Un siglo
Fue, para muchos, el primer hotel de lujo de América del Sur. En esta nota, los 100 años del Plaza, un emblema de la vida porteña
Corría julio de 1909. Unos meses más tarde se festejaría el centenario de la Revolución de Mayo. La Argentina florecía. Los europeos solían decir "rico como un argentino" y a Buenos Aires la llamaban "la París de Sudamérica".
Era de lo más moderna. Por sus calles circulaban 2000 tranvías, funcionaban 90 salas de cine, se publicaban 23 periódicos; estaba en marcha la construcción de la línea A de subtes y se inauguraba un edificio moderno y lujoso, el primer rascacielos de la ciudad (el Kavanagh se construyó en la década del 30; ver recuadro). El Hotel Plaza (hoy Marriott Plaza Hotel) se alzaba como un coloso escoltado por las escasas construcciones bajas que habitaban la desolada zona del Retiro.
Dos años antes, el empresario Ernesto Tornquist había mandado construir el hotel en ese entonces inhóspito barrio. ¿Por qué allí, en un lugar marginal? Era una zona anegada porque el río pasaba al lado. Cerca estaba el desembarcadero y se habían instalado diversas industrias, como jabonerías, saladeros y curtiembres. La imagen de la plaza estaba muy alejada de la urbana y a la vez refinada belleza de hoy. En el predio había funcionado el mercado de esclavos y, luego, una plaza de toros. Lo más interesante, quizás, era el museo de bellas artes que se llamaba Pabellón Nacional y cuya estructura había sido expuesta al lado de la Torre Eiffel, en la Exposición Universal de París, en 1889. Sólo un par de familias patricias tenían residencias allí, entre ellas, las de los Anchorena y los Haedo.
Sin embargo, Tornquist era un verdadero visionario. Su ojo sabía muy bien hacia dónde enfocar: cerca estaban el puerto y la estación de trenes. No podría fallar; con los años iba a demostrarlo. Además, los hoteles de la época estaban en la Avenida de Mayo, y no eran de categoría. El Plaza iba a ser digno de un público de terratenientes provincianos muy adinerados y de visitantes europeos con los que la nueva clase alta se codeaba.
El edificio se armó sobre la base de una estructura de hierro, muy original para la época. La mayoría de las grandes obras de ese momento llevaban entre 7 y 10 años. Sin embargo, esta estructura permitió que sólo demorara dos.
En la ciudad predominaba el eclecticismo historicista. Es decir, una combinación de estilos arquitectónicos de otras épocas. Por otra parte, estaba de moda lo "neo" (neobarroco, neorrenacentismo y otros). Así, este hotel de 7 pisos resultó una combinación de criterios de composición francesa y algo neoyorquina, más que nada por ser un rascacielos.
La anécdota más curiosa está relacionada con un esposo enamorado, capaz de mover una torre. Rosa, la mujer de Ernesto –y su sobrina, a la vez–, con la que tuvo 13 hijos, solía hacer bordados para caridad. Para esto utilizaba un altillo que quedaba en la casa contigua al hotel, a la que la familia se había mudado para estar cerca de la obra, en Florida y Charcas. En el plano original, el arquitecto Alfred Zucker había proyectado dos torres, una de las cuales taparía la luz natural que entraba por la ventana del altillo de Rosa. Fue por eso que Tornquist pidió expresamente a Zucker cambiar los planos originales. Hasta hoy se puede ver cómo quedaron desplazadas y retiradas de la línea municipal ambas torres.
La ciudad está de fiesta
Tornquist murió unos meses antes de que la obra concluyera. El hotel se inauguró el 15 de julio de 1909, bajo la dirección de Carlos Alfredo Tornquist, hijo de Ernesto. Se puede decir que fue el primer hotel que se abasteció a sí mismo: tenía talleres de ebanistería, y los cortinados y las alfombras se hacían allí. Además, contaba con detalles que lo hacían sumamente moderno, como una escalera mecánica a la que llamaban escalera ascensor (no existían hasta ese momento), los placares de las habitaciones encendían una lucecita al abrir la puerta, y hasta había una conexión telefónica con Rosario (en la época, segunda ciudad más importante del país).
Tornquist hijo tuvo la idea de organizar fiestas semanales, no sólo para que se conociera el hotel, sino también para que la gente hiciera sus contactos pertinentes, que seguramente derivaban en fructíferos negocios. El restaurante El Grill, que en ese momento era el más informal del edificio, era ideal para que sociabilizaran los comensales, e hicieran comentarios sobre los hermosos azulejos que revisten las paredes, que fueron traídos de Delft, Holanda, ciudad especializada en esos mosaicos. Otra de las piezas que seguramente suscitaba conversación era el primer intento de aire acondicionado: un gran ventilador de techo, importado de Pacá (territorio indio), que constaba de una imponente y pesada tela rodeada de barras de hielo. Al encenderlo, esa especie de imponente telón se balanceaba de un lado al otro despidiendo una fresca brisa que dejaba boquiabierto a más de un comensal.
El Plaza fue la meca del tango. Allí comenzaron a tocar las orquestas en vivo.
Los años pasaron con éxito, y las personalidades también: reyes, príncipes, presidentes y actores figuran en la lista. Juan Carlos y Sofía, Theodore Roosevelt, el sah de Persia con su tercera esposa, Farah Diva; Indira Ghandi, Joan Crawford, Catherine Deneuve, Sophia Loren, Walt Disney, y hasta Louis Armstrong, que para agradecer una serenata de un grupo de fans abrió la ventana y se sumó con su trompeta.
Hay que destacar la presencia de Luciano Pavarotti, en el año 1987, justo cuando se reinauguraba El Grill, que había permanecido cerrado por un largo tiempo. Allí el tenor ofició de anfitrión. Eso sí, tenía pedidos muy particulares y un tanto caprichosos: quería una cocina dentro de la suite, porque le gustaba prepararse sus propias comidas; también pidió una cama especial con una tabla de madera, como elástico, y un colchón duro. Asimismo, cuando se enteró de que la mesa de su habitación había sido usada por María Callas y Toscanini la quiso comprar, pero el hotel se la obsequió.
Sin embargo, no fue el único tenor que dio que hablar: en su visita, Enrico Caruso se puso a ensayar en su habitación. Tal fue la resonancia de su voz en el allegro vivace que el espejo del botiquín se rompió.
Para visitarlo : el Marriott Plaza Hotel ofrece un recorrido histórico por sus instalaciones, a cargo de Eternautas Viajes Históricos, los miércoles, hasta fin de año. Sólo basta inscribirse llamando por el 4318-3060. Por otra parte, los amantes de la comida pueden revivir en el hotel el menú de la belle époque.
Amores y odios
Mercedes Castellanos Anchorena mandó construir, en 1916, la basílica del Santísimo Sacramento. Quería verla desde su habitación, en el actual edificio de Cancillería, cruzando la plaza San Martín. Su hijo Aron tenía una relación sentimental con una mujer mayor que él, Corina Kavanagh. Mercedes no aprobaba ese amorío, y hubo una terrible trifulca entre ambas. Cuenta una leyenda que por eso los Kavanagh pensaron en levantar un altísimo edificio justo delante de la iglesia, para tapar la visual desde varios ángulos.
El Kavanagh y el Plaza están tan unidos que su interacción siempre fue constante. Cuando se alzó el Kavanagh, algunas habitaciones del edificio que miraban hacia el hotel se llenaban de humo, pues daban directo hacia las chimeneas del Plaza. Esto se resolvió implementando un sistema de presión en el que el humo de la chimenea del restaurante va por debajo de la tierra y sube por la chimenea del Kavanagh.