Artesanas de la moda en la era digital
Una bordadora, una joyera, una diseñadora de alta costura y una zapatera. Mujeres con oficios fusionan el paciente trabajo manual con la inmediatez de la tecnología. Sus productos tienen el valor mágico de la huella creadora, y se muestran o comercializan a través de las redes sociales
En la época de la instantaneidad, de la moda industrializada, en la que todo se resuelve con un veloz clic, envolverse en un proceso productivo manual hasta concebir una pieza es un desafío que empieza a resultar curioso. Cinco mujeres se le plantan a la ansiedad 2.0, y disfrutan de recorrer el camino de la creación –que aseguran, tiene un sabor especial– ya sea por herencia, por buscar un ritmo de vida más calmo o por vocación.
¿El resultado? Emprendimientos que dan frutos, y potenciales desplegados gracias a una creencia firme: lo que se hace con pasión y empeño, siempre encuentra su puerto. Los productos hechos a mano de hoy, son valorados por su tinte romántico, sin desaprovechar el jugo de la tecnología: se exponen y venden a través de los e-commerce y de las redes sociales. Cómo es el universo de las mujeres artesanas de la modernidad.
Zapatera
Betania Lizarraga (35)
Su marca: Ramonaliza
En Facebook:https://www.facebook.com/profile.php?id=100009977440438
“Se requiere de paciencia, constancia, tolerancia al error y muchas ganas de volver a empezar, pero la satisfacción de darle vida a un objeto para que otro lo disfrute es una recompensa inexplicable”
Cuando cumplió 30 años, se regaló a sí misma un viaje a Europa, y, parada frente a una vidriera de Florencia que exhibía el proceso de fabricación de sus calzados –hormas, cueros y empaques–, pensó: “Yo sé mucho de esto. Tengo que hacer algo con lo que mamé desde que nací”. El taller de su padre siempre había sido su universo, el punto de encuentro entre los dos: “Mientras él clavaba tacos o ponía suelas, yo jugaba con semillas, martillos y pinceles”. Betania era una licenciada en Comunicación trabajando en una compañía multinacional, que sabía revisar el cuero para asegurarse de que no se fuera a romper al sacarlo de la horma, que podía cortar el material y rebajarlo, colocar un suelín y lijar para dar brillo. Cuando su papá compró un fondo de comercio para fabricar zapatos, Betania no dudó en acompañarlo desde el momento cero, hasta que se animó a lanzar su propia marca en 2012, que desarrolla zapatos personalizados y a medida. Empezó recibiendo a clientas en el living de su casa en Caballito, hasta que logró abrir un showroom en Belgrano con ayuda de su novio que ordena su cabeza creativa y además lleva los números del proyecto. “Mi relación con las clientas es casi personal, conozco sus gustos y el uso que le van a dar a los zapatos. Compartimos datos de viajes, y tips para que se luzca el calzado que eligen para una fiesta”, cuenta. Para aggionarse a los tiempos de la vida digital y veloz, está presente en las redes sociales, deja disponible su WhatsApp para consultas, envía botones de pago por mail y remite productos por correo para las clientas del interior. Su padre le transmitió el amor por lo manual, por lo limitado y lo exclusivo: “Soy una enamorada de lo que un par de manos entusiastas pueden crear”. Para ella, darle vida a un objeto y ver su esfuerzo reflejado en una sonrisa justifica todo el esfuerzo que requiere el proceso.
Joyera
Emmy Werner (66)
Su marca: Clara & Yema
En Facebook: https://www.facebook.com/clarayyema/
"Para mí, desempeñarse en un oficio manual es tener el poder de suspender el tiempo. La energía concentrada entre las manos y los objetos es un momento de disfrute y de paz "
La tostadora y las burbujas de una cacerola sobre la hornalla, empezaron a convivir con un torno, maquetas y lijas, cuando la cocina de su casa se convirtió en un taller multidisciplinario. Sus hijas estudiaban Diseño Industrial y Gráfico, mientras Emmy comenzaba a interesarse por la joyería a partir de que una amiga le pidió que copiara un par de aros que había traído de un viaje. “Comencé así, por casualidad, a armar aros con piedras y partes de plata, pero eso me impulsó a querer producir mis propias joyas”. Se inscribió en una escuela vinculada a la Cámara Argentina de Joyería, y lo complementó con cursos específicos. Cuando sus hijas le pedían una pieza a medida, prefería enseñarles cómo hacerla. Quizás por eso, de las estaciones de creación que había en su cocina, la joyería fue la ganadora, cuando en 2012 lanzaron su marca. Empezaron con seis modelos, que mostraban en el living de su casa a las clientas que llegaban por Facebook –red en la que ya tienen casi 100.000 seguidores–: “Lo bueno de las redes es que podés testear un producto instantáneamente. La respuesta es inmediata”. El proceso es largo, pero hay disfrute en cada parte, asegura: “Hay momentos creativos, de reunión, de compartir y de paz. Lo lindo es que el tiempo y el esfuerzo se materializan en un producto terminado pequeño y brillante”. Hoy, además de una tienda online, acaban de abrir un local en la galería Guido Spano (Av. Santa Fe 2653).
