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 • HISTORICO

Un ritual para liberarnos de nuestras trampas




Juan,
Conmovedoratu última carta. Me impactó el recuerdo de cómo debían vestirse hombres y mujeres en tu colegio de la infancia.
Te cuento que acá, en esta ciudad que habitamos unos cuantos, tuve días intensos. La última semana fue una de esas en las cuales uno no sabe en qué día está parado. Estuvo invadida por una sensación de extrañeza. Quizás porque nada de lo que estaba sucediendo entraba en mi zona conocida: tuve que incorporar información nueva, recibí visitas de Tierra del Fuego, tracé en mi cabeza nuevos proyectos y tuve reuniones orientadas a caminar por nuevos senderos. A eso le sumé mi postergado festejo cumpleañero. Total, no tenía nada para hacer, ¿no?
A veces no me entiendo y no entiendo a la vida. ¿Por qué me empecino en hacer todo junto? ¿Por qué cuando decido emprender varias actividades en un mismo período, la vida se encapricha y me suma más?
Por momentos la sensación que experimento no es simplemente la de la montaña rusa, no; me recuerda más bien a un juego que había en el Italpark que se llamaba "El paraguas". Te sentabas de a dos en una silla con un paraguas que se elevaba muy lentamente hasta una altura increíble (al menos en mi memoria infantil). De pronto paraba en seco y ¡uffff!, en un segundo impredecible daba un gran envión hacia arriba para después bajar a toda velocidad, casi en caída libre. El corazón se te salía de la boca. Literalmente.
Ayer se me vino a la cabeza un fragmento de la película "Antes del amanecer". El protagonista decía algo así como: "A veces quiero escaparme de todo, entonces huyo de mis actividades cotidianas, me escapo de la gente, me encierro solo, lejos de todo. Pero aún así, me siento asfixiado. Es porque me doy cuenta de que puedo huir de todo, menos de mí. Creo por momentos que la única manera de sentirse realmente desprendido por un instante del peso de la propia mente, es teniendo sexo, consumiendo algo que te libere, o bailando. Bailando como si el mundo se fuera a acabar".
El sábado encontré la salvación a estos días que se me vieron como un maremoto implacable: bailé, bailé y bailé hasta que me olvidé del mundo y de mí.
Y ella, Florence, esta increíble artista que te comparto para que escuches mientras seguís leyendo, me inspiró a lo grande. No dejes de mirar después el video. Pura descarga corporal:
La verdad es que llegué a este último viernes con una tensión emocional que me estaba superando. Es que tiendo a ser de esas personas que no se permite explotar. Es como si no admitiera que a veces la vida me supera. Y entonces paso los días distraída de mi propio estado, segura de que tengo todo bajo control. Aparte, ¿qué derecho tengo a sentirme superada? Cada una de las cosas que estoy encarando en mi vida – proyectos, abrir las puertas a amigos viajeros, sumarme emprendimientos de otros, inyectarme hormonas para congelar mis óvulos como te conté en otra carta, terminar los trámites de mi divorcio, (endeudarme a más no poder jeje), entre otras cosas -, todas son elecciones personales. Siento que aún, con los escollos que pueda haber, todo esto es positivo para mí. Ya lo dije hace poco: entré a la mejor etapa de mi vida.
Y sin embargo, mi mente a veces me tiende trampas. Y entonces por momentos me asusto, a veces dudo y a veces siento miedo.
Pero por sobre todo, a veces me enojo conmigo. En serio, siento un enojo que no puedo explicar. Me enojo quizás justamente por asustarme, por abrumarme cuando nada de lo que me pasa es realmente malo. Me enojo porque no puedo evitar a veces seguir deseando un presente diferente a esta altura de mi vida.
El punto es que me gusta mi presente. Me gusta mi vida hoy. Creo que me enoja perderme, caer en las trampas de mi cabeza y olvidarme por momentos de esa certeza.
Y entonces pasan cosas como las que viví el sábado.
Vi la performance de Florence and the Machine y de a poco mi sentidos comenzaron a fundirse con ese fluir, en ese cantar desde lo más profundo del alma. Grité con ella; su descarga corporal se transformó en mi descarga corporal.
Creo que lo bueno de perderse entre la masa de gente e inundar el cuerpo de música, es que uno puede gritar y bailar como nunca. Largar esos gritos desgarradores al Universo "AHHHHHHHHHHHHHHHHHH". Gritos de los buenos, los que no lastiman a nadie, los que te desinflan, te destraban, te excarcelan, te vuelven liviano. Creo que cuando no tenemos la oportunidad de experimentar ese tipo de escape sano, inevitablemente igual explotamos, pero con riesgo a lastimar a un otro, que no tiene la culpa. Y a nosotros mismos.
Y después de Florence, seguí bailando hasta desprenderme, elevarme y liberarme. A veces pienso en lo excepcionales que podemos ser los seres humanos: por momentos tan racionales, tan rígidos; por otros, movemos nuestros cuerpos en un ritual llamado baile, sin que nos importe nada. Nada más que ese instante místico del cuerpo sentido y la mente desprendida.
Hoy, mientras escribo, es domingo por la tarde. Por el ventanal que da a mi balcón puedo ver una variedad de árboles, un fragmento de cielo azul que quiere asomar, tímido. Veo una pequeña marea de autos: algunos domingueando, quizás satisfechos por el asado en familia, felices por los pequeños placeres de la vida; otros acelerados e impacientes, que insultan a los gritos porque algunos frenan mal en el guiño. Desearía que estos últimos se tomen con más calma la vida, que bailen y rían más y no carguen al mundo que los rodea con tanta energía negativa.
Hasta el día de hoy, no tuve la oportunidad de conocer a ningún ser humano que no tenga alguna historia compleja en su vida. Todos alguna vez perdimos seres amados, o nos fue mal en el amor, o nos enfermamos. Nos caímos.
Tengo la sensación de que existen personas que piensan que sólo a ellos les pasa todo lo malo. Caen en la trampa y le gritan con ira al mundo y se niegan a bailar. Y están los otros que saben que la vida no es fácil, le pegan unos cuantos gritos al Universo y apenas recuerdan lo liberador que es, también bailan.
Pero algunas veces somos de los que nos gusta bailar, pero nos olvidamos y reaccionamos mal.
No quiero olvidarme. No quiero ser un ser gris que le grita a otra persona desde un auto. No quiero contestarles mal a los que quiero.
Sabés, hoy a la noche tengo que aplicarme por primera vez dos inyecciones de hormonas.
Me asustaba un poco. Tenía mucha incertidumbre y temor de hacerlo mal.
Pero me olvidé un rato de mi cuerpo, le grité al Universo con todas mis fuerzas, bailé hasta que no sentí más mis piernas y algo mágico sucedió: me liberé de las trampas de mi mente y ya no estoy enojada; y por hoy, ya no tengo miedo. Todo va a estar bien.
Beso,
Cari

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