Una familia de Mar del Plata decora su casa y contagia espíritu navideño hace 48 años
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MAR DEL PLATA.- Cuando el famoso "Jingle Bells" comienza a ser el leitmotiv escuchado a cada paso, algo sucede en una casa de Mar del Plata. Una experiencia singular que, sin exagerar, podríamos decir que es única en el mundo. O al menos con muy pocos antecedentes. Cada diciembre, en Olazábal 2838, la familia Kroplis abre las puertas de su hogar para que niños, y no tanto, revivan el espíritu de la Navidad. Los Kroplis tematizan su propia vivienda con árboles, figuras, luces, efectos especiales, y hasta el sonido de los cascabeles que estimula la creencia de un Papá Noel cercano, acurrucado en su guarida antes de iniciar el reparto de regalos y deseos cumplidos. A varias cuadras del mar y apartada del casco céntrico, la residencia de los Kroplis bien podría ser la geografía de un cuento de Charles Dickens. Es que, al igual que el autor inglés, esta familia también, a su modo, apelada a la Navidad como modo de resistencia al embate consumista y a la distorsión de las raíces profundas que sostienen esta celebración religiosa y ecuménica.
Este sábado 15 de diciembre, a las ocho en punto de la noche, como desde hace 48 años, se encenderán las luces que iluminarán las estampas representativas y celestiales, y se comenzarán a escuchar los villancicos de fondo que acariciarán amorosamente a los visitantes. Una vez más, se pondrá en marcha la magia que la familia Kroplis regala a vecinos y turistas que se acercan a su propia residencia, convertida en la famosa Casita de Navidad marplatense visitada por miles de personas a esta altura del año.
"Nosotras nacimos y vivimos en la Casita de Navidad. Esto surge en 1970, cuando nuestro padre, Estanislao, nos impulsa a mostrar en el jardín lo que habíamos hecho con nuestros alumnos de pintura durante todo el año", explica Amelia Graciela Kroplis. Su hermana, Ana María, sabe que la ilusión de los chicos es un tesoro sagrado que no debe esfumarse con el correr de las generaciones. Allí reside buena parte del motor que las impulsa a repetir la experiencia cada temporada: "Nuestros abuelos nos contaban los cuentos navideños, nos inculcaron toda esa fantasía. Nosotras queremos trasladar eso a la gente, para que no se pierdan la tradición ni los valores que hoy tienden a desaparecer. Nos interesa, especialmente, que se una la familia".
Ana María y Amelia son artistas plásticas que durante los 365 días del año disfrutan del trabajo en el propio taller. Aunque ya no dan clases, sueñan con facilitar ese espacio para que otros artistas puedan compartir la destreza de la creación artística. La primigenia Casita de Navidad estaba ubicada en la calle Alvarado al 3944, el hogar de los abuelos inmigrantes que se radicaron a orillas del Atlántico en 1927, provenientes de Rusia, Alemania y Austria.
"El abuelo ruso era pintor de obra, pero pintaba cuadros por afición. Y nuestro padre era pintor de letras, hacía cuadros y, sobre todo, diseñaba escenografías. Será por eso que nuestra pasión es el dibujo. En aquella casa teníamos un taller artístico para niños con el que desarrollábamos una gran producción", explica Amelia Graciela. En 1970, era tal la cantidad de alumnos y obras que el padre de las hermanas Kroplis sugirió exhibir la producción completa, que contenía abundantes referencias a la Navidad, en el jardín de la casa, sin imaginar que allí comenzaría un acontecimiento que pronto llegará a los cincuenta años de vida. Estanislao Kroplis falleció en 1998, pero su iniciativa continúa vigente, saludable. Cada año, con más visitantes deseosos de asistir a la experiencia, de ser parte de la epifanía.
Ensueños
La casa es rápidamente identificable. Sale del estándar. No es común. Su techo a dos aguas remite a un cálido refugio andino, aunque alejado de las nieves eternas y muy cercano a lo tropical. Una verdadera selva enmarca a la propiedad que hasta supo tener lago propio y un puente que lo cruzaba. "Queríamos generar un bosque en plena ciudad", confiesa Ana María sobre aquel objetivo ampliamente cumplido. Los listones de madera con los que fue construida pertenecen a la vieja rambla marplatense. "La habitación de la casita que se ve desde la calle, era la de mi papá. Cuando falleció, decidimos dejarla decorada todo el año como homenaje a él. Nadie la utiliza", explica Ana María. Aquí bien vale aquello de todo el año es Navidad. "Se trabaja todo el invierno. Mi esposo tiene un almacén y, a medida que podemos, vamos comprando los materiales y creando las figuras. No es fácil, todo cuesta mucho. Además, ya no contamos con subsidio de luz, así que el esfuerzo es mayor", explica Amelia. La Casita de Navidad fue declarada de Interés Municipal, Turístico y Cultural. Con todo, ningún organismo estatal participa en la organización ni en el otorgamiento de partidas presupuestarias. Todo se hace a pulmón.
"A comienzos de los 70, nos anotamos en un concurso de ornamentación navideña que hacía la Dirección de Turismo. En general, participaban casas del barrio Los Troncos, chalets muy imponentes que se decoraban con luces. Lo nuestro era más humilde, artesanal, y estábamos en una zona alejada. Pero, ganamos el Primer Premio. Ahí hicimos la promesa de seguir haciéndolo mientras pudiéramos", recuerda Ana María.
