Laura Peirano, diseñadora y fotógrafa, encontró su lugar en el mundo en una isla del Tigre. Retrato de una mujer delicada que, con voluntad de hierro, armó ella misma la casa de sus sueños; mirá las fotos
Producción y Fotos: Laura Peirano | Texto: Verónica Mariani.
Fotógrafa formada con Aldo Bressi, diseñadora, pintora, Laura Peirano, vivía en Capital, moviéndose, muy a su pesar, al ritmo de una ciudad que no da tregua. El tiempo sólo se detenía al entrar en su cálido departamento de Once, donde guardaba, entre muchas otras cosas, un cuaderno. En esta suerte de diario relataba sus días imaginarios viviendo una vida más amable, natural y real, en una casa que todavía no tenía. Pero que, con el tiempo, iba a llegar.
El reloj cantó las doce cuando esta apasionada de los pájaros y la naturaleza se encontró una nueva paloma muerta en la calle. Y se dio cuenta de que ya había perdido la cuenta. "Si la ciudad no es lugar para estos bichos, tampoco lo es para mí", se dijo, y determinó migrar a un lugar más amable. El Tigre decantó como la opción ideal.
Se conectó en Internet y buscó casas de segunda mano. Cuanto más vivida mejor. Recorrió los ríos de su infancia y se plantó en la tercera casa visitada, enamorada de sus árboles centenarios y la construcción de madera a diez metros del piso. "Era esa: ¿para qué dar más vueltas?". Con 2.000 dólares en el bolsillo y dos préstamos familiares, Laura dejó de escribir en un cuaderno para empezar a vivir su vida verdadera.
La obra que recuperó su casa sin perder su esencia llevó meses. Laura iba y venía, se quedaba a dormir una noche, luego dos, más tarde tres, hasta instalarse definitivamente. De a poco, fue ocupando los espacios, generando climas apacibles. "Acá quise que nada desentonara con el exterior, y que cada rincón, con objetos de segunda o tercera mano, contara una historia. Creo que pertenezco a otra época", se ríe. Ahora, también pertenece a su lugar.