Vocación rockera
Siempre salió a flote, a pesar de varios naufragios. El empresario de rock más importante de nuestro país cuenta cómo hace para seguir trayendo grandes figuras; además, describe su relación con Pergolini, Tinelli y Hadad
Es, sus 52 años, el Señor Rock & Roll. Juega en las grandes ligas. Logró vencer la idea que había en la Argentina después de la devaluación: "Acá ya no viene nadie con el 3 a 1". Y llegaron los Rolling Stones y U2. Maneja millones de dólares, miles de personas y una estructura que no es de cabotaje. En realidad, Daniel Grinbank se mueve en un mundo donde no siempre el eje es la música. Nos recibíó en su departamento de Belgrano R. En un ambiente absolutamente despojado. Una mirada interesada hasta podría definirlo como racionalista. Un elefante por aquí; más allá, un enorme puf verde; un poquito más lejos, una vieja fonola, sillones blancos, una alfombra de diseño. Nada que hable demasiado de su dueño. En realidad, no parecería ser éste el búnker de Grinbank. No da la sensación de ser una casa donde se viva mucho. Está demasiado prolija. La cocina parece sin estrenar. Quizás ahora su lugar en el mundo esté en Nordelta o arriba de un avión. Lo más interesante de la casa, además de la vista al jardín, es el lugar y la forma en que están organizados sus CD. Nunca vi nada igual en mi vida. En todas las casas es un tema por resolver. Aquí ya está resuelto. Es un mueble de madera oscura que ocupa toda una pared y que mandó diseñar especialmente. Es mejor que las bateas de los negocios. Son cajoncitos que tienen un vidrio a través del cual se ven los discos cuidadosamente puestos por orden alfabético y según el tipo de música, que se abren como por arte de magia, Un lugar muy interesante donde lucir la "obsesión". Nada en la casa parece tener más importancia que esa pared.
Durante la charla nada lo distrajo: sólo una jarra de agua con la que llena los vasos sistemáticamente. La actriz Andrea Pietra, su mujer, nos dejó tranquilos. Todo lo dice casi con el mismo tono de voz. Es afable, seguro y cuidadoso. Uno podría afirmar que Grinbank emplea este tono no sólo para un reportaje distendido, sino también para muchas negociaciones. Sospecho que cuando habla repetidamente de vocación cree referirse al rock, pero en realidad se trata de su capacidad de negociador.
–¿Qué entendió usted para estar en este lugar, después de tantos años, trayendo a los Rolling Stones, a U2, a Madonna? Porque hay gente que se ha quedado en el camino. ¿De qué se trata?
–En primer lugar, como en todo trabajo, me parece que hay un aspecto vocacional muy importante, muy fuerte, que excede el aspecto económico. Hay una cuestión de ganas, algo que no podés racionalizar, sino que es intuitivo, y podés aplicárselo a todos los que de un modo u otro trabajamos en comunicación, o vinculados con las artes. Y es bueno no poder explicarlo. De hecho, si vos me preguntás, de todas las cosas que estoy haciendo ahora, de cuál me siento más orgulloso, te diría que es la FM Kabul. Y no tiene que ver con un producto que pelea por rating; por el contrario, es un formato totalmente alternativo, que apela a un público joven. Tuve muy clara la concepción del proyecto: al principio, tenés que preguntarte cuánto tiempo tenés para bancar ese proyecto, como para llegar a que se concrete. A ver (le interesa seguir explorando el tema): yo tenía en claro en los años 80 que el rock argentino se podía exportar. Comencé a grabar en Estados Unidos, en Ibiza, etc.; se devaluó acá el austral y yo me fundí.
–¿Quién mueve el negocio del rock?
–Depende de las distintas áreas del negocio. Por ejemplo, los festivales en Europa están movidos por los jóvenes, mientras que los recitales de los grupos grandes, como los Rolling Stones, donde la gente paga 400 dólares por una platea, por ejemplo, en el Madison Square Garden, están manejados por yuppies.
–¿Usted es una persona que tiene una estrategia a cinco o a diez años o las cosas simplemente le van saliendo?
–Depende de la época. Ahora, cuando volvimos a abrir la empresa de espectáculos y de comunicación, fijé una estrategia. Incluso aposté por realizar un par de festivales con los cuales sabía que en los dos primeros años iba a perder dinero, que en el tercero y el cuarto iba a empatar y que recién al quinto año comenzaría a rendir su usufructo. Y con FM Kabul tenía en claro que debía romper con algunos parámetros que existían en la publicidad. Pero eso también lo entendí cuando aposté por la Rock & Pop. En un primer momento, si bien vendía segundos y no palabras, rechacé la publicidad de algunos productos y, a raíz de eso, la pasé muy mal. Los primeros cuatro años fueron de poner y poner. Sin embargo, después se constituyó en una de las radios más rentables de la historia. Creo que lo que tiene que funcionar es poder detectar el momento en que tenés que pasar de inversión-pérdida a inversión-ganancia.
