La creciente pobreza, la alta presión tributaria, las trabas para abrir un negocio, el cierre de empresas y dejar en segundo plano a la educación son solo algunos de los factores que revelan un país que no mira el largo plazo
En la Argentina nacen 2000 chicos por día. Casi un 60% por debajo de la línea de pobreza. Según el último dato publicado por el Indec, en el segundo semestre de 2020 la pobreza en personas de entre 0 y 17 años llegó al 57,7%. Los datos son elocuentes. Hace 40 años nuestro PBI per cápita superaba en un 70% al promedio de América Latina, según un relevamiento realizado por el equipo de economistas de IDEA. Desde entonces, cayó hasta igualarlo. Estamos segundos en el ranking de caídas de PBI mundial en 40 años.
El relevamiento presentado por Santiago Bulat y liderado por el titular de McKinsey, Francisco Ortega, fue aún más directo. Sin disciplina fiscal, con constantes combates a los síntomas, gasto público récord y una administración ineficiente, el retroceso fue constante. Al punto que el país tuvo en 32 de 38 años resultados fiscales negativos. En 40 años se confiscaron tres veces los ahorros de los argentinos, se privatizaron y estatizaron las mismas empresas y todo eso fue un gasto para los argentinos. También esto explica, en parte, la pasión por el dólar.
Hoy pagamos 166 impuestos distintos y tenemos la segunda presión tributaria más alta del mundo. Somos cada vez más pobres y esa presión no vuelve en mejoras concretas. Pero, lo que es peor, el distorsionado espejo nos refleja ricos. Opulentos. Con esa idea de argentino for export con la imaginación de quien creyó que un peso era un dólar o que se jactaba del “deme dos” ante la situación de los países latinoamericanos. Pero la realidad es que es imprescindible reconocer los síntomas para poder tener un diagnóstico real. No somos ricos. Cada vez somos menos competitivos y la decisión de dejar en segundo lugar la educación, con 1,5 millones de chicos afuera del sistema, se verá en el largo plazo. Pero se verá.
La pandemia sumó un factor adicional. Los datos de economías menos intervenidas mostraron un impacto muy fuerte en una primera instancia, pero también una recuperación más rápida. La odisea de una pyme en el país es un laberinto que no tiene un final alegre. Los comercios muestran una crisis concreta, real. Pero nadie piensa en el otro. Hoy revelaba Melisa Reinhold en LA NACION que habilitar un local es una suerte de laberinto que demanda casi 30 pasos con diversos grados de dificultad.
De acuerdo con el reporte Doing Business 2020, elaborado por el Banco Mundial, la Argentina ocupa el puesto 141 sobre 190 en cuanto a facilidades para abrir un negocio. Cada municipio es una historia aparte: los requisitos varían tan solo con cruzar una calle y se multiplican los trámites que se solicitan a nivel provincial y nacional. Pero la situación es aún peor.
Desde hace 10 años la creación y cierre de empresas está entre 60.000 y 70.000 por año. Hace años que no crece. La relación es directa. En un año bueno era un poco más que cero y el neto da negativo cuando se hace el balance de la década. Menos empresas privadas implica menos empleo. La educación, el acceso a trabajos dignos y la posibilidad de crecer es la única salida. “Se nos hace difícil en nuestra área geográfica encontrar esas 200 personas, con secundario completo, porque en Buenos Aires se perdió el valor de un secundario. Y se les hace difícil hasta leer un diario”, afirmó Daniel Herrero, titular de la filial argentina de Toyota. Una de las automotrices con mayor mirada de largo plazo, al punto que en 2001 anunció un plan de producción local. Pero hay soluciones. Siempre las hay. Esas nunca aparecen librando una batalla de egos ni de poder.
Algunas de esas soluciones son:
- Sostener la seguridad jurídica no es una frase hecha. Es lo que demanda la competencia por el largo plazo.
- Racionalizar el nivel de gasto. De acuerdo con los planteos de IDEA, el crecimiento en el nivel de gasto (se incrementó 20 puntos en relación al PBI en los últimos 15 años) atenta contra el crecimiento económico.
- Reducir la inflación a un dígito. La suba de los precios es un problema de los últimos 15 años de la economía argentina, que la gran mayoría de los países del mundo pudo resolver hace décadas. Para eso, proponen que la prioridad del Banco Central sea “mantener la estabilidad de precios” y “devolverle valor a la moneda”. Hay proyectos para sacar al Central de la política.
- Reducir la carga tributaria.
- Incrementar las exportaciones. Si bien a nivel discursivo existe consenso entre las diferentes fuerzas políticas sobre este punto, los sucesivos gobiernos introducen medidas o esquemas que desincentivan la exportación, con impuestos, cuestiones logísticas o esquemas cambiarios.
- Mejorar la competitividad. Según el Foro Económico Mundial, la Argentina es el país menos competitivo de la región, en un análisis que no comprende únicamente al factor cambiario. El plan de IDEA propone minimizar la burocracia y los costos logísticos, para generar una reducción del “costo argentino”. A su vez, plantean la necesidad de fomentar los proyectos de inversión en infraestructura.
- Fomentar la creación de empleo privado.
En la Argentina nos enorgullecemos de no tener un plan económico y eso solo tiene un resultado. Una economía que cruje. Una realidad que mas temprano que tarde el espejo va a reflejar.