#YoTambiénFuiParte
Hace dos años, las denuncias de abuso sexual contra el productor de Miramax Harvey Weinstein desataron mucho más allá de Hollywood la ola global del movimiento #MeToo, y pusieron el foco en un tema del que se hablaba poco: el modo en que los varones en situaciones de poder lograban salirse con la suya en los casos de acoso y violencia sexual. Desde entonces, el público en todo el mundo "se acostumbró a ver cómo sus hombres favoritos se convertían en monstruos", tal como dice uno de los personajes de la serie The Morning Show –producida y protagonizada por Jennifer Aniston y Reese Witherspoon, y lanzada por Apple el mes pasado–. Lo que no habíamos visto hasta ahora era que la conversación fuera más allá de señalar a esos monstruos y pudiera plantear una pregunta mucho más difícil: ¿Todas las mujeres fuimos meras víctimas sin capacidad de acción ni reacción frente a ese sistema de abusos que ahora se denuncia?
Tal vez 2019 sea el año en el que cambió el sentido del #MeToo: ya no es sólo "a mí también", sino "yo también" fui parte. Y es que de la misma manera que, si entendemos que los varones son nuestros pares, es imposible que el patriarcado como construcción social se haya estructurado sin nuestra participación, es difícil que el encubrimiento de los poderosos se haya hecho sin la colaboración –por acción u omisión– de las que miramos para otro lado para poder crecer en nuestras carreras en la ilusión de que formábamos parte del club de hombres al que hace referencia el personaje de Aniston, Alex Levy, una periodista que, de un día para el otro, se enfrenta con que su compañero en la pantalla por quince años –casi un marido televisivo– es despedido entre múltiples acusaciones de ser un depredador sexual.
Es probable –y esperanzador– que ya no nos consuele el rol de víctimas definitivas: las nuevas heroínas no son mujeres perfectas. Y descubrimos que tampoco los monstruos fueron siempre malvados, por eso es entendible que los hayamos querido: eran nuestros amigos, jefes y novios, ninguno tenía un cartel indicador en la frente; no teníamos por qué saber cómo eran en la cama. Claro que, sin embargo, puede que lo hayamos intuido e incluso que los hayamos ayudado sin saber hasta qué punto nuestro silencio, o el chiste compartido, la mirada condescendiente para con la mujer despreciada, o el propio uso que hicimos de nuestro capital erótico eran parte del sistema. "¿Vas a seguir haciendo de cuenta que no sabías lo que pasaba?" –le pregunta a Aniston/Levy su ex colega y depredador despedido (Steve Carrell)– "¿Realmente vas a mirarme a los ojos y decir que no participaste? ¿No te reías de esas mujeres? ¿No te burlabas de su desesperación cuando yo las dejaba? Yo me acostaba con ellas, pero vos eras cruel. Y las palabras también importan."
En The Morning Show, igual que en Succession, que va por la segunda temporada en HBO, las protagonistas son precisamente esas mujeres imperfectas que se animan a romper el pacto de silencio. Las que alzan la voz. Lo sabíamos hace dos años, pero el cine y las series nos empiezan a mostrar los grises recién ahora y entonces el valor de la iluminación y el encuentro con otras mujeres y varones que no están dispuestos a cubrir abusadores es otro. Porque nos fuerza a preguntarnos por las consecuencias de nuestros actos y de nuestros silencios y a revisar nuestra historia y nuestras emociones. Porque podemos encontrarnos en esos personajes que hicieron la vista gorda ante un mundo que conocían, en esas mujeres que no eran santas pero tampoco víctimas, y que son las que realmente están cambiando la historia, cuando deciden hacerse cargo. Lo dice el personaje de Aniston/Levy: "A veces, las mujeres no podemos pedir el control, tenemos que tomarlo".
Y lo mejor es que, incluso cuando vemos a esas mujeres quebrarse, contradecirse en su moral y en su feminismo, es bastante natural entenderlas y ponernos de su lado. Quizá es porque, en la era de la corrección política, nos habíamos acostumbrado a exigirle demasiado a nuestras heroínas. Y es que ése es el verdadero valor de las protagonistas del nuevo #MeToo: la conciencia de no haber sido santas (ni pretender ser santas) y de cualquier manera estar dispuestas a cambiar la historia.
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