–El episodio paradigmático es el de Palito Ortega con Frank Sinatra. Trajo al tipo más importante del mundo, lo vendió extraordinariamente y, en la mitad, se le cayó todo.
–Yo tuve mis episodios "Frank Sinatra" chiquitos. En época de Alfonsín, tuve a Bon Jovi, con el que empecé a vender entradas a quince dólares y con tarjeta de crédito, y terminé con devaluación, vendiendo entradas a tres o cuatro dólares. Y ya había pagado el cachet en dólares. Otro episodio es el que ya te mencioné: cuando me fundí con la compañía discográfica DG estaba vendiendo discos en la Argentina con una participación muy importante en el mercado local. Tenía un catálogo bárbaro: Charly García, Nito Mestre, Celeste Carballo, Los Twist, Los Abuelos de la Nada, Mercedes Sosa. Con la rentabilidad que me daba la Argentina pensaba subsidiar el crecimiento del sello en América latina. Pero justo en ese momento acá se devaluó. Yo había hecho en dólares la inversión: estaba en mitad del camino. Y en lugar de salir a vender los discos a quince dólares, tuve que vender discos a cinco dólares. Me fundí y tuve que vender la compañía discográfica.
–¿Cómo es el proceso de preparación de un show importante?
–Lo primero es que ellos estén de gira. A partir de la premisa de que uno es productor y que ellos son lo máximo que un productor puede ambicionar, querer es importante. Pero luego tenés que pensar en cómo lo encuadrás en una viabilidad económica. Tenés que diseñar una ingeniería económico-financiera como para que, más allá de lo que puedan ganar ellos, sea viable todo lo demás: poder bajar los aviones, pagar los ciento treinta salarios, toda la tecnología –sonido, luces, pantallas, etc.–, seguros, cancelación. Pero lo primero es que el grupo esté de gira. Ya no es como en la época de la convertibilidad, en la cual, con este mismo mercado, yo a veces podía tomar el teléfono y, por plata, tentar a alguien. La plata era significativa. Ahora, en cambio, tengo que partir, como premisa, de la buena voluntad o de las ganas de ellos. E incluso te tenés que acoplar al período que ellos te dan. Yo no hubiera programado, después de tantos años de abstinencia de grandes shows, los dos con una semana de diferencia. Pero tenía a los Rolling Stones acá y al mismo tiempo a U2 en San Pablo.
–¿Usted es bueno negociando?
–(Responde tajante, pero sin vanidad) Sí. Además, tengo un equipo de gente que trabaja conmigo, muchos de ellos, desde hace más de quince años; pero la negociación con los canales y otras cosas las hago yo.
–¿Cuál es su fuerte?
–Quizá lo más fuerte sean las relaciones internacionales. Y también la polenta motivadora para poner el carruaje en funcionamiento.
–Entendió que no es lo mismo traer a los Rolling Stones que a grupos más marginales que provocan más inconvenientes con el entorno.
–Creo que, cada vez más, y en virtud de los procesos que hemos vivido en la Argentina, se ha ido generando un sector de rock de excluidos, o "rock cartonero", si querés ponerle un nombre, o "rock post-2001", para el cual el nivel de riesgo y los valores que están en juego son muy diferentes. El riesgo al que se expone un pibe para colarse hoy es mucho más grande que el que tomaba hace diez años. Lo cual está reflejando un cuidado mucho menor por la vida. Pero esto en realidad surge de un cóctel: desprecio por la propia vida, utilización de determinadas drogas que hacen romper todavía más umbrales o límites en ese sentido y un nivel de exposición mucho mayor.
–¿Por qué muchos periodistas y músicos no hablan de este fenómeno y se hacen los distraídos?
–Me parece que, en este período de decadencia, no económica sino moral, no fue azaroso que, justo en este período, se difundiera cierto tipo de música, cierto tipo de valores, y se ensalzara, por ejemplo, la cultura de la bengala, si querés llamarla así, o estos valores del rock que mencionamos. Me parece que hubo mucha gente que hizo usufructo de la situación de esa manera.
–Usted ha trabajado con Pergolini y con Tinelli, ¿podría describirlos?
–Te puedo asegurar que, conociéndolos a los dos, es más progresista (se ríe) Marcelo que Mario y, ni qué hablar, más auténtico. Pero en realidad no me gusta hablar tanto de Mario porque venimos de muchas discusiones. Lo que sí puedo decir es que Marcelo es lo que es: una figura popular; no quiere aparentar nada, y es un tipo auténtico, honesto.
–¿En serio?
