Fue a ver el Mundial del 98, se enamoró y se quedó en Francia; hoy, un tema de salud familiar y un nuevo amor lo traen de regreso, pero las trabas ponen en duda su elección
Roberto Sosa sostiene que hay tres tipos de exilio: el político, el económico y el del corazón, y que es este último el que mejor se disfruta y atraviesa. Sin embargo, en otros tiempos, jamás hubiera imaginado que aquello mismo que lo impulsó a emigrar a Francia –el corazón-, sería lo que un día le despertaría el deseo de regresar a la Argentina, una tierra que le inspira profundos sentimientos agridulces y contradictorios. “Más allá de la calidad de vida que uno pueda tener en otro rincón del planeta, el imán de la familia, amigos y costumbres es muy difícil de quebrantar. Hace tres años a mi hermano le diagnosticaron esquizofrenia y vuelvo por él, por mi madre, pero, sin dudas, también lo hago por un amor”.
“Sé que tomé la decisión en el peor momento de la historia económica argentina. Cuando le digo a la gente que me vuelvo no hay uno que me diga que hago bien. Las respuestas, en general, son: estás mal, ¿qué vas a hacer acá?, esto es una locura, acá te matan por un par de zapatillas, entre tantas más. Si sale todo bien, en agosto de este año regreso a Buenos Aires definitivamente”, manifestó Roberto hace algunos meses, contrariado e ilusionado.
Agosto ha llegado. Roberto tenía pasaje para el 2, pero su vuelo fue cancelado y no entiende por qué no puede retornar a su suelo natal. Por estos días, sus emociones agridulces hacia su patria se multiplican mientras vive una existencia suspendida, un paréntesis desde donde observa sus valijas armadas y experimenta una sensación eterna de ya no vivir ni aquí ni allá. Días extraños, que inevitablemente lo empujan a repasar su vida y su decisión.
Francia 98, el fútbol, un amor y un escape
En julio del 98, con 24 años, Roberto viajó a Francia para vivir el Mundial. Feliz y emocionado, llegó acompañado por cinco amigos fanáticos del fútbol, con quienes se instaló en Toulouse, una de las sedes donde Argentina jugaba su primer partido contra Japón. Allí, entre la fiesta futbolera, la adrenalina de lo desconocido y el encuentro cultural de tantas naciones, la conoció a ella, la mujer que torció su destino. El flechazo fue tan intenso, que Roberto decidió quedarse.
“Estuve como siete meses en Europa de forma ilegal y mi novia me acogió en su casa para que pudiera quedarme”, recuerda hoy con una sonrisa. “A muchos les preocupó mi situación de ilegalidad, ya que había viajado con una visa de turista. Finalmente, tuve que volver a la Argentina para poner los papeles en regla. Mi padre y amigos me alentaron en la decisión de emigrar, solo a mi madre le costó aceptar ese exilio del corazón”.
Roberto, enamorado y decidido, tramitó una visa de estudiante y regresó a Francia junto a su amada. Lo cierto era que el joven también quería huir de la rutina, escapar de sus problemas familiares, de la falta de trabajo, de la inseguridad e incertidumbre de una Argentina naturalmente caótica.
La Ville Rose: Toulouse, el idioma, el respeto, el silencio
Ya con 27, se instaló en Francia el 3 de agosto del 2001. En diciembre de aquel año, Roberto observaría desde los noticieros galos el corralito, los saqueos y las muertes en la Plaza de Mayo como si estuviera mirando una película de ciencia ficción. Pero en ese instante, el de su arribo en pleno verano europeo, su cabeza atravesaba otro tipo de revolución.
Ubicada al sur de Francia, La Ville Rose -como llaman a Toulouse- amaneció colorida, joven, acogedora. Roberto no hablaba una palabra de francés y ese, sin dudas, fue el primer gran impacto: “Con mi pareja de entonces nos comunicábamos en inglés, hasta que un día decidimos que me hablaría solo en su lengua”.
Toulouse, el cuestionado lugar de nacimiento de Gardel, presentó otros retos para el argentino. Aunque la adaptación no fue sencilla, el amor menguaba las dificultades, así como lo hacía el propósito de estudiar y prosperar en su nueva vida.
“Toulouse es una de las cinco urbes más grande de Francia y la segunda ciudad universitaria, aun así, con los estudiantes no llega al millón de habitantes. En los primeros tiempos sentía que era como un barrio de Buenos Aires, la veía muy pequeña, las calles son muy angostas y todo es en miniatura”, describe Roberto. “Sus callejuelas de piedras y su arquitectura me hacían pensar en una película de época, como si la ciudad se hubiera quedado suspendida en el pasado. Todo está cuidado y el patrimonio arquitectónico no se puede cambiar. Aquí no se destruye y se vuelve a construir, se restaura y se conserva”.
