Un hecho trágico la dejó huérfana y separada de sus hermanos: “Hablarme bien de mis padres fue fundamental para mis ganas de superarme”
Adriana perdió a su papá cuando tenía dos años y medio. Y al poco tiempo falleció su mamá. Su gran fortaleza, su temperamento, sus ganas de superarse y haber formado su propia familia la hicieron salir adelante.
El padre de Adriana Bañagasta (Evaristo) era el arquero de un equipo de fútbol del pueblo Urundel, ubicado en el departamento de Orán, Salta. Muchas veces que terminaban los partidos, cuenta ella, se reunían para comentar o discutir sobre algunas jugadas puntuales. Sin embargo, una de esas de charlas se fue de tono y terminó en tragedia.
“Según la versión familiar, uno de los compañeros del equipo que era un vecino del barrio le dijo a mi papá que era un hijo de puta y que no había atajado bien. Y sin mediar palabra, mi padre le lanzó un puñetazo y este hombre se levantó y se fue del lugar. Sin embargo, mi papá lo siguió a dos casas de donde era la juntada y ese señor le clavó cuatro puñaladas sin darle tiempo a nada. Una de esas puñaladas fue directo al corazón y le quitó la vida”, relata Adriana, según le comentaron.
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Una polémica decisión
En ese momento ella tenía apenas dos años y medio y se quedó viviendo junto a su madre, Lucia, y a sus tres hermanos: Albina (8), Ramona (5) y Evaristo (1). Esa situación tan inesperada como traumatizante, marcaría un antes y un después en la vida de Adriana y en la de toda su familia. Su mamá, que tenía 27 años, entró en una especie de shock y no pudo resolver ninguno de los interrogantes que se le iban planteando. Con ayuda de algunos familiares resolvió que en su casa cuidaría a dos de sus hijos: Ramona (que tenía parálisis cerebral) y al más pequeño de los cuatro hermanos.
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Adriana y Albina vivirían en la casa de la tía Olga, la hermana de su madre que no tenía hijos, y pudo alojarlas. Inmediatamente después del entierro de su papá se tomaron un tren que las acercó a su nuevo hogar.
“No somos tus padres, somos tus tíos Olga y Toto”
“Mi mamá era muy influenciable por su familia, sobre todo por mi abuela, y, además, sintió que no podría trabajar teniendo cuatro niños para criar. No tuvimos tiempo de hablarlo, la vida no nos dio esa posibilidad”, recuerda. Y agrega: “Yo les quería decir papá y mamá, pero no me dejaban, me sentaban y me decían: `No somos tus padres, somos tu tus tíos Olga y Toto. Tu papá está en el cielo y tu mama está en Urundel. Siempre fueron realistas, pero les estoy agradecida por su crianza, a pesar de que fueron muy estrictos y muy duros conmigo”.
Adriana cuenta que se veía con su mamá y sus otros dos hermanos en los cumpleaños y en las fiestas hasta que a sus nueve años su progenitora falleció de cáncer. “Mis tíos me hicieron respetarla y nunca la cuestioné, pero me hizo mucha falta, más cuando fui adolescente y me puse a cuestionar todo”.
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Una propuesta que aceptó con gusto
Adriana cuenta que su tía nunca la dejo faltar a la escuela, a excepción del día del entierro de su mamá.
-¿Vos querés ir al Colegio del Huerto? -le preguntó en una de las charlas que tenían, refiriéndose a la única escuela privada de monjas que quedaba a dos cuadras de la casa.
-Sí -le contestó de inmediato.
-Bueno, yo voy a dar pensión a varios obreros y cuando vuelvas del colegio podés trabajar lavando platos y las ollas -le propuso su tía.
-Sí -le contestó Adriana, muy segura.
De esa manera la casa en la que vivía se fue llenando de pensionistas, en su mayoría albañiles y electricistas de una obra en construcción que iban a almorzar y a cenar de lunes a viernes.
“Ella planchaba y los domingos hacíamos 1000 empanadas las dos solas. Gracias a ella aprendí a cocinar, a lavar bien las ollas porque se tenía que ver como un espejo porque si no me daba una paliza. Ella era un poco bruta, pero tenía un inmenso corazón solidario y era muy querida por familiares y vecinos”. La relación con Olga era buena, aunque su tía era muy dura y recta.
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Apasionada por el catequismo y el deporte
Adriana cuenta que durante su adolescencia se sentía controlada y hasta oprimida, pero, dice, sabía que era por su bien. “Mi trabajo aparte de lavar y de hacer los quehaceres domésticos era estudiar. En mi secundaria tampoco falté a clases, recibía diplomas por asistencia, mi tía me dejaba ser catequista, era del seleccionado de voley y pelota al cesto. Todo lo que fuera de estudio ella me apoyaba, en ese aspecto no me puedo quejar”.
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Ante su deseo de ser psicóloga, su tía le dijo que no podía costearle los estudios que se daban en Salta Capital por lo que le recomendó que siguiera la carrera de maestra. Y antes de finalizar la misma ya estaba trabajando en una escuela rural donde venían zafreros a trabajar en la cosecha de las cañas: “Me sentía respetada y valorada por los niños y sus padres. Aprendí que los chicos observan todo y que un simple acto de inocencia te hace reflexionar y que para ellos sos importante. Hice lazos con compañeras y directivos que pasaron a ser amigos”, se emociona.
Formó su propia familia
A los 21 años Adriana fue mamá por primera vez cuando nació Juan Àngel (35). Luego llegaron Sergio Maximiliano (32), Luciana Beatriz (30) y Josefina Alejandra (28). Más allá de que hace 19 años que se separó del padre de sus hijos, Adriana pudo formar su propia familia a pesar de todo lo que le había sucedido. “Los crie prácticamente sola, con aciertos y desaciertos, pero les di lo mejor que pude, traté de ser una buena madre, no perfecta”.
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Cada vez que Adriana, que actualmente tiene 57 años, retrocede a los primeros años de su infancia, a la hora de valorar su capacidad para superar las adversidades que le presentó la vida, está convencida de que sus tíos tuvieron mucho que ver para forjar una personalidad resiliente. “Hablarme bien de mis padres fue algo fundamental, pero particularmente me ayudaron a crear mi gran fortaleza, mi carácter, mis ganas de superarme, de querer tener una familia unida y ayudar a los demás con lo poco que yo tenía. Gracias a la vida siempre tuve a alguien que me ayudó. Literalmente me aferro a la vida y me siento bendecida al poder disfrutarla al máximo con cosas sencillas”.
Adriana está jubilada como docente y pese a que antes de la pandemia tenía a su cargo un parque infantil, como es diabética, junto a sus hijos, decidió que lo mejor era dejar su empleo. Y aprovechó ese momento para unirse a la Fundación Con Alas, con el objetivo de ayudar, servir, guiar, capacitar y contener a muchas personas necesitadas en diferentes aspectos, principalmente a mujeres en estado de vulnerabilidad.
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Después de varios encuentros y desencuentros, al ser criados por separado, Adriana pudo reencontrarse con sus hermanos y dice que actualmente se escriben o se hablan por WhatsApp casi todos los días.
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