Hasta que los centennials se enamoraron de Martina Stoessel y la convirtieron en Tini, la única Tini era ella: Tini de Bucourt (69). Una mujer de una belleza deslumbrante, inteligente y sensible, que siempre rompió los moldes. Se casó joven, tuvo dos hijos (Juan y Cecilia Sieburger) y se separó cuando el "divorcio" era casi una mala palabra. Fue mannequin, construyó una carrera exitosísima en los 70 y 80, se convirtió en referente fashion y, cuando cualquier otra se hubiera quedado instalada en la comodidad de lo conocido, le dio un giro de ciento ochenta grados a su vida –tras varios años viviendo en India– en la búsqueda de un camino propio. "Si tenés el coraje de poner en marcha lo que te gusta y te animás a equivocarte y a aprender de esa equivocación, dándote cuenta de que cada error es la posibilidad de aprender un camino nuevo, que es el tuyo, vas a vivir plenamente. Y yo quiero llegar al último día de mi vida sabiendo que viví. Yo no sobrevivo, vivo. Y quiero llegar a ser una anciana sabia", dice Tini.
Emprendedora, "arquitecta de mujeres" como la definió su hijo arquitecto, se animó a salir de ese lugar de mujer perfecta y a transmitir su experiencia –a través de sus talleres– a todas las que quisieran ir tras su sueño, tengan la edad que tengan. Motivadora incansable –tres libros publicados y treinta viajes a India después de aquel fundacional en su existencia–, Tini ve en la pandemia una gran oportunidad para ser mejores.
–¿Dónde te encontró la cuarentena?
–Me encontró acá. Sola, porque vivo sola, pero no tan sola porque yo me llevo bien conmigo misma. Y la verdad es que entré en una etapa inesperadamente creativa. Estoy dando muchas charlas como "de mimo" diría, y sigo con mis talleres, que están funcionando bien porque tienen mucho que ver con el malestar y la incertidumbre que esto genera. Son un buen espacio de reflexión y para repuntar el ánimo.
–¿Tuviste que aprender y actualizarte para poder comunicarte de manera virtual?
–No, yo soy una abuela tecnológica. Me interesa todo, siempre estoy curioseando. Lo que sí me sorprendió es cómo mis talleres virtuales me abrieron un mundo, porque ahora son accesibles para cualquiera que hable en español. De hecho, tengo bastante gente de afuera, uruguayos, españoles, mexicanos.
–Sos una mujer acostumbrada a mirar para adentro, que has hecho mucho trabajo interior. ¿En este contexto de ansiedad y estrés se te torna más difícil la introspección?
–No. Sé que a muchas personas les pasa, pero a mí no. Estoy con un alto nivel de reflexión y creo que es consecuencia directa de poder estar en mi casa, menos distraída con el exterior.
–Durante el aislamiento, ¿descubriste alguna nueva pasión?
–Sí, la jardinería. En casa tengo un pequeño jardín y disfruto mucho dedicándome a cuidarlo. También pinto, otra nueva pasión que descubrí hace poco. Cada día tengo más claro que mi camino va por trasmitir bienestar al otro. Por eso hago charlas por Zoom gratis con muchas empresas, instituciones y hasta con intendencias. Siempre trato de aportar al bienestar, y más en una situación como esta, en la que tanta gente la pasa tan mal.
–¿Cómo lo hacés concretamente?
–Intento ayudar a ver la situación de otra manera. Y la gente lo agradece mucho. En una pandemia uno puede entrar en el caos y decir "¡Uy!, ¡qué horror!, ¿qué hago?", o puede tomarlo como una chance de repensarse, repensar los vínculos y repensar cómo acercarse a los vínculos. Es una oportunidad maravillosa para encontrar tu propio camino.
–¿Qué le dirías a alguien que no puede consigo mismo o no puede controlar la angustia ni la incertidumbre?
–Le diría que la incertidumbre existió siempre. ¿Cuál es la primera incertidumbre? Saber cuándo termina tu vida, cuando te vas a morir. Estamos tan distraídos con el afuera que esa incertidumbre queda allá atrás, lejos. Pero en realidad aprender a vivir es una incertidumbre, la vida es una incertidumbre, mañana es una incertidumbre. Hay que aprender a vivir el día, el presente, porque ese aprendizaje nos va a quedar. Y frente a una pandemia existen muchas miradas, pero para mí hay una que va a generar equilibrio, la de la cooperatividad. Fijate que el mundo entero está cooperando con mucha fuerza para salir de esto.
–¿Creés que de esto vamos a salir mejores, más sabios?
–La pandemia nos ayudó a darnos cuenta, por ejemplo, de que necesitamos muchísimas menos cosas, que no precisamos tanto de esto ni de lo otro, que la mayoría de lo que consumimos es prescindible. Eso nos obliga a mirar de otra manera. A ver de otra manera. Yo, por ejemplo, en mi vida pensé que iba a estar haciendo mis talleres online y que iba a estar conectada con el mundo como lo estoy ahora. Por supuesto que va a haber gente que no tiene la oportunidad de ver o no tiene las herramientas necesarias para ver. Pero también hay mucha otra que sí.
–En las charlas que hacés por Zoom, ¿cuál es el temor más común?
–En general, la mayor preocupación es la pareja. Es que en Occidente cargamos con la creencia cultural de que hay que tener al otro para que te haga feliz. Cuando en realidad, mirá qué lindo sería que yo le pudiera decir al otro: "Te prometo que voy a ser todo lo feliz que pueda para que entre vos y yo no haya conflicto". Porque en definitiva la vida no fue diseñada para hacerte feliz. La vida fue diseñada para desafiarte. Y la pandemia te está desafiando. Si uno es capaz de aprovechar ese desafío, pedir ayuda si es necesario y empezar a buscar dentro, en lugar de quedarse atrapado en sí mismo, va a salir fortalecido.
–¿Todos tenemos la capacidad de aceptar ese desafío y salir airosos?
–Hay algo importante que viene desde el día en que nacemos y el trabajo de cada uno es encontrarlo y activarlo: el entusiasmo, las ganas, la alegría. Uno puede quedarse enganchado en la cadena del confort y arrastrar toda la vida ese pasado que lo marcó, o agarrar la vida y vivirla, hacer de esa herida el mayor lugar de crecimiento. Las heridas son la gran oportunidad para trascender de eso y transformarse en un ser íntegro.
Agradecimientos: Mariana Fernández Bonazola (maquillaje y peinado) y Marisa Marana