Viajera crónica: destinos para visitar en primavera

Siempre que puedo planear un viaje en el que caminar por la ciudad sea lo fundamental, busco esa sensación de primavera. Mi unidad de medición es apenas un saquito para el atardecer: si puedo sobrevivir con ese abrigo, es perfecto. No hay nada como sentarse en una mesita de París en primavera a tomar algo y ver la gente pasar, o caminar por las calles desoladas de Venecia de noche, cuando van desapareciendo los turistas. No hay como perderse en las escalinatas y acantilados de la Costa Amalfitana y terminar con los pies en el agua. O caminar junto a una playa escondida de Nueva Zelanda mientras cae el sol.

Pero cuando supe del florecer de los cerezos en Japón, entendí para siempre la diferencia entre la primavera y el resto de las estaciones. Ya había escuchado mucho sobre esta tradición, pero lo cierto es que esta flor se acopla a la maravilla de la naturaleza, todo se vuelve rosa por unos pocos días, y caen pétalos con apenas una brisa, lo que produce una lluvia casi mágica.

Hay muchas historias alrededor, y una leyenda cuenta que esta flor era el emblema de los samuráis, ya que su aspiración era morir en batalla y no marchitarse, como tampoco se marchita la flor del cerezo en el árbol. Y me emocioné mucho cuando supe que estaría ahí en abril. Lamentablemente, llegué unos días después y no logré ver el festival del Hanami (flores) en Tokio, donde la gente hace un gran picnic multitudinario solo para observar el sakura (florecer del cerezo).

Sin embargo, Japón se encargó de que esta tradición se repitiera en otros países y regaló a EE. UU. muchos árboles de este tipo. Por eso, en Nueva York existe un festival en el que puede apreciarse, que se desarrolla en el Jardín Botánico de Brooklyn, en donde miles de cerezos en flor te reciben en el mes de abril, te abrazan y te llevan un poquito de la cultura japonesa, en donde esta flor es símbolo de la belleza de la naturaleza y lo maravilloso del renacimiento de la vida, como un nuevo comienzo.