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Alan tiene 30 años, es DJ y es el hijo de Amelia. Su vocación es la música, la tecnología y el diseño lumínico. Abocado a la presentación de un espectáculo multimedia con el que sueña hacer una performance en Berlín, cada diciembre es el encargado de aportar toda la infraestructura de luz al evento: "Me divierte hacerlo. Además, tengo todos los equipos para poder recrear un espacio con mucha fantasía. Cada año modifico algo y voy modernizando lo que va quedando en desuso". Alan se crió en la Casita de Navidad. Un extraño privilegio para un niño que convivía con la esencia navideña todo el año: "Cuando les decía a los chicos de mi grado que vivía en la casa de Papá Noel, me miraban como si estuviese loco. Hasta que llegaron las maestras de visita y entendieron todo".
Fenómeno social
Cientos de personas surcan, cada noche, el sendero que conduce desde la calle hasta el taller de pintura de las hermanas Kroplis. En ese trip, los visitantes se encuentran con diversas representaciones y efectos sonoros y lumínicos. Cada año, una consigna se convierte en el referente de la celebración. Esta vez será: "En búsqueda de la ilusión".
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Desde el 8 de diciembre, una bota de Papá Noel gigante se emplaza en el jardín delantero para que todos puedan depositar sus cartas con pedidos no siempre acordes a los "precios cuidados". "Los chicos dejan sus cartas y arrojan monedas", explica Ana María, mujer de trenza larga y rubia que delata su origen europeo. Más de mil cartas por año son las se depositan en la bota. Las Kroplis las conservan como un trofeo preciado. Es que allí descansan pedidos imposibles, otros más realistas. Ilusiones. Sueños. Y deseos bien profundos, esos que no se compran con la billetera. "Muchos chicos piden que sus padres vuelvan a estar juntos. Y varios pidieron comida", dice Ana María. Amelia, por su parte, recuerda que "hubo grupos de niños que agradecían conocer el mar. Y, en el año 2001, cuando hubo una crisis muy grande de la pesca, un chico pidió que las merluzas tuvieran muchas merlucitas para que su papá pudiese trabajar".
Curiosamente, Papa Noel no es encarnado como un personaje tangible, vivo. "Queremos que sea tácito, apelar a la imaginación. Por eso, permanentemente hay sonidos que impulsan a la fantasía. Los chicos entran y lo buscan. No lo mostramos porque queremos que no se rompa esa ilusión. Hacemos sonar cascabeles y les contamos a los chicos que Papá Noel trabaja en el taller que todos pueden visitar", dice Ana María con tanta expectativa como si ella misma se dejase llevar por la historia.
De una casa a una cuadra
Desde hace varios años, la Casita de la Navidad contagió a sus vecinos. No son pocos los que emulan a las Kroplis y también arreglan sus jardines con sus mejores pompas. A tal punto se irradió el fenómeno que, cada año, se corta el tránsito de la calle para que los visitantes se puedan desplazar tranquilos, tomarse fotografías en los frentes decorados y esperar ansiosos el ingreso a la famosa Casita. Amelia reconoce que "desde 1974, se fueron contagiando los vecinos. Papá soñaba con poder multiplicar su idea". Tal fue la empatía con la creación de Don Estanislao que muchos vecinos, décadas atrás, hasta recurrían a los Kroplis para pedirles figuras y adornos prestados.
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Cada temporada, la emblemática Guardia del Mar inaugura el evento. Los puestos de comida y artesanías le suman color al paseo, pero las hermanas Kroplis hacen especial hincapié en aclarar que ellas no tienen relación alguna con el movimiento comercial generado en torno a su propia casa que cuenta con tres pesebres diferentes.
Los Kroplis no eran una familia numerosa. Cuando Ana María y Amelia eran pequeñas, la mesa estaba conformada por sus padres y dos abuelos. Un árbol que escondía golosinas y se descubría a la medianoche y los inolvidables cuentos narrados por los mayores fueron la semilla de un fenómeno hoy disfrutado por miles.
"Recibimos a la gente con todo nuestro corazón. Nos gratifica fomentar la ilusión y la esperanza. La gente nos dice que esta casa irradia paz. Para nosotros es muy grato lograr eso", se emociona Amelia. Su hermana, que tampoco puede ocultar las lágrimas confiesa que "la Casita de Navidad es un mensaje de paz y de unión familiar. Acá llega gente enferma, discapacitada. Personas que piden deseos muy profundos y que llora cuando ingresa en nuestro bosque".
Desde este sábado, el fenómeno nuevamente volverá a mixturar la ilusión depositada en una casa que parece de ficción y en aquel barbudo habitante de pelo cano al que no se lo ve, pero se lo presiente. "Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año". Las palabras de Charles Dickens bien podrían ser las de las hermanas Kroplis. Una definición que se convierte en el sentido de sus vidas.
Lo que hay que saber
- Olazábal 2838, entre Garay y Castelli, Mar del Plata.
- Abierta del 15 de diciembre al 6 de enero. Todos los días de 20 a 23 horas.
- Ingreso libre. Se cobra un bono contribución para acceder al taller.