A falta de gestión, buenas son las epopeyas
"Se va a llevar adelante una campaña de vacunación histórica, como dice el presidente, será una epopeya", anunció en las últimas horas el jefe de gabinete, Santiago Cafiero.
Que el kirchnerismo enmascare con épica todo lo que gestiona no debería ser una sorpresa, todo lo contrario, es algo que lo caracteriza desde siempre. El problema es cuando ese relato épico daña, porque detrás de su verba decorada se esconden distintas mentiras.
Días atrás, el mismo funcionario dijo, sin sonrojarse, que los aumentos otorgados discrecionalmente por el Poder Ejecutivo a los jubilados tenían como objetivo "recuperar los ingresos que el sector pasivo perdió durante los dos últimos años de gobierno de Mauricio Macri" cuando, en rigor a la verdad, las cuentas muestran que en este 2020 los jubilados perdieron ingresos en distintas sumas que escalan de acuerdo con cada categoría. En las más altas, incluso, algunos perdieron casi lo que habían recuperado con la llamada "reparación histórica".
Podríamos también repasar el discurso triunfalista del presidente cuando, acompañado de sus famosas filminas, nos describía cómo Argentina era "ejemplo en el mundo" por su exitosa estrategia de lucha contra la pandemia, otro relato que se desmoronó como una pared de