Y grité... "¡Basta!"
Nada tan difícil como poner un punto y aparte a las presiones, demandas o exigencias de los otros. Para la psicología, el modo de lograrlo pasa por la autoestima y la responsabilidad
Nada es para siempre dice la canción. Y es cierto. Llega un momento en el que "no va más". Poner un límite o marcar un punto (seguido, y aparte o final) es un desafío constante que se presenta en todos los casilleros de nuestro juego de la vida: en la relación de pareja, en el vínculo entre padres e hijos, entre hijos y padres, amigos, compañeros, vecinos…
Cuántos, por demás estresados, al límite o después del infarto, se han preguntado: "¿Cómo es que llegué a esta situación?" En el caso de Ernesto (43), pudo renunciar a su trabajo, cansado de los abusos y la falta de reconocimiento: "Soy el típico hombre que a los cuarenta decidió que no podía seguir haciendo algo que no le daba placer, que le exigía muchas más horas y salud de la que podía tolerar". Si algo supo, además, fue ser previsor. Un año antes de decir "basta" trabajó en silencio sobre la alternativa que le permitiría sostener sus gastos y necesidades.
¿Por qué cuesta tanto?
Es cierto, poner un límite implica sufrimiento; pero sostener una relación o vínculo de insatisfacción también es un padecer que puede provocar las peores consecuencias. "La puesta de límites es poner freno a una forma de maltrato hacia sí mismo", explica la psicóloga Clara Coria, autora del libro Decir basta (Paidós).
El miedo, la negación, la supuesta incapacidad, la falta de coraje, entre tantas otras auto-limitaciones pueden hacer que alguien lleve todo al extremo, como si fuese un elástico a prueba. Sin embargo, está la posibilidad de poner el límite en acto mucho antes.
"Mi mujer me pidió el divorcio el día que no pude sostener todos los gustos a los que estaba acostumbrada. Ella compraba y yo pagaba por temor a que dejase de quererme o me tratara de incapaz. Llegué a endeudarme para cubrir las tarjetas de crédito ". Es el testimonio de Raúl (46), quien dice que hoy es feliz con una ex compañera de colegio con quien ha formado una nueva familia. Su ex no deja de reclamarle cada día más dinero para la manutención de sus hijos. "Es todo un trabajo seguir poniéndole un límite, pero sé que debo mantenerme firme", concluye Raúl.
Hay mucho de responsabilidad personal a la hora de cuidar un vínculo, asumir el rol y/o el compromiso frente a determinada situación; y, por sobre todas las cosas, preservarse y ser fiel a quien uno es. "Decir basta no es patear el tablero, sino aprender el juego de poner límites antes de que la copa rebalse", advierte Clara Coria. Para el psicólogo Fabián Maero, experto en la Terapia de la Aceptación y el Compromiso (TAC): "el decir basta está relacionado con nuestro juego de valores. La opción de poner un límite aparece cuando una situación va en contra de cómo nos gustaría tratarnos".
Si el "no" se funda en causas poco claras, evasivas o caprichosas, seguramente pierda, a largo plazo, su verdadero efecto sanador. "Muchas veces –se explaya Maero– , por temor a enfrentarnos con la instancia final, corremos el riesgo de creer que todo puede cambiar si ponemos en juego estrategias o ideas que no son más que accesorias: "quizá si hago esto la situación mejore" (habiéndolo, incluso, intentado muchas veces); "la culpa de esto es mía… lo tengo merecido" (cuando no es así); "tengo que cambiar esto y todo va a estar bien" (cuando ya no queda casi nada por hacer)".
Así como muchos no pueden, no saben cómo, se resignan o ni siquiera se lo cuestionan, hay otros que deciden no poner un límite porque les resulta cómodo, apropiado o funcional vivir así. Habrá que hacerse cargo o evitar la queja permanente sobre algo que se tolera para sacar algún rédito.
Aprender a soltar
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Desde muy chicos, las costumbres familiares, las lecciones de padres, maestros y otros "mayores", colaboran en el tejido de la trama: cada quien, con su estructura y estilo de personalidad, adquiere una forma de conocer, vivir y poner límites en el amor y el trabajo. "Mi padre nunca me perdonó que lo cuestionara. Insistió con que continuara con el negocio familiar, pero decidí hacer lo que me gustaba. Tuve que irme de casa para poder lograrlo". Valeria, de 36, recuerda de esta manera el día en que su padre casi se infarta cuando, con 21 años, decidió ser médica. "No fue tan difícil poner el límite; lo que más me costó fue sostenerlo. Por las noches sentía culpa y pánico de que mi padre se enfermase realmente. De a poco aprendí que yo no determinaba la salud de mi familia", recuerda Valeria.
