A democracias más vitales, gobiernos más controlados
El francés Pierre Rosanvallon ubica en el desequilibrio de poderes el origen de la crisis de representatividad
PARÍS.- De la indiferencia ciudadana a la crisis de representatividad, el debate sobre el agotamiento de la democracia parece no tener fin. Con El buen gobierno, publicado a mediados de este mes en la Argentina, el historiador francés Pierre Rosanvallon reorienta esa reflexión con un nuevo enfoque. "Más allá de las imperfecciones de la representación, todavía no hemos tomado conciencia cabal de que el punto central de la democracia contemporánea es la relación entre gobernados y gobernantes", dice en París durante una entrevista exclusiva con la nacion.
A los 67 años, el hombre que probablemente más haya reflexionado en Francia sobre las múltiples facetas de la democracia, la cuestión social y el Estado de bienestar, estará esta semana en la Argentina, invitado por la editorial Manantial y el Centro Franco Argentino, para presentar su último libro.
Todavía conmovido por los sangrientos atentados terroristas que conmovieron París el 13 de este mes, el respetado profesor del Collège de France, que conoce "personas que fueron asesinadas o padecieron de cerca" los ataques, subraya "el apoyo de todos los franceses" al estado de emergencia decretado por el gobierno francés. "Pero más allá de la emoción, esta decisión nos obliga a pensar la democracia de otra forma", precisa, y aprueba la decisión del presidente François Hollande de solicitar una reforma constitucional: "Es necesario constitucionalizar ese estado de excepción, que podría prolongarse bajo formas diversas.También será necesario crear rápidamente poderes para controlar o vigilar al Ejecutivo a fin de evitar toda deriva autoritaria. Un imperativo ineludible, en momentos en que los partidos populistas tienen viento en popa en toda Europa".
Tras un largo ciclo de ensayos consagrados a las mutaciones de la democracia contemporánea inaugurado hace diez años (La Contra-democracia, La legitimidad democrática y La sociedad de iguales), Rosanvallon coloca el Ejecutivo en el punto central de su reflexión sobre el poder. "Nuestros regímenes pueden llamarse democráticos. Pero, en realidad, no estamos gobernados democráticamente", afirma. A su juicio, ésa es la gran cuestión que alimenta "el desencanto y el desapego contemporáneos".
Para el titular de la cátedra de Historia de política moderna y contemporánea del Collège de France, en un mundo inestable, donde la economía de un país depende del crecimiento en China o del precio del petróleo, "la única variable sobre la cual un gobernante tiene la posibilidad de actuar de manera ilimitada es la credibilidad y la confianza". Y aun cuando esto pueda ser motivo de crítica o de temor a una deriva populista, la realidad demuestra que se afirma una tendencia: "Las sociedades actuales pasan de una política de programas a una política de las personas".
Despersonalizar
La crisis de la democracia como se la vive en la actualidad responde generalmente a la percepción de una crisis de representatividad o, más precisamente, a un sentimiento de "mala representatividad", sostiene. En El buen gobierno, plantea una razón de ese fenómeno: la relación pervertida entre gobernantes y gobernados: "Una relación deficiente causada por el desequilibrio creciente provocado por un Ejecutivo que aplasta a los demás poderes". Para decirlo de otra forma, el Ejecutivo no puede tener el carácter representativo de una asamblea. "En un gobierno se puede, por ejemplo, hacer el esfuerzo de la paridad, que es en cierta forma la integración de un objetivo de diversidad. Pero de ningún modo se puede decir que un presidente o que un primer ministro son representativos. Pretender que así sea sería dirigirse hacia perversiones tales como lo que yo llamo el hombre-pueblo. Es el cesarismo, que consiste en decir: la sociedad soy yo".
Para Rosanvallon, ese desequilibrio entre poderes ha llevado a muchos líderes políticos a adoptar una marcada tendencia al "iliberalismo". El cesarismo es una de ellas. La cada vez mayor "presidencialización" de las democracias no es sólo consecuencia de un fenómeno mediático de farandulización, también resulta de la afirmación del poder ejecutivo como poder central: "Esto conduce a que la decisión sea actualmente más importante que la norma. Es un elemento de cambio mayor".
Las viejas democracias estuvieron marcadas por un culto a la despersonalización, en la medida en que la ley era lo más importante. Ser gobernado sólo por la ley era la visión de los revolucionarios franceses. El Ejecutivo sólo tenía una misión técnica. "Pero hoy se ha transformado en un poder central. Hay que hacerlo regresar a la democracia", precisa.La tarea no es fácil porque, según el autor, no existe una teoría democrática del arte de gobernar. "Los que gobiernan no tienen interés en plantear la cuestión del buen gobierno. Hoy gobernar es tratar de sobrevivir. Es seducir".
