Cambalache. Vicios históricos
Hay momentos en los que parece que la humanidad está instalada en un orden de cosas que data de siglos y que no da muestras evidentes de cambios profundos
Será la edad que uno tiene? ¿Serán los cambios de un mundo en constante mutación? ¿Será que cada uno de nosotros pertenece a una época determinada y no puede adaptarse a nuevas alternativas? ¿Será rigidez necia y apego a formas y costumbres que han perdido vigencia?
Preguntas de dinosaurios frente a computadoras, celulares, twitters, facebooks, netbooks y demás aparatos que hasta hace veinticinco años eran sólo afiebradas fantasías anticipatorias de un futuro que parecía mucho más lejano en el tiempo.
Hay momentos en los que parece que la humanidad está como adormecida e instalada en un orden de cosas que data de siglos y que no da muestras evidentes de cambios profundos. Pero eso es sólo aparente, ya que las sociedades tienen una cara exterior y otra interna, subterránea, alternativa y marginal que subyace en las raíces y que va madurando a veces muy lentamente hasta llegar a la erupción violenta, como un volcán adormecido por años que, de pronto, despierta sembrando la perplejidad, el miedo y el pánico a su alrededor. Parecen ser imprevistos y repentinos estos cambios, y sin embargo, posteriores estudios y análisis históricos muestran claramente antecedentes, intentos abortados y señales nítidas de lo que se estaba cocinando en las entrañas más recónditas del grupo social. Efectivamente, ni la caída del Imperio Romano, la toma de Constantinopla, o la irrupción del cristianismo, ni la imprenta, la pólvora, o los descubrimientos geográficos (que por supuesto fueron descubrimiento para una parte del mundo y no para los habitantes originarios de esos territorios que existían muchos siglos antes de que los descubridores los usaran como lugares para surtir a los monarcas financistas de aquellas expediciones de todo tipo de riquezas preciadas desde siempre, ergo: el oro, que sigue hoy en día siendo el padre de la ambición humana)... Ninguno de estos cambios, decíamos, fue tan repentino como la simplificación escolar nos hizo creer. A la gloria de las monarquías absolutas siguió la implantación de monarquías controladas por parlamentos, y a éstas las sucedieron las repúblicas, que tampoco eran novedad, ya que con otras pautas habían regido los destinos de Roma. La libertad, igualdad y fraternidad, los derechos del hombre, la libertad de prensa, coexistieron no muy pacíficamente que digamos con las dictaduras, la tortura como método para declarar culpable al que convenga, la Inquisición bajo todas las sus formas y los atropellos a las más elementales normas de civilización y respeto por adversarios o disidentes. Pero nada es tan sorpresivo como parece, y por eso las sociedades tienen que estar atentas a la no repetición de errores garrafales cometidos por ignorancia a veces y otras muchas por indiferencia suicida. Para eso sirve estudiar la historia –la vernácula y la universal–, y si no tenemos tiempo, medios o paciencia para hacerlo, al menos escuchemos a los que la vivieron, la sufrieron, la gozaron o se quemaron las pestañas leyendo todos los enfoques posibles del devenir histórico. Eso no es vivir en el pasado, como mucho chanta, ladrón, corrupto, y acomodaticio declama en discursos aparentemente pacificadores gritando ¡no miremos para atrás! Claro, porque si miro para atrás, te voy a ver a vos diciendo y haciendo todo lo contrario de lo que ahora predicás y estrechando las manos de los que hoy, se supone, son tus acérrimos enemigos.
El espejo retrovisor evita muchos accidentes fatales en las pésimas rutas nunca cuidadas como corresponde. Es claro que para no chocar hay que mirar para adelante, pero si no se le da bola al espejito, te pueden chocar de atrás, y de eso este dinosaurio está más que harto, pues cuando uno tropieza con un obstáculo impensado y que nunca se le había presentado como tal va a sentir bronca y pena, pero al menos no tendrá el recargo de la indexación histórica por tarado, que será inevitable cuando volvamos a tropezar con la misma piedra. El hombre es el único animal que lo hace y una vez está bien, dos, puede perdonarse, tres o más ya es vicio y los vicios hacen mucho mal.
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