A mediados de los 80, cuando ya era una figura reconocida, el cantautor pernambucano Alceu Valença (1943) se inspiró en la obra de varios artistas plásticos y decidió rendir homenaje a la pintura del nordeste brasileño. En el sobre interno, la letra de cada canción reproduce el cuadro que funcionó como musa. "No es algo forzado", decía en las liner notes del álbum el poeta Ferreira Gullar. "Es el resultado de una identificación de Alceu con los pintores y con la pintura, y corresponde al carácter integral e integrador de este poeta y cantor".
Alceu empezó su carrera a fines de los 60, pero su debut discográfico fue junto a Geraldo Azedo en 1972. Desde entonces, y hasta hoy, grabó más de 30 discos, fusionando ritmos tradicionales del nordeste, como el forró, el maracatú y el frevo, con rock y otras expresiones contemporáneas tamizadas por su particular estilo poético.
En este disco conviven los sintetizadores típicos de los 80 con una orquestación de instrumentos acústicos que incluye al chelista Jaques Morelenbaum, quien en los 90 constituiría una prolífica sociedad creativa con Caetano Veloso.
La portada del disco es un fragmento de "Estação da luz", una serigrafía de Wellington Virgolino (1929-1988), que retrata al propio Alceu caracterizado como Mauricio de Nassau (1604-1679), el gobernador de las provincias holandesas en el Brasil, que estableció que Recife fuera la capital de Pernambuco. Alceu, admirador del holandés, luce un típico traje militar, con condecoraciones y medallas, y tiene en su mano derecha una sombrilla de frevo, accesorio representativo del carnaval nordestino. Funciona como un cruce anacrónico de tradiciones locales y europeas, entre el linaje erudito y el encanto popular. En medio de gruesas líneas negras y una explosión de colores planos (rojo, azul, verde, naranja y amarillo) se vislumbra un ejercicio de regionalismo crítico, entre lo global y lo local.