Y la ciudad ganadora del Emmy es... ¡Albuquerque!
En cuatro de las seis nominadas a mejor serie dramática, la locación resultó tan esencial para la historia que hoy cada una cuenta con su tour
¿Qué hubiera sido de Breaking Bad sin ese inacabable desierto, esas casas a ras del polvo, esos cielos con nubarrones que ameritaron tantos time lapse, o ese restaurante de comida rápida en medio de la nada? ¿Hubiese sido lo mismo en otra locación que no fuese esa ciudad de Nuevo México? Y quién pudiera imaginar a True Detective sin ese Sur profundo de Luisiana, religioso, supersticioso, con esa densa vegetación, sus pantanos, las refinerías de fondo como rascacielos y esos parajes lúgubres que irrumpieron para quedarse en la mitología seriéfila. Es como pensar en Mad Men sin Manhattan o en House of Cards sin Washington: simplemente inviables.
Es que en cuatro de las seis nominadas a mejor serie dramática en los premios Emmy del pasado lunes, la ciudad -o el territorio- donde transcurren tiene un rol tan esencial en la trama que podría hablarse de ellas como de un personaje más dentro de la historia. Tal como lo dijo Bryan Cranston, que ganó el cuarto Emmy por su papel como Walter White, de Albuquerque: "No sólo fue una parte integral y esencial en nuestra historia, fue un personaje en sí mismo".
No por nada cada una de estas ciudades cuenta hoy con sus propios tours, diseñados para que la serie se vuelva tangible al morder un burrito en Los Pollos Hermanos (aunque el cartel diga Twisters), al lavar el auto en ese mismo lavadero, al recorrer el Creole Nature Trail en las afueras de Nueva Orleans para enfrentarse con Carcosa, o al ir tras los pasos de Don Draper en una mesa de un bar subterráneo de la Grand Central para atiborrarse de ostras y martinis.
Vince Gilligan, el creador de la una vez más ganadora del Emmy a mejor serie dramática, tampoco concibe Breaking Bad sin Albuquerque. "Albuquerque ha significado todo para Breaking Bad. No puedo imaginar Breaking Bad en ningún otro lado -dijo el año pasado en una entrevista-. Cuando pienso en Albuquerque, pienso en nubes, en esas hermosas y flotantes cumulus. En los cielos. Esos que no se ven en el sur de California."
Allí estaba planeado filmar la serie, hasta que Gilligan visitó esta ciudad del estado de Nuevo México -de más de medio millón de habitantes y a cuatro horas de manejo de cualquier otra de ese tamaño-, y descubrió la "profundidad" y "la escala" del desierto, ese que le remitía a los westerns de John Ford y Sergio Leone. Para muchos estadounidenses, sin embargo, durante la era pre-Breaking Bad, Albuquerque no era más que una ignota ciudad cerca de la frontera mexicana.
En un artículo publicado en la revista Time, Madeleine Carey, estudiante de biología oriunda de esa ciudad, fue bastante explícita al respecto: para ella, la ciudad abrazó a Breaking Bad como a un "redentor". De ahí los negocios que cuelgan carteles que dicen con orgullo: "¡Acá se filmó Breaking Bad!", o esos tours organizados para visitar la fachada de la casa de los White, la de Jesse Pinkman, el lavadero de autos que en realidad se llama Octopus, y poder llegar a una mesa de Twisters, el local de comida rápida que hizo las veces de Los Pollos Hermanos. Incluso, para el camino, es posible comprarse por sólo un dólar una bolsita de caramelos azules, iguales -por lo menos en aspecto- a esos cristales que fabricaba la entrañable dupla.
Luisiana profunda
La miniserie detectivesca protagonizada por Matthew McConaughey y Woody Harrelson que muchos críticos imaginaban favorita en estos Emmy estuvo pensada para filmarse en la meseta de Ozark, en la vecina Arkansas, pero dado que el guionista Nic Pizzolatto había crecido en Nueva Orleans, esa opción cobró más fuerza. Pero tanto él como el director Cary Fukunaga quisieron escaparse del típico paisaje de Luisiana -transitado ya por series como Treme enfocada en Nueva Orleans y True Blood en Bon Temps-, más lejos de los pantanos y de ese Sur gótico, para mostrar otra cara aún más enigmática.
Esa Luisiana que en palabras de Pizzolatto se halla detrás de los pronunciamientos religiosos que parecen controlar gran parte de la vida allí, detrás de las reglas que establecen los adultos, detrás de las identidades que la gente aparenta tener. "Eso que para mí está siempre enlazado de algún modo con la sobreabundancia del follaje... Esa idea de que las cosas siempre tienen capas. Y de que siempre hay sombras en todas partes."
Esta particular visión de Pizzolatto sobre la tierra donde creció es la que pueden vivenciar aquellos que se decidan a embarcarse en un recorrido sobre la huella transitada por los detectives Martin Hart y "Rust" Cohle que proponen sitios de viajeros como Roadtrippers. La idea entonces es subirse a un auto para encarar, mapa en mano, un tour de un día por las afueras de Nueva Orleans, que arranca en esa escena del crimen que pone la serie en marcha (y quien no vio aún la serie pase directamente al párrafo siguiente para evitar spoilers). Después, será la capilla quemada con ese horizonte de refinerías, la escuela abandonada y otras paradas -gastronómicas, entre ellas- hasta empalmar la ruta del Creole Nature Trail para llegar a las entrañas de la historia: Carcosa, o Fort Macomb, un fuerte de ladrillos que tuvo su razón de ser en el siglo XIX como punto militar estratégico.
Manhattan tours
Pero no en todos los tours de series es necesaria la coordenada exacta para el GPS. Hay otros más fáciles de encarar, aunque, en estos casos, hay que poner unos billetes para ser de la partida... Algo que es de esperarse si se trata de Manhattan, y del Mad Men tour que, como imaginarán, implica copas de Martini y Tom Collins a lo largo de Madison Avenue y un código de vestimenta para no desentonar con los 60: vestido rojo para ellas; traje y corbata angosta, para ellos.
Así como hay un tour neoyorquino sobre Sex and the City, y otro más reciente en Brooklyn sobre la serie Girls, el de Mad Men apunta a rescatar ciertos lugares icónicos como el hotel Roosevelt, el Oyster Bar de Grand Central que Don Draper frecuentó con Roger Sterling o el PJ Clarke's, donde Peggy Olson y Joan Harris compartieron festejos poslaborales. Rescate, en realidad, porque la mayoría de las escenas indoors de la serie fueron filmadas en estudios de Hollywood.
Algo similar a lo que sucede con la Washington de House of Cards que, gracias a ciertos incentivos fiscales, está mayormente filmada en la Baltimore de The Wire. Hay excepciones, sí, como algunas panorámicas de la Casa Blanca o el Capitolio. Lo que no impide, sin embargo, que en el sitio oficial de turismo de la capital estadounidense se proponga un itinerario para vivir la House of Cards real: una visita al Capitolio, ahí donde trabaja el congresista Frank Underwood; un almuerzo en un restaurante donde sirven su plato favorito, las costillas de cerdo (no, no es el Freddy's BBQ Joint que, además de ficticio, queda en Baltimore); visitar el cementerio del Congreso a donde Claire Underwood se escapa a meditar sus movimientos; alojarse en un hotel a una cuadra del Capitolio para, finalmente, levantarse y tomar un café en un bar donde podría estar Zoe Barnes escribiendo un artículo. Aunque para este caso haría falta un poco más de imaginación.
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