A sus 20 años, Victoria Vidal (23) llevaba una vida ordenada para el afuera pero desordenada en su interior. Con un puesto como oficial de cuentas en el Banco de La Nación Argentina, también cursaba sus estudios en la carrera de Economía. Sin embargo, Victoria no estaba conforme con la imagen que le devolvía el espejo y, con la ayuda de un nutricionista, había comenzado un plan para bajar algunos kilos.
"Me propuse bajar el exceso de peso que venía acumulando y por el que no tomaba responsabilidad. En verdad siempre me había molestado, pero ciertamente era más un dolor por el qué dirán que por un tema de salud física, mental y emocional. Por la razón que fuere, en ese momento decidí arrancar con un programa de descenso de peso. Todo venía muy bien, adelgazaba de forma ordenada, pero me criticaba duramente por comer un poco de más si es que lo hacía. La culpa estaba ahí a cada paso en falso que quizá inconscientemente me disponía dar".
Unos meses después de comenzar el cambio de hábitos que le había permitido bajar unos cuantos kilos, Victoria y su familia sufrieron un accidente automovilístico cuando viajaban de Mar del Plata a Villa Gesell. "Yo estaba durmiendo y, al despertarme, solo escuché gritos y sentí cómo giraba el auto por el aire. Me agarré fuerte de donde pude. Afortunadamente, todos resultamos ilesos, solo un par de raspones o lesiones leves. Pero, a partir de ese momento, fue mi vida la que dio un vuelco".
Un vuelco interno
Sin buscarlo, comenzó a descender muy rápidamente de peso. Y también a evidenciar signos de un trastorno de la conducta alimentaria. Con un peso máximo de 78 kilos y estado saludable, en ese momento Victoria llegó a pesar unos 49 kilos. Toda esa pérdida estaba sin dudas vinculada con el estrés post traumático y un patrón de perfeccionismo que la inducía mentalmente a querer cada vez estar un poco más flaca.
"Cada kilo que bajaba no era suficiente y aunque ya hasta me sentía las costillas aún pensaba que estaba gorda. Si bien nunca dejé de comer por completo, las porciones eran mínimas, contaba cada caloría que ingresaba a mi cuerpo y siempre encontraba una excusa para comer menos. Llegué incluso a tomar dos veces laxantes para expulsar lo que había comido y sentía culpa por haberlo hecho. Mi mente jamás paraba y solo sabía contar esos números detallados en las tablas nutricionales, ver cantidades de grasa, carbohidratos y demás. Mi estado de ánimo solía estar por el suelo, me enojaba constantemente y ante cualquier comentario respecto a mi cuerpo ese enojo se potenciaba".
La salud de Victoria estaba por el piso, su espalda no podía sostenerse sin dolor y sentía calambres constantemente. A eso se sumaban contracturas de cuello y hombros. Los doctores le daban calmantes fuertes, pero nada surtía efecto. Una tarde, en la desesperación, lloró y le imploró a un médico que la dejara internada porque no aguantaba más. Pero la respuesta que obtenía siempre era la misma: relájate y tomate esta pastilla, con eso vas a estar bien.
El problema era que cada vez necesitaba pastillas más seguido y que ya no toleraba consumir tantos químicos. Los dolores de cabeza y las migrañas eran constantes, sufría de rectificación cervical y la escoliosis se había acentuado: de repente tenía una joroba en la espalda y un desplazamiento de cadera. "Todo era un desastre, mi cuerpo estaba explotando y cuando sanaba un lado, otro se descomponía. Hasta tuve que hacerme una endoscopia por sufrir de gastritis crónica. Siempre estaba bien, hasta que un día me quebré y le dije a mi hermana llorando que no aguantaba más pesarme cada día de mi vida en la balanza que escondía. No aguantaba más ser un número".
Por recomendación de su hermano, dio con un kinesiólogo que, además, era profesor universitario. "Él fue el primer médico, junto con mi hoy médico clínico de cabecera, que me preguntó cómo estaba y por qué lo primero que hacía ante una pregunta tan simple era llorar, me preguntó por qué estaba tan angustiada, qué estaba pasando con mis emociones y qué pasaba por mi cabeza". Bajo su supervisión, comenzó un tratamiento de kinesiología para empezar a sentir cada músculo y conectarlo con la respiración y una serie de estiramientos. Sesión a sesión, Victoria se abrió a la sanación de su columna y a la liberación de las emociones contenidas.
El kinesiólogo le daba, además, tarea: tenía que escribir cómo se sentía, cuándo empezaban los dolores y con qué relacionaba cada bloqueo físico. No tomes una pastilla hasta qué no sepas qué está pasando con tus emociones antes, qué desencadenó ese dolor físico. Una vez que lo reconozcas, podés hacer lo que quieras, pero primero sé consciente. Seguramente, para ese momento ya ni la necesites, le dijo. Y tenía razón.
Seguir sumando
Al tratamiento de kinesiología luego le sumó una práctica frecuente de Yoga y ayuda psicológica. "Recuerdo que en el momento de relajación final de la primera clase de yoga, logré por primera vez en dos años desconectarme por completo de todo el dolor que sentía mi cuerpo y la agitación en la mente se detuvo. Sentí paz, lloré y ni siquiera fui consciente de ello. Solté todo lo que venía resistiendo. Entonces entendí que por ahí era. A partir de ese momento comencé a ir dos veces por semana, luego tres". Unos meses más tarde agregó momentos de meditación para poder ser y estar en el momento presente, sin resistencias ni barreras.
A mitad del año siguiente, decidió que quería comenzar a formarse en Psicología. "Siento y sentí que todo combinaba y fluía a su propio ritmo, yo simplemente accionaba sobre lo que sentía. Mi respiración se había calmado, los ataques de pánico habían desaparecido sin pastillas y la angustia, lentamente, se transformaba en consciencia y felicidad. Ser consciente de mi respiración había cambiado mi vida".
Y a comienzos de este año viajó a Bangalore, India, para continuar con su formación como Profesora de Yoga. Fue una experiencia transformadora y enriquecedora. Conoció a Sri Sri Ravi Shankar y entendió que estaba en el camino correcto."Hoy sé que cada uno puede gozar de paz mental sin necesidad de caer en extremos, aceptando cada estado emocional y reconociendo que somos mucho más allá de la carrera que hayamos elegido, de las relaciones y del trabajo que tengamos, del rol que desempeñemos. Permanecer abiertos a los cambios nos permite experimentar cómo es el amor. También comprendí que es importante dejar caer las resistencias que enferman nuestro cuerpo y ahogan nuestra alma, para dar paso a la quietud que vive en nuestro ser interior".
Compartí tu experiencia
Si viviste alguna experiencia que mejoró tu bienestar y calidad de vida (puede ser médica, alimenticia, deportiva, un viaje, sentimental, profesional o de otra índole), y querés compartirla en esta columna, escribí a bienestarlanacion@gmail.com
Más notas de Bienestar
Más leídas de Lifestyle
"Hicimos saltar la banca". El director de cine que descubrió un método para ganarle a la ruleta y amasó fortunas en los casinos
Lenguaje corporal. Cuáles son las formas en las que un gato expresa su cariño
Factor clave. Un estudio reveló cómo se construyeron las pirámides de Egipto hace más de 4000 años
Rico en proteínas. Esta es la forma más saludable de comer huevo