Tsunami deportivo en el reino del consumismo
El consumismo es un falso buen amigo. Incluso para la moda, como veremos. Y aunque es probable que sobre este punto discrepen quienes viven de la adicción colectiva a los trapos, para el público que mantiene próspero al sistema hay, objetivamente, un doble detrimento. Por un lado, el derroche de plata en productos de tendencia programados con obsolencia cercana; por otro, la pérdida de la libertad de elección de cada persona. Contrariamente a lo que se pretende, la multiplicidad de opciones de vestuario ofrecidas, en espacios reales o virtuales, no significa en que lxs consumidorxs puedan actuar con autonomía.
Las alternativas a su disposición han sido predeterminadas. El abanico de las ofertas aparece restringido a todos los niveles del mercado. En las tiendas de la alta moda, la exigencia de calidad superior que justifica los precios descomunales limita la gama de cada prenda. En los grandes espacios de las marcas masivas el recambio frecuente de producto implica solo algunos aspectos formales –colores, textiles, gráfica– pero no el perfil estético global ni el relato de moda, que responden a los gustos medios de la clientela, que han sido registrados, analizados y constituidos en canon y son vueltos a proponer, en una suerte de Invención de Morel en clave de shopping.
A cada nuevo pasaje por caja lxs clientes compran otra vez lo que ya habían llevado en ocasiones anteriores, creyendo que han adquirido algo nuevo. Que es lo que se supone que buscaban. Se van felices, sin embargo, porque han sido reafirmadxs, legitimadxs, en sus hábitos. Lo verdaderamente nuevo asusta tanto a las élites usuarias del lujo como a la amplia franja del público masivo. Los grandes cambios de moda se producen de forma paulatina. Los impulsan movimientos sociales innovadores que suscitan nuevos modos de vestir como parte de su identidad. Pequeños puntos iniciales de innovación se multiplican, y una vez que se han propagado se hacen estables y duraderos. Con el tiempo declinan mientras, en un perpetuo recomenzar, aparecen en paralelo los conceptos y las siluetas que van a reemplazarlos. Son ciclos largos, de decenios.
Vivimos hoy el cierre de la etapa que arrancó hacia el final de los 50 y alcanzó en los 60 un punto de efervescencia, marcada por la irrupción de lxs jóvenes, como grupo cohesivo, en la escena social y como nuevos participantes del ciclo del consumo. Han sido propulsores de los cambios decisivos de la moda de los últimos cinco decenios. La influencia de lo juvenil se dio en una continua progresión ascendente hasta la cima de la pirámide de la moda. Su manifestación más evidente es la preeminencia en todas las áreas de la industria de la moda del repertorio deportivo como nuevo modelo de indumentaria general, apta para todos los públicos, en prácticamente todas las ocasiones, a excepción de las celebraciones que exigen el despliegue de ornamentos. (Y aún: las zapatillas metalizadas, por ejemplo, entran a todas las fiestas.)
Destinada en principio a cuerpos dúctiles, dinámicos, firmes, deseables, jóvenes en suma, la ropa de uso activo, que privilegia una silueta estilizada, desgrasada, fibrosa pero con las necesarias turgencias eróticas, ha ido siendo adaptada, versionada y reversionada, y viste hoy cuerpos de todas las edades, desprovistos de aquellos atributos pero incitados a compensarlos con la cirugía cosmética y sus cuidados anexos, como atestiguan los anuncios de aplicaciones de botulina o de ácido hialurónico en las vidrieras de muchos salones de belleza en los barrios más insospechados. Precios accesibles. Facilidades. Cuotas. Mientras tanto, el tsunami deportivo arrasa en las colecciones de prêt-à- porter, y la prensa especializada, elitista de alma, se inquieta. No es este, por cierto, el cambio que esperaba. Pero es el que el consumismo nos trajo. ¿Qué nos depara el futuro? Lo vemos en un próximo capítulo.
El autor ha colaborado en Vogue Paris, Vogue Italia, L'Uomo Vogue, Vanity Fair y Andy Warhol's Interview Magazine, entre otras revistas
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