“Con respecto a los hábitos y costumbres, lo primero que me llamó la atención fue que la gente es muy respetuosa: primero es buen día, después por favor y luego gracias, sin esa fórmula podría decirte que acá sos un maleducado. Todo el mundo te trata de usted cuando no sos conocido. Se habla bajito, no escuchás mucho ruido por la calle; se come muy bien y ordenado ¡las mesas siempre están bien decoradas y todo hace juego! Y lo cierto es que es gente muy fría y distante al principio, como desconfiados, pero, cuando te hacés amigos, su amistad es leal hasta el final”.
Calidad de vida: una hija y un futuro en Francia
En Toulouse, Roberto fue padre de una hija, mitad francesa, mitad argentina; su orgullo y por quien se esforzó como jamás hubiera imaginado. Allí terminó su carrea de Imagen y Sonido en la Universidad de Jean Jaurès, un proceso largo y complejo (en especial por la validación de sus materias argentinas), y se dispuso a trabajar.
“Francia es un país donde hay mucho empleo, quien quiere trabajar puede, y no se hace el fino. Hay muchas oportunidades laborales y la calidad de vida es excelente. ¡Imagínate!, no hay inflación, la moneda nunca se devalúa, las cosas no aumentan y el sueldo mínimo es de 1200 euros trabajando tiempo completo. Aparte, Francia tiene mucha ayuda social que colabora a que puedas progresar muy fácilmente. Eso sí, al principio hay que tener la apertura para hacer cualquier tipo de trabajo y se paga un derecho de piso como en todo el mundo”, manifiesta el argentino, quien actualmente se dedica a la realización de documentales.
Sin embargo, a pesar de haber encontrado calidad de vida y estabilidad, por algún motivo extraño, y aun estando enamorado, Roberto sabía que no iba a morir en Francia y que algún día iba a volver.
Un pasaje a la Argentina, una decepción y una decisión en conflicto
Los años pasaron, la relación de pareja pereció y, aun así, el regreso no estaba contemplado. Roberto extrañaba, pero tenía un buen pasar y una hija a la que quería ver crecer, sin dudas un motor fundamental para seguir.
Pero todo cambió en un viaje a la Argentina, en el 2018. Con su niña que ya había dejado de serlo, todo aquello de lo que había escapado comenzó a bullir y, de pronto, emergió la necesidad de retornar a su patria. Aunque no solo se trataba de la familia: en Buenos Aires, Roberto también había encontrado un nuevo amor.
Fue así que, más de veinte años después, el argentino sacó un pasaje de regreso definitivo para agosto, pero con la cancelación del vuelo aún no sabe cuándo va a volver: “La verdad estoy muy decepcionado”, dice visiblemente afligido. “Nunca pensé que siendo argentino me iban a impedir la entrada a mi propio país. Es injusto y muy desesperante. Necesito ver a mi madre y la situación de mi hermano en la clínica es bastante inestable. Aunque en mi caso, por suerte, pude mantener mi trabajo, hay gente que la está pasando peor”.
“A su vez, el retraso me hace pensar en Argentina con dolor, lo que vuelve conflictiva mi decisión. A medida que pasan los años las raíces tiran cada vez más, pero el país está devastado. Me pongo mal, me da bronca e impotencia. Argentina es como el cuento de la buena pipa, no cesa de repetirse. Esto mismo frenó mi regreso durante muchos años”, reflexiona el hombre de 47 años.
“Y entonces, también pienso en esta tierra adoptiva, Francia, y todo lo que me enseñó: a ser más organizado, respetuoso, a reciclar y hablar más despacio y bajito; acá aprendí a hablar otro idioma, a comer queso de postre y tomar un buen vino”, sonríe.
“Lo único que no aprendí en Francia es a disfrutar de los pequeños y simples momentos. `Al francés le falta chispa´, me dijo una vez un americano y es tal cual. El lado organizado y bien cuadrado te saca espontaneidad. La gente tampoco se toca mucho, no se abraza. Tal vez voy tras eso. Son extrañas las vueltas de la vida: encontré el amor, una vez más, pero de la mano de una argentina... Mi hermano, mi madre y mi nueva porteña hoy me impulsan hacia mi patria. Parece mentira, pero el mismo corazón que hace años me alejaba, ahora me vuelve a traer”.
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