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 • HISTORICO

Un sonido diferente




¿Por qué alguien se come un pancho a las 8 de la mañana? Veo esa misma escena todos los días cuando bajo del tren, y recién hoy me animo a preguntarle a uno de esos tempranos comensales por qué almuerza a esa hora. "En realidad es mi cena, anoche mientras todos estaban con el tema de las elecciones yo estaba trabajando", me explica Martín, listo para apurar el paso hasta el vagón que lo llevará a su casa a dormir, aunque no tanto, porque hoy quiere aprovechar que su hija no tiene clases para estar con ella.
No sé ustedes, pero en días como hoy (que es lunes a pesar de que esto vaya a salir el miércoles) yo siento la calle distinta. No sé si serán las escuelas sin los alumnos y sus gritos o que cada uno va metido en su propio mundo; pero en la calle hay un silencio de otro color, un sonido diferente. Supongo todos pensamos más o menos en lo mismo, y que ya no queda tanto para decir y sí mucho más para reflexionar. Me gusta pensar que es así, que el día después de las grandes fechas deja una marca en la memoria. Recuerdo que aquel 21 de diciembre de 2001 me desperté con la duda de si habría colectivos, pero me subí al 80 y fui a trabajar como todos los días. No era un día cualquiera, pero había que cumplir con las obligaciones.
"Los laburantes y los que no vivimos de la política mañana tenemos que levantarnos e ir a trabajar igual", escribí en Twitter, convencido de que para los miles de tipos como yo todavía no había nada diferente, ninguna novedad. Un candidato resultaba electo y el otro no. Los analistas políticos, que de golpe se multiplicaron por decenas en cualquier canal de TV, jugaban al juego de adivinar, de operar o de explicar lo que para ellos es verdad. Mientras eso pasaba, mi mujer conseguía dormir a Benjamín mientras yo preparaba algo para comer; y así, casi como cualquier otro, terminaba este día tan importante.
Votar a un candidato o a otro no cambia de manera radical la vida cotidiana de aquellos que somos lo que hacemos, en cada uno de nuestros trabajos. Sí cambia nuestra capacidad de soñar, de ilusionarnos, de proyectar un futuro mejor para nuestros hijos, de alcanzar el objetivo de que dentro de unos años ellos tengan a por lo menos dos (o diez, mejor) candidatos serios a los que votar, que resulten confiables, respetables e íntegros. Que haya dos alternativas de país, como nos decían, y que ambas sean caminos para estar mejor. Nunca existe una sola manera de hacer las cosas.
Por ahora desconfío, porque es mejor ser desconfiador que opositor así porque sí. Quiero que le vaya bien a Macri como también quería que le hubiese ido bien a Scioli si hubiera ganado. Que nadie pierda su trabajo ni que necesite más de uno para poder vivir. Por una vez me gustaría sorprenderme, que un político se preocupe por el bienestar de los trabajadores y no por la construcción de poder, y que se considere trabajador al albañil y al operario, pero también al abogado, al bancario, al diskjockey, al que hace relaciones públicas y al periodista. Y al empresario… bueno, que sepa que su negocio también funciona por tipos como Martín, que vive al revés que todos porque alguien tiene que hacerlo.
Ahora entiendo que, al menos para mí, la calle suena diferente, porque más o menos esto es lo que pensé en el trayecto desde casa hacia el trabajo. Es ingenuo, lo sé, pero en días como estos, en los que la calle suena y se ve diferente, me gusta pensar que, finalmente y de una buena vez, las cosas pueden funcionar. Y si no, a estar a atentos, porque ya estamos preparados para exigir cada día un poco más.
Algunos para renovar la fe van a misa. Yo lo hago teniendo la posibilidad de elegir.

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