En todo caso, para salir de esta dinámica, la única opción es cambiar la relación entre gobernantes y gobernados, que ya no puede limitarse a una cita electoral cada cuatro o cinco años. Con ese objetivo, en su nuevo trabajo Rosanvallon analiza el modo en que una democracia revitalizada podría permitir a los ciudadanos controlar realmente al poder ejecutivo. Se trata, en resumen, de ampliar y prolongar lo que él llama "democracia de la autorización" -esa que conocemos y que consiste en acordar un "permiso de gobernar" a través de una elección-, en una "democracia de ejercicio", que sólo puede desplegarse a partir de tres elementos constitutivos.
El primero es la "legibilidad" del mundo político. Porque su ausencia conduce al rechazo o a la sospecha, como lo prueba la proliferación de teorías complotistas. El segundo es el de la "responsabilidad" política, que "ha dejado de funcionar" y debe ser recreada sobre la base de nuevos mecanismos de rendición de cuentas, justificación y evaluación. El tercer elemento es el principio de la "reactividad", mediante el cual Rosanvallon propone la reinvención de medios eficaces de expresión ciudadana, hoy atrofiados por la esclerosis de los partidos políticos o atomizados por las redes sociales.
Esos tres principios definen los contornos de la "democracia por apropiación" y la "democracia de confianza" que, para él, serían las "llaves del progreso democrático". "Las sociedades contemporáneas no necesitan hombres providenciales, sino hombres de confianza", sentencia, estableciendo la diferencia entre dirigentes democráticos y populistas o autoritarios.
Ese proceso exige pactos de confianza; una parresia o discurso veraz opuesto a los retóricos que dominan todos los matices de la mentira política; una integridad que implica una práctica renovada de la transparencia y "sobre todo, la institucionalización de un verdadero cuarto poder: las nuevas organizaciones de control del buen gobierno".
"Hoy, un partido político ha dejado de ser un órgano que representa la sociedad ante el poder. Por el contrario, se ha transformado en una agencia del poder. Las organizaciones militantes de mañana e incluso las actuales no son los partidos. Son lo que denomino organizaciones del buen gobierno."
El eclipse de los partidos tradicionales parece confirmado por la reciente aparición de nuevas organizaciones democráticas en el espacio político europeo. Podemos en España o Syriza en Grecia operaron, bajo formas diferentes, una auténtica reanimación de la escena representativa-protestataria y una revitalización de la noción de foro democrático. "Mientras que los partidos tradicionales quedaron limitados al funcionamiento arcaico de una democracia de autorización, las nuevas organizaciones democráticas tienden a controlar mejor el poder." Dos cualidades se requieren para hacer revivir ese alicaído espíritu democrático en nuestras sociedades contemporáneas: "la integridad y la verdad". En momentos en que la corrupción, el conflicto de intereses y el tráfico de influencias marcan el ritmo de la vida pública, el deseo de honestidad es cada vez mayor.
Rosanvallon propone engarzar esas evoluciones en marcos democráticos. "Ése es el desafío. Construir un nuevo funcionamiento, pero garantizado por comportamientos democráticos -precisa-. Creando, por ejemplo, instituciones garantes del discurso veraz. Una de ellas es la prensa, pero hay otras. Se podrían crear comisiones públicas, fomentar agencias de vigilancia ciudadana o instaurar un consejo del funcionamiento democrático. En materia de vigilancia y alerta sobre cuestiones de corrupción, es necesario destacar el trabajo de Transparencia Internacional [que él mismo contribuyó a crear] o de Anticor. En Francia, la creación en 2013 de la Alta Autoridad para la Transparencia va en el buen sentido", afirma.
Denso y apasionante, pletórico de ideas nuevas e instrumentos posibles, El buen gobierno es fiel a la búsqueda persistente que guía a Pierre Rosanvallon desde hace casi tres décadas de investigación: el esperado pero hasta ahora nunca concretado advenimiento de una auténtica sociedad de iguales.
En agenda
Presentación
El miércoles 2 de diciembre, a las 19, en el auditorio de la Alianza Francesa de Buenos Aires (Av. Córdoba 946), Pierre Rosanvallon presentará su último libro. Lo acompañarán Enrique Peruzotti, (UTDT/CONICET) y Guillaume Boccara (director del CFAAE-UBA)