Para un reconocido profesional y gran amigo, el arquitecto Rodolfo Livingston diseñó un estudio único, el retiro ideal para dedicarse a la investigación y la escritura
Producción: María Karp | Fotos: Daniel Karp | Texto: Inés Marini.
"Aunque haya una infinidad de alusiones al mar debido a que tiene gran valor para mi cliente (la protagonista indiscutida de la obra es la curva/ola), esto no un simulacro de casa de veraneo: es un espacio de ocio creativo", dice Rodolfo Livingston sobre el estudio que proyectó para un querido amigo que se convirtió también en un comitente un poco atípico: le pidió una construcción curva que tomara el escaso ancho de un lote entre medianeras. Es que, aunque de medidas sobrias, ondulado imaginaba su lugar de retiro donde podría escribir, reflexionar y reunirse con gente que ve por elección.
"El propietario es un pensador peripatético. Eso significa que piensa caminando, como hacían los seguidores de la escuela de Platón. Cuando uno hace eso, el tiempo se altera, por eso, entre otras cosas, las escaleras que proyecté en esta construcción invitan a hacer un recorrido, antes que a buscar el trecho más corto entre A y B." Otra medida que se tomó para favorecer la inspiración fue darle lugar al factor sorpresa. "Acá, cada rincón ofrece una vista distinta y con un encuadre diferente", señala este maestro de arquitectos. Felicísimo con el resultado, el dueño de casa no escatima elogios ni para el creador ni para quienes llevaron a cabo el proyecto, los arquitectos Pechi Cabrera y Bruno Cammilli, que ya han concretado casi cuarenta obras de Rodolfo Livingston, y siguiendo fielmente El Método por él ideado.
El dueño
"Llego acá todos los días a las 7.30 (siempre fui madrugador), y me quedo trabajando hasta las 17", nos cuenta el dueño de este estudio, dejando traslucir lo evidentemente a gusto que se siente aquí. Son horas de lectura, de investigación, de reuniones y de reflexión. "Yo, que pienso tanto las cosas, siempre consideré que este proyecto tenía que ser con Livingston: me hubiera dado mucho miedo hacerlo con otro. Nos hicimos amigos de grandes, porque descubrimos que teníamos muchas afinidades."
Si hay algo que todo arquitecto agradece es que, cuando la obra está terminada, la ambientación esté a tono con el concepto. Aquí, en un afortunado aporte que hizo honor a la estructura, el dueño de casa no se quedó atrás con la suma de ideas ni de obras de arte –traídas de viajes o encargadas a autores que él mismo convocó–. Ellos, a su vez, se compenetraron a fondo con el proyecto, lo que contribuyó a que todo fluyera, algo poco común si tenemos en cuenta que participaron, en total, casi 25 personas. La celebración de fin de obra dio fe de esta armonía, además de demostrar que, a pesar de la economía de metros, la Casa Curva puede recibir, tranquilamente, a una feliz cantidad de invitados.
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