Yosemite, las montañas de la contracultura
En California, la meca de los chicos duros de la escalada vuelve al centro de la escena y hoy es territorio de los Stone Monkeys, los más extremos de todos
Dicen que escalan las montañas imposibles del Parque Nacional de Yosemite porque están locos. Pero tiene que haber algo más, no se puede estar tan loco. Las imágenes de sus Big Wall –modalidad que dura días y les exige dormir colgando de precipicios–, de sus escaladas libres –usando sólo manos y pies sin poder apoyar el peso del cuerpo en las cuerdas de seguridad para tomarse un descansito– o sus SOLO –prescindir incluso de cuerdas venciendo techos y paredes de granito planas– aceleran el ritmo y se miran de reojo, con los puños apretados y un Jesús en la boca. Aun así, si no existiera el miedo, lo de ellos podría llamarse arte. El arte de dibujarse en la verticalidad en busca de la escalada perfecta venciéndose unos a otros y a sí mismos en cada roca, cada grieta y cada paso con sus pies de gato por los muros de ésta, desde hace más de medio siglo, la gran meca del montañismo en los Estados Unidos.
Los primeros intrépidos que se largaron hacia arriba por las paredes de Yosemite fueron jóvenes que a mediados de los 50 se rebelaron contra el precepto social de formar familias ejemplares en una sociedad de confort y consumo. No querían que les marcaran la forma de vivir y eligieron el parque como el territorio a dominar desde su desobediencia. Warren Harding, Yvon Chouinard, Tom Frost y Royal Robbins hoy son leyenda. Entonces eran hippies inminentes, adherentes a una contracultura, que decidieron vivir en el parque, comer alimento para mascotas enlatado –lo más barato–, evadirse de la policía, tomar alcohol en exceso, seducir chicas y trepar montañas. Subían en vaqueros y zapatillas de calle, sujetos por cables robados que se ataban a la cintura. Conquistadores de lo inútil; así los definió el alpinista francés Lionel Terray. "Ninguno aspiraba a tener trabajo. Escalaríamos para siempre, seríamos homeless, y ahí acabaría todo", dice Yvon Chouinard en el documental Valley Uprising –film estrella del Reel Rock Festival de este año, un tour de películas de escalada que pasó por Buenos Aires a principios de junio y sigue por 30 países–. Pero pronto empezaron a competir, a redoblar apuestas y a aspirar a las cimas de la forma más difícil posible. La suya fue la primera de tres generaciones que hicieron del parque el lugar obligado si uno es apasionado del montañismo, con el fin de intentar sus dos más icónicas formaciones, Half Dome y El Capitán.
A fines de los 50, Robbins y Harding eran como dos nenes peleando por un caramelo a los pies de las montañas más majestuosas de los EE.UU. Rivalizaban con estilos antagónicos. Robbins era un minimalista metódico, un hedonista disciplinado, un purista de la montaña. Harding era un borrachín desaliñado y provocador. Cuando el primero hizo cumbre por la cara noroeste de Half Dome, a 700 metros de altura, en un hito que parecía chiflado e improbable, Harding fue por El Capitán, 300 metros superior. Tardó 18 meses y dejó aquella pared hecha un desastre a fuerza de ir fijándole clavijas, pitones y bolts para atar las sogas con las que se daba el lujo de subir y bajar a tierra cuando le daban ganas. Robbins le contestó creando un manual de estilo de escalada, inspirándose en valores puros, del que Harding se río bastante. Al intentar la Dawn Hall quedó colgando, inmóvil, durante horas. Cuando le mandaron un equipo de rescate surgió la famosa nota que recorrería las redacciones de diarios y canales de televisión, haciendo que los chicos rudos de la montaña empezaran a hacerse famosos: "Un rescate no es querido, no está justificado y no será aceptado".