–Yo soy, en ese sentido, mucho más crítico con la gente que tiene valores progresistas, o que levanta supuestas banderas progresistas, que con la gente que es como es, y la tomás como es. Te gusta o no te gusta. Me parece que los que se disfrazan de progresistas a veces son mucho más conservadores y hacen muchísimo más daño que los otros. Te doy un ejemplo: creo que haber detectado fisuras de corrupción en la Alianza le hizo mucho más daño a la clase política que haber detectado factores de corrupción en el menemismo.
–¿Y con Daniel Hadad?
–(Piensa con mucho cuidado y responde con firme diplomacia.) Yo no puedo decir nada respecto de la relación que tengo con Hadad. Lo que sí sé es que –pese a estar muy bien hecha– jamás hubiese hecho yo una radio como Radio 10. Es decir, apunto más al producto que a la persona. También está bien hecha La Mega. Me parece que las alianzas o sociedades dependen de qué resigna uno respecto de sus principios. Yo no tengo miedo de sentarme a hablar con nadie. Lo que tengo claro es que hay determinados límites que no pienso atravesar, y que yo soy yo, sentándome donde sea.
–Hay una escena temida para Grinbank?
–Sí, muchas, obviamente que sí. Para mí, Moneta no es lo mismo que Hadad. Es clarísimo. Te voy a marcar una diferencia: creo que con Moneta serían tan dispares los puntos de vista que no habría un camino por transitar juntos. En cambio con Hadad puede haber algunas cuestiones sobre las que podemos sentarnos a hablar.
–¿Traería a alguien que no le gusta?
–Sí. Pero mi posición es la siguiente: si puedo trabajar en lo que me gusta y ganar dinero con eso, bienvenido. Si aquello que me gusta no me va a permitir ganar dinero, soy de la idea de que me sale más barato tomarme un avión en primera a Nueva York y verlo allí. Y si voy a trabajar con algo que no me gusta, tengo un equipo lo suficientemente profesional como para que salga lo mejor posible. Es más: en el ’92, año en que todavía no tenía esto tan claro, traje a Luis Miguel, que no me gusta.
–¿Buenos Aires no está preparada, como sí lo está Río, para hacer un show gratis tan multitudinario como el de los Stones?
–(Lo piensa con cuidado.) Me parece que no. Creo que dentro de un par de años vamos a estar en condiciones; pero hoy la sociedad todavía está muy violenta. No hay manera de hacerlo si vos no tenés un consenso social.
–Usted ha militado en el fútbol...
–Del negocio del fútbol hui espantado.
–¿Es peor que el rock?
–En cuanto al empresariado –y con excepciones, como siempre las hay– el nivel de chantada que existe en el fútbol es horroroso. Los del mundo del espectáculo, comparados con aquéllos, son nenes de pecho. En el fútbol, además, se combinan dos factores muy fuertes. En primer lugar, estás trabajando con gente que tiene la percepción de que en ocho años deberá cambiarle la vida; pasa de la nada, o de la villa, a ganar millones de euros y tener una posición que salve a toda la familia. Todo muy acotado a una relación tiempo-beneficio. En segundo lugar, un aspecto no tangible: un montón de gente pululando alrededor de una marginalidad empresarial –repito: con excepciones– de gran decadencia. Y en tercer lugar, los dirigentes tienen que compatibilizar la pasión con los estados contables. Es un cóctel imposible.
–Menem quería su foto con los Rolling Stones y se la sacó. Asimismo, Kirchner quiso su foto con U2. ¿Esas cosas se negocian?
–Yo nunca pedí, en ningún lado, entrevistas o fotos con presidentes. Pero tanto los Rolling Stones como Bono fueron a ver a presidentes democráticos, elegidos por el voto popular, más allá de las consecuencias que haya tenido la administración de Menem, etc. No fueron a reunirse con Videla.
Fotos: Martín Lucesole y archivo personal de Daniel Grinbank
Números redondos
Grinbank se encargó de producir el monumental concierto gratuito que los Stones dieron en Rio de Janeiro el 18 de febrero último, los dos en River Plate y el posterior en Monterrey, México.
En Brasil, donde se ofreció el recital de mayor convocatoria en la historia del rock, hubo casi dos millones de espectadores.
En los dos shows de los Rolling Stones y en los dos de U2 en Buenos Aires asistieron 70.000 personas a cada uno.
Ninguno de los megaauspiciantes habría aportado menos de un millón de dólares cada uno.
Se calcula que los Stones cobraron 700 mil dólares por cada uno de los conciertos. La recaudación de entradas fue de 11 millones de dólares. Cifras similares para U2. Del total recaudado por la venta de entradas, Grinbank obtiene cerca del 10%. Del 90 % restante, el 45% es para gastos de infraestructura; el 25% para impuestos y un 5% para la empresa que se ocupa de la venta de las entradas.