Con varias mejoras realizadas con el asesoramiento del arq. Alejandro González, amigo de la dueña, esta casita en Cabo Polonio ganó mucho encanto en sus escasos metros
Hay siete segundos de oscuridad entre cada ráfaga. La luz rasante del faro es la única en las noches sin luna de este caserío de pescadores en Uruguay. El auto quedó en la ruta; el teléfono, sin señal ni posibilidad de carga, en algún bolso; el secador de pelo ni siquiera viajó. La experiencia de estar en Cabo Polonio no la abarca lo que da: el secreto está más bien en lo que quita.
Hacerse de un refugio de vacaciones en esta playa no es fácil: la actual dueña de este ranchito tuvo que rastrear a los propietarios anteriores hasta las Islas Canarias para lograrlo. Pero aquí todo se retribuye de un modo novedoso para el hombre urbano. Como las caminatas por la arena (para llegar a la costa o a la proveeduría del pueblo), que no tardarán en tonificar el cuerpo, ensanchar el alma y recordarnos que estamos hechos para estar en movimiento.
Javier Csecs y Sol van Dorssen