Entrando a los 70, con Vietnam a cuestas y música de Jimmy Hendrix y Pink Floyd de fondo, una protesta flower power organizada en el parque terminó con graves incidentes. Los rangers empezaron a llevar armas y a imponer una ley que hasta entonces sólo se aplicaba para cazadores furtivos. Una segunda generación de escaladores, los Stone Masters, entraba a escena. Los lideraba Jim Bridwell, el tipo a emular y admirar. Fue quien abrió nuevas rutas envalentonado por alcohol y drogas lisérgicas, que tomaba incluso en medio de una trepada. Eran hippies absolutos que resignaban material y seguridad para poder hacer cima en un solo día y bajar rápido, antes de que cerrara el bar. Impusieron la escalada libre, sólo manos y pies. "Ser un Stone Master significaba que tenías que escalar como si fuera el último día de tu vida", cuenta Lynn Hill, la única mujer del grupo.
Gradualmente en Yosemite se fueron construyendo hoteles, restaurantes y hasta un calabozo donde suelen pasar alguna noche los representantes de la última generación de escaladores, los Stone Monkeys. Llegados a fines de los 90, se bautizaron así porque luego de alcanzar la cima con poca o nula seguridad, se ponen a hacer monerías en las alturas, como caminar en una cuerda sobre precipicios y practicar la modalidad más peligrosa del mundo, el salto BASE: lanzarse desde la cima en vuelo libre con un pequeño paracaídas sujeto a su espalda. Este salto está prohibido por su peligrosidad. Lo realizan de madrugada o cuando está oscureciendo. El miedo no es saltar, sino que abajo los espere la policía. Mientras tanto, los jóvenes salen en revistas y programas de televisión, tienen fanáticos en el mundo, dan charlas de motivación en grandes empresas y trepan con los nombres de sus sponsors dibujados en sus trajes.
La muerte del inventor del BASE, Dean Potter, el 16 de mayo último –tras fallar su paracaídas–, abrió una vez más la polémica. ¿Cuál es la gracia de prescindir de cuerdas o desafiar a la muerte en un vuelo de pájaro? Pero a Yosemite también van escaladores responsables. Iker Pou es vasco. Él y su hermano Eneko están considerados entre los mejores en escalada libre. Visitante asiduo de Yosemite, Iker recibe la llamada de la nacion revista en plena sierra de Tramuntana, Mallorca. Esto es: suspendido en un precipicio a cien metros del suelo. "Estamos abriendo una vía y colgando, pero tú tranquila, estoy en una repisa."
–¿Una qué?
–Una repisa, nada, en medio de la pared. Pero mira, estamos aquí sentados…
–¿Cuándo se retira un escalador extremo? ¿Lo retira un susto? ¿Lo retira sólo la muerte?
–Eso es muy personal. Todo está en la motivación y en la cabeza. Hay muchos que no se retiran jamás, están escalando mientras el cuerpo les da. A menos o más nivel, siempre escalan. Hay gente que, como Dean Potter, lo lleva al límite. Tuvo mala suerte y le ha salido mal. Pero a todos nos gusta lo que hacemos, y no lo hacemos por dinero.
–¿Qué viene después, subir cabeza abajo, trepar de espaldas...?
(Risas)– Los mismos escaladores estancados o aburridos de hacer lo mismo van buscando nuevas experiencias y modalidades. Pero la inquietud del ser humano de ir un poco más allá y subir los límites existe en todos los deportes.
Dean Potter decía: "La gente piensa que soy un lunático adicto a la adrenalina. Pero no es eso. Lo que más me interesa es la belleza, por eso estoy acá arriba". Quienes lo conocieron sostienen que llevó la escalada a la categoría de arte aéreo. El trono hoy lo ocupa Alex Honnold. Sus videos dan escalofrío. Para su madre, Dierdre Wolownick, maestra de francés, educarlo fue difícil. "A menos de 11 horas de nacido se aferraba a mi dedo meñique e intentaba ponerse en vertical." Él terminó motivándola a ella, empezó a escalar a los 57 años. Desde entonces lleva varias cimas a dúo con Alex, incluyendo la mítica Half Dome de Yosemite.
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