Todo puede cambiar si hay algo que ya no resulta o no sirve más. Siempre es posible pedir ayuda cuando lo que se está buscando es elevar la autoestima, estado de bienestar o satisfacción. En este sentido, el psicólogo Walter Riso es uno de los especialistas en promover la importancia del desapego, concebido como "soltar" lo que ya no tiene razón de ser o no guarda relación con el "aquí y ahora" de cada persona. En su paso por Buenos Aires para la presentación del libro Desapegarse sin anestesia (Emecé, 2012), afirma que de nada sirve persistir en aquello que no depende de uno, sea lo que sea. "Cuando depende de mí, lucho; cuando no, depongo las armas, pongo un límite –explica–. No depende de mí que llueva o no. Cuando llueve, están quienes le pelean a la lluvia y también quienes deciden caminar bajo el agua o salir a comprar un paraguas. No podemos parar la lluvia; sólo es posible tomar una decisión ante el temporal o la amenaza".
Por su parte, Clara Coria destaca: "la dificultad para poner límites se relaciona en gran medida con el temor a dejar de ser querido si es que no se satisfacen los deseos ajenos". Éste es un punto de partida esencial para entender el porqué de la incapacidad ante el límite. Asimismo, el psicólogo Fabián Maero rescata algo que tiene importancia fundamental: "creo que es clave entender el contexto de cada quien y de cada situación. Una misma persona puede ser altamente efectiva poniendo límites en su trabajo, pero poco habilidosa haciéndolo en sus relaciones familiares. Es más fácil decirle no a alguien que quiere vendernos un seguro de vida que decir basta frente a una relación abusiva, y la razón principal de esto es el grado de importancia que tiene para nosotros, y consecuentemente, el dolor, la culpa, la soledad que podríamos experimentar".
Es más difícil para la mujer
Poner límites suele provocar culpas y remordimiento. Pareciera que el problema es aceptar el dolor que el límite podría llegar a provocar. Y esto es un sentir muy maternal, muy femenino. Clara Coria indica: "las mujeres suelen ser más vulnerables porque se espera de ellas que sean incondicionales y esto contribuye a que se crean malas cuando ponen límites".
María Isabel, de 50 años, confiesa: "Soporté todo tipo de maltrato físico y psíquico porque lo amaba y creía que yo era responsable de sus ataques de ira, que algo hacía yo para que él se pusiera así. Que me lo tenía merecido".
María tardó unos cuantos años en entender que debía denunciar a su esposo por agresión y rescatar a sus hijos de ese vínculo que durante diez años fue una obsesión sin límites de ambos. Este suele ser el relato de muchas mujeres víctimas de violencia de género. Como es bien sabido, no son pocas las que pagan con la vida el no haber sabido correrse del centro de la humillación.
Más allá de los casos extremos de maltrato, el decir "no" es un trabajo casi cotidiano en la relación de pareja. Incluso en la relación más armoniosa. Porque poner un límite no siempre implica dar por terminada la relación, sino darse cuenta de que es tiempo de redefinir objetivos, rumbos y deseos. "Poner un límite a cierta forma de vincularnos –dice Riso–, lograr ese desapego saludable, es aprender a relacionarnos sin obsesión, sin la necesidad de identificación, sin la cruel intención de poseer, de apropiarnos del otro".
Riso recuerda la canción de Brian Adams Todo lo que hago lo hago por tí, para indicar: "el híper romanticismo de bolero no contribuye a un vínculo real, sentido y saludable". Para el autor de Desapegarse sin anestesia (Emecé), es un buen ejercicio cambiar el "te necesito" por el "te elijo, te prefiero…".
Final de partida: cómo jugarlo
Ante todo, hay que saber que no es fácil, pero no imposible. Es preferible sufrir por un duelo que seguir padeciendo una situación que no reporta nada. En definitiva, nada vale más que el respeto por uno mismo. Como dice Fabián Maero: "siempre es tiempo de pensar y clarificar nuestros valores, nuestra brújula vital, es decir: ¿quién querría ser en esta situación, cómo querría actuar, cómo querría tratarme a míw mismo?". El límite (o el no ponerlo) es una decisión, una elección; es una toma conciencia de los umbrales de tolerancia (amar no es tolerar).
A la hora de establecer o marcar un límite son dos, al menos, los involucrados. Ayudará poder contemplar, según las circunstancias, el respeto que se le debe al otro y los posibles daños colaterales. Siempre es posible desarrollar estrategias apropiadas para conseguir el objetivo y moderar el impacto de la noticia y sus consecuencias.
Más allá de tener en claro cuál es el verdadero límite que uno quiere poner (poder responderse con claridad: ¿qué es lo que no quiero más?, ¿con qué quiero terminar?), habrá que decir "basta" evitando el doble discurso y cualquier otra ambigüedad. Además del "qué", es importante considerar el "cómo" y "cuándo" decirlo; en otras palabras, saber elegir las formas adecuadas y el momento oportuno.
Por lo general, a la mayoría de las personas el límite se les aparece como algo inoportuno y evitable. Lo crucial es empezar a estar en sintonía con quiénes queremos ser y cómo nos gustaría vivir cada día, de ahora en más.
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