconfianza– callan, mientras sus victimarios siembran datos falsos, cazan fuentes, amenazan a víctimas o compran abogados, fiscales y jueces”.
En primera plana funciona como recordatorio de lo que puede lograr el buen periodismo de investigación y por qué es tan necesario. Lo hace sin irse tan lejos en el pasado, como sucede con The Post, sino apenas una década atrás (la investigación se realizó en 2001 y la película es de 2015). En la era de la desesperación por llegar primero con la historia, por publicar en Twitter antes que nadie, el film de McCarthy subraya la importancia del trabajo constante y exhaustivo durante meses para investigar a fondo un tema. También recuerda que el periodismo local de cada ciudad tiene el deber de ocuparse de lo que está sucediendo en su comunidad.
La lucha entre la primicia y la calidad de la información también fue uno de los temas principales en The Newsroom, la serie de Aaron Sorkin sobre la producción de un noticiero. El idealismo de su creador se tradujo en los protagonistas, especialmente en Will McAvoy, el conductor del programa, un hombre noble, con varios problemas personales, pero gran inteligencia y ética para realizar su trabajo.
La serie recibió críticas por su idealismo y por utilizar en sus guiones noticias que tenían un año de antigüedad, en vez de inventarlas. Esto se interpretó como una pretensión de Sorkin de dar cátedra sobre cómo deberían haberse tratado cada una de esas noticias con la ventaja de saber cómo resultó todo finalmente. Las críticas a The Newsroom fueron exageradas; además de su calidad como producto televisivo, en esta época no viene mal un poco de idealismo aplicado a la prensa.
Claro que en el cine, como en la vida, los periodistas no siempre son héroes. Hay películas que critican no solo las acciones personales de los profesionales sino también al funcionamiento de la prensa como institución. El cine se encargó en repetidas ocasiones de reflejar al negocio como el enemigo número uno que empaña los fines nobles del periodismo, algo muy relacionado con la crisis actual de la profesión pero que tampoco es nuevo.
Ya en El ciudadano (1941), Orson Welles presentaba a un hombre que construía una fortuna creando un imperio editorial. En el camino perdía los escrúpulos, ganaba mucho dinero y se entregaba a caprichos varios, como apoyar desde sus diarios la carrera como cantante de ópera de su no muy talentosa esposa. La película, considerada una de las mejores de la historia del cine, era una especie de roman à clef de la vida de William Randolph Hearst, un magnate norteamericano de la prensa que hizo lo imposible para destruir a la obra maestra de Welles. No tuvo éxito y su nombre se repite cada vez que se habla del film.
La búsqueda de la verdad y la ambición de ganar dinero se contraponen a menudo. Cuando la televisión se convirtió en el medio más elegido por el público para informarse, la necesidad de generar mayor audiencia para conseguir más publicidad provocó un cambio en la forma en la que se presentan las noticias. Network, poder que mata, escrita por Paddy Chayefsky y dirigida por Sidney Lumet, fue un film casi profético que presentó un problema que apenas estaba comenzando a existir, la desesperación por el rating.
“La visión profética de Chayefsky sobre el futuro de la televisión incluyó la draconiana negligencia corporativa, la evaporación de un porcentaje de la audiencia, el material escapista y embrutecido y los programas protagonizados por personas reales. En lugar de conductores de noticieros él vio personalidades grandilocuentes, editorialistas y divisivas”, escribió Dave Itzkoff, autor del libro Mad As Hell, dedicado a la creación de la película.
En una de las escenas más famosas de la película, el conductor de noticiero Howard Beale (Peter Finch) abandona la lectura del teleprompter y lanza a los gritos un discurso enloquecido, que toca una cuerda sensible en los televidentes: “Levántense de sus asientos, abran la ventana, asomen la cabeza y griten: ‘Estoy indignado y no voy a aguantarlo más’”. El rating explota y Beale se transforma casi en una figura de reality show, mucho antes de que estos existieran.
En el mismo año en que Todos los hombres del presidente mostraba el poder del periodismo dedicado a sacar los trapitos sucios del poder, Network auguraba los cambios que sufriría y la crisis en la que se fue sumiendo la prensa. Mucho tiempo después, en 2013, la secuela de El periodista: La leyenda de Ron Burgundy, de Adam McKay, se redime gracias al humor con el que retrató el nacimiento de los canales de 24 horas de noticias y la cobertura extendida hasta el hartazgo de hechos de alto impacto y poca importancia real, como las persecuciones en auto.
Algunos de esos problemas persisten hoy y se le suman otras circunstancias, como la democratización de las noticias que suponen las redes sociales, en donde todos pueden ser periodistas y editores y abundan las noticias falsas. En este contexto, no es casual que Spielberg haya recurrido a contar ahora una historia del pasado legendario de la prensa como defensora de la democracia.
“La película está aquí para recordarnos las amenazas a la libertad de prensa; para confirmar que la batalla entre las noticias reales y las falsas tiene precedentes; y para generar una risita cómplice cuando Streep, ‘una de las actrices más sobrevaloradas de Hollywood’, según Donald Trump, dice la frase ‘es difícil decirle que no al presidente de los Estados Unidos’. El presidente al que se refiere es Lyndon Johnson, con quien Graham tenía cierta familiaridad, pero entendemos el punto”, escribió Anthony Lane sobre The Post, en la New Yorker.
El cine y el periodismo van resistiendo como pueden, cada uno por su lado. La unión de sus fuerzas refuerza la noción de que los necesitamos y que sus destinos no están decididos aún.