Una puerta al planeta de Alexander Calder
NUEVA YORK.– Los padres de Alexander Calder no querían que fuera un artista. Anhelaban para su hijo una vida distinta de la de ellos –él, escultor; ella, pintora–, alejada de las vicisitudes que, a veces, suelen rodear a quienes se abocan al arte. "Sus padres no querían que sufriera", dice Alexander S. C. "Sandy" Rower, su nieto, flanqueado por varias de las icónicas esculturas móviles creadas por su abuelo, que gobiernan un soleado penthouse de altas ventanas en Chelsea, un barrio en el lado oeste de Manhattan. "Su padre, su madre, le decían: «Andá y sé otra cosa más que un artista». Ser artista es una vida dura", cierra.
Calder siguió el consejo de sus padres, y decidió estudiar ingeniería mecánica. El motivo: un amigo que le caía bien se anotó en la carrera, y él lo siguió. Durante años, trabajó como ingeniero hidráulico y automotriz, en un campamento maderero, como cronometrador, y como bombero en la sala de calderas de un barco. Fue en la cubierta de ese barco donde Calder despertó, un día, durante un viaje desde Nueva York hacia San Francisco, y vio el sol y la luna llena en horizontes opuestos. La experiencia dejó una marca duradera. Poco tiempo después, Calder dio vuelta su vida: abrazó el mismo oficio que antes habían elegido su padre y su abuelo, y comenzó a trazar una de las marcas más profundas en la historia del arte con una exploración universal que recorre su obra.
Al mirar sus comienzos, esa experiencia, hubo quienes vieron en Calder a un ingeniero devenido artista, que intentaba replicar el universo en su obra. Rower lucha contra esa idea: es una malinterpretación, dice, de Calder y de su obra. Calder no fue un ingeniero que se convirtió en artista; era un artista con un sentido innato, intuitivo de la ingeniería. El arte estuvo presente toda su vida, desde su infancia. "Él atravesó un proceso de maduración", dice Rower. En los 60, continúa Rower, la definición de Calder se convirtió en "acá hay un ingeniero que nos dio todos estos móviles".
"Entonces piensan que estos son objetos calculados, sin entender que cada una de las esculturas que hizo es un objeto emocional. Los hizo emocionales. No calculó ningún equilibrio. No tenía ninguna ecuación para calcular cómo hacer que las cosas funcionen", hilvana Rower.
Calder llegará a la Argentina el mes próximo, de la mano de una muestra organizada por la Fundación Proa, Alexander Calder: Teatro de Encuentros, curada por Sandra Antelo Suárez. Será la muestra más grande que jamás se haya visto en el país de uno los escultores más importantes que dejó el siglo XX, y una de las más significativas que ha pisado América Latina.
Rower y Antelo Suárez reciben a LA NACION revista para hablar de Calder, y sobre esa muestra, en el penthouse de la Fundación Calder, que se ha dedicado, bajo la tutela de Rower, a mostrar, preservar e interpretar la obra de Calder. Una buena parte de la conversación, que ocurre entre célebres móviles iluminados por la generosa luz del sol de verano, gira, justamente, alrededor de este último punto: Rower remarca, en un par de oportunidades, que su abuelo fue malintepretado, que hubo críticos que no lo entendieron. Su responsabilidad, continúa, es "recontextualizarlo", abrirlo a la gente para que lo explore y decida su relevancia. "Darle a Calder otra oportunidad. Ese es mi trabajo", afirma el nieto.
Esa explicación sobre Calder incluirá luego conceptos densos como universo, mecánica cuántica, gravedad, vacío o multidimensionalidad.
"COMPLEJIDAD MÁS PROFUNDA"
Calder es famoso por sus esculturas monumentales, muchas de las cuales descansan al aire libre, y sus "móviles", un nombre acuñado por su amigo, el pintor y escultor Marcel Duchamp, durante una visita, en 1931, al estudio de Calder en París. Ese trabajo, quizás el más popular de Calder, ofrece la primera muestra de esa mirada errónea sobre el trabajo del escultor de la que habla Rower: cree que existe una apariencia de accesibilidad, la idea de que es "poético" y es "etéreo"; liviano. Un crítico pensó en el universo, y de repente una pieza del móvil se convirtió en el sol. Eso, dice Rower, pierde de vista una "complejidad más profunda". No se trata del sol y de la luna.
"Calder estaba tratando de explorar, de una manera no científica, de una manera emocional, cuál es la fuerza vinculante, cuál es la fuerza universal, algo mucho más grande que el universo. El universo es infinito. Sigue para siempre. Él está buscando la fuerza universal", comienza Rower.
"¿Cuál es la razón por la que tenemos una chispa de vida en nuestros ojos? El minuto en el que morís, se va. No sabemos cómo cuantificarlo científicamente. Él está tratando de entender qué es esta fuerza, y explorarla en la escultura. Es, a la vez, una búsqueda espiritual, una búsqueda no religiosa, la identidad de los humanos, la realidad de estar vivo, la vitalidad. ¿Qué es eso? ¿Cómo se puede expresar eso en una escultura? Las esculturas parecen tener algún tipo de calidad sensible. Mucha gente los mira, y siente [Rower se pone de pie en se momento, se acerca a uno de los móviles y lo toca] este es de 1939, 1940, y cuando tocás acá, todas estas repercusiones aparecen, toda esta energía viva sale de la escultura", continúa, mientras el móvil vibra. "Algunas personas responden, algunas personas no, esto está bien también. Pero si estás presente, y empezás a ver el movimiento en oposición, y la secuencia para regresar a estar en armonía, es una definición del ser humano. Pero no se trata del sol, la luna y las estrellas. La mecánica cuántica es algo muy fascinante", termina.
En un puñado de segundos, salta de palabra en palabra, Rower logra hilvanar la "búsqueda espiritual" de Calder con la vitalidad y la mecánica cuántica. No será la última referencia dura que ofrecerá a lo largo de la charla. Rower cuenta que, ya desde chico, cuando su abuelo comenzó su exploración artística, tenía "un sentido innato de ingeniero". Su carrera lo llevó a París en los años 20. "Era el centro del mundo", justifica Rower. Con algo de ayuda de sus padres, comenzó a forjar su carrera. En uno de los viajes por el Atlántico conoció a su mujer, Louisa James. Se casaron en 1931. Esa década marcó su salto, y para la siguiente, ya de regreso en los Estados Unidos, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) organizó una retrospectiva de su obra, en 1943.
Curiosamente, la muestra que se verá en Buenos Aires a partir del sábado próximo tiene un vínculo con esa exhibición en el MoMA. Una de las obras más vanguardistas de Calder, la principal de la muestra que se verá en las galerías de la Fundación Proa, quedó fuera de esa retrospectiva. Calder le escribió al curador del museo, James Johnson Sweeney, y le pidió que la incluyera. Pero el curador y el museo optaron por excluirla, tal vez, porque "era una obra compleja para su tiempo", ensaya Antelo Suárez, en su comentario de curaduría. "No podían entenderlo", dice, más directo, Rower.
MOMENTO DECISIVO
La obra, Small Sphere and Heavy Sphere (Esfera pequeña y Espera pesada), el primer móvil colgante de Calder, marca, en la visión de la curadora, "un momento decisivo" en su obra, en cuanto "aclara su búsqueda del potencial que existe en la acción, la reacción y la interacción". Antelo Suárez describe a la obra como una proposición, "con un programa abierto y colaborativo". El espectador participa del acto creativo. Hay vulnerabilidad, y tensión. En las palabras de Duchamp, citadas en el comentario que escribió Antelo Suárez: "Después de todo, el artista no es el único que lleva a cabo el acto creativo; el espectador pone la obra en contacto con el mundo exterior, al descifrar e interpretar sus cualidades internas, y contribuye así al acto creativo. Esto se vuelve todavía más obvio cuando la posteridad da su veredicto final, y a veces rehabilita artistas olvidados". O, en este caso, "obras olvidadas", apunta la curadora.
A Antelo Suárez le gusta decir que Calder es una "proposición", y dice que disfruta del hecho de que es un problema. "Si hay un problema, hay maneras de participar", apunta. "Para mí, Calder siempre está en busca de esas participaciones", agrega. Calder es un embaucador, define.
La exhibición en el país, que tendrá unas 60 obras del escultor, ofrece, en las palabras de la curadora, una forma de "ver el mundo de posibilidades de Calder". Una invitación a formar parte de ese proceso creativo del que hablan Rower y Antelo Suárez.
"Buenos Aires es una ciudad de teatros. Es una ciudad de drama. Es una ciudad de melancolía. Cuando mirás el tango, cuando ves la prostitución, cuando mirás a la inmigración. Y estoy deseando ver a Calder en diálogo con Buenos Aires", dice Antelo Suárez. Deja un anhelo con aroma a pedido: que la gente disfrute –y participe– de la muestra sin sus teléfonos celulares.
La muestra estará dividida en cuatro galerías. Una, dedicada a los primeros años de su obra; otra, a los móviles, con trabajos de los años 40 y los 50; una tercera con su trabajo de la esfera, y una sorpresa en la galería restante, sobre la cual Antelo Suárez mantiene el misterio. Rower cree que la exhibición propondrá una introducción para explorar a Calder. "Lo más excepcional de su trabajo es que postuló que su trabajo estaría aquí, ahora, en 2018, frente a nosotros, y entonces podrías tener una experiencia personal con él en tiempo presente. No era un documento. Calder es una experiencia en este momento, en esta vida, en vos, ¿tenés calor?, ¿tenés frío?, ¿hay humedad?, ¿qué está pasando?, ¿cuáles son las fuerzas invisibles que están sucediendo ahora mismo, en este momento?", apunta.
Rower dice que Calder es la persona más generosa que ha conocido. Regaló una buena parte de su obra, a veces por ningún otro motivo más que porque le agradaba una persona. Podía ser el médico, o un granjero vecino. Rower lo describe como una persona seria, con un sentido del humor que podía llevarlo a "hacer una broma que podía ser en tu detrimento".
"Cuando estaba en el estudio, yo solía estar en el estudio con él, por lo general, si un curador venía de visita, lo recibía, nos dejaba estar ahí por unos cinco minutos, y luego nos mandaba afuera y él se ponía de vuelta a trabajar", recuerda. Calder lo dejaba usar sus herramientas, sus materiales, cortar el metal, unirlo, jugar con las texturas y las formas. "Tan pronto como hacíamos algo inapropiado, nos enterábamos muy rápidamente de su disgusto, y él nos echaba fuera", recuerda. Su familia era muy unida, y Calder pasó los últimos años yendo y viniendo desde París, su segundo hogar. "Venía a Estados Unidos dos veces al año, y después volvía a Europa", rememora.
Eran épocas turbulentas en el país. Richard Nixon era el presidente al frente de una sociedad muy dividida, que soportaba la carga de la prolongada guerra en Vietnam. Latía la Guerra Fría, la proliferación nuclear. Calder era muy activo políticamente, recuerda Rower, y marchó en Washington en una época cuando, como sucede ahora, los ánimos estaban crispados y la gente volcaba su frustración en las calles. Estaba tajantemente en contra de la proliferación nuclear.
"Creo que lo extraordinario de él es que se movió más allá de las tres dimensiones", apunta Rower, al seguir deshilachando el trabajo de su abuelo. Calder, más que ningún otro escultor, entendió e incorporó la cuarta dimensión en su obra, y marcó así un quiebre. En palabras de Rower: "Así que Calder incorporó el tiempo, pero estaba explorando la multidimensionalidad, todo esto acerca de cuál es la fuerza vinculante de toda masa, ¿por qué es que una partícula en una molécula, los núcleos, por qué no se está deshaciendo? Hay una fuerza que lo mantiene unido. ¿Qué es esa fuerza, esa fuerza invisible? La llamamos gravedad. ¿Qué es la gravedad? No lo sabemos. Incluso hoy, científicamente, no tenemos definición de lo que es la gravedad. Tenemos las circunstancias de la gravedad, pero no sabemos qué es la gravedad. No sabemos por qué no volamos del planeta", continúa, y luego de una pausa muy breve, termina: "Explorar todo eso es lo que lo hace importante; es lo que lo hace relevante".