Bordadora
Silvina Macedo (33)
Su marca: Te quiero mucho bordados
En Facebook:https://www.facebook.com/tequieromuchobordados/
"En estos tiempos, tan acelerados, me siento una afortunada de haber encontrado este oficio que me permite conectar con un tiempo de producción más humano"
Siempre le gustaron las mercerías, observar cada detalle de ese universo miniatura de colores y texturas: “Una día de verano, vi un bastidor bellísimo en un local de barrio, y lo compré junto a algunos hilos”. Fue su primer contacto con el bordado, en forma autodidacta, y con resultados no tan buenos: “Al principio, lo que hacía no era lindo ni prolijo, pero igual pasé los meses de calor dibujando con hilos y haciendo puntos como “el cadeneta” ¡sin saber que era un punto! Me fascinó la técnica”. Empezó como un hobby, pero fue una experiencia triste la que la llevó a descubrir que el bordado era su verdadera pasión: “Entré en una licencia de trabajo por síntomas de pánico, y usé todo ese tiempo libre para investigar y profundizar en cada puntada”. La retribución fue mayor a lo esperado: “El bordado me ayudó a calmar toda esa ansiedad que me había invadido”. Cuando le comentó a su familia que iba a dedicarse a este oficio, se sorprendió con que su bisabuela –a quien nunca conoció– había sido una gran habilidosa de la técnica: “Fue un empujón sentir que ese oficio que desconocía, estaba de alguna manera en mis genes”. Hoy produce prendas bordadas para distintas marcas de autor que tienen parte de su colección con estos detalles hechos a mano, y tiene su propia compañía, desde la que ofrece cuadritos personalizados, hebillas y bolsos. Se llama Te quiero mucho, como un mensaje de revalorización de los oficios que se perdieron, de ese interés profundo en crear prendas de calidad de una persona que adora este oficio. Ese es el sello que llevan las sesenta prendas de lencería que produce cada temporada, y las treinta camisas, que se comercializan en los showrooms de cada marca. Al ser un trabajo tan puntilloso, le costó entrar en una frecuencia de trabajo que le rindiera a la hora de preparar una cantidad de prendas para un pedido, pero con el tiempo logró organizarse y disfrutar de cada entrega
Diseñadora de alta costura
Evangelina Meilan (43)
Su marca: Evangelina Meilan
En Facebook:https://www.facebook.com/evangelinameilan/
“Para hacer un vestido de novia a medida, no alcanza con tener habilidad en las manos. Se necesita una fina intuición, y también, compartir la ilusión con la clienta”
Con mucho cariño atesora un vestido que se cosió para una fiesta de quince cuando era una adolescente autodidacta: “Desarmé un vestido de mi abuela para aprovechar el raso de seda divino, y me hice uno nuevo con falda bombé que estaba muy de moda en los años 80”. Con solo 14 años, se le había hecho costumbre reformar la ropa para salir: “Tenía muchas fiestas y también muchos hermanos, no me podían comprar algo nuevo para cada salida, así que me las empecé a ingeniar para estar de estreno siempre”. Su madre la ayudaba un poco con lo que sabía y, como muchas mujeres de su generación, había aprendido corte y confección. Al terminar el colegio, estudió Diseño de Modas en el CAEM (Centro Argentino de Estudio de Modas), y lo que hasta entonces había dibujado, cortado y cosido intuitivamente –muchas veces con intentos fallidos–, se ordenó en su cabeza. Durante esos tres años descubrió a los mejores diseñadores del mundo, y su inspiración voló con los más clásicos: Dior, Valentino, Oscar de la Renta. “Siempre me incliné por lo elegante, los buenos cortes, lo femenino y lo artesanal. ¿Dónde iba a poder plasmar mejor todo eso sino dedicándome a los vestidos de alta costura?”. Por aquel entonces, no imaginaba que una década más tarde lograría vivir de ese mismo trabajo artesanal que tanto admiraba. Actualmente, crea solo treinta vestidos de alta costura por año, la mayoría de ellos son para novias y el resto son para madrinas, quinceañeras, también confecciona vestidos de cortejo y para tomar la comunión. No se pierde ningún detalle del proceso: “Cuando se trabaja en un vestido a medida, es poco lo que se puede delegar, hay que ir interpretando en cada prueba cómo se siente la mujer con el diseño pensado, e ir adaptándolo”. Desde el momento del corte hasta las terminaciones finales busco que cada vestido sea diferente, que se note que fue hecho para una persona y una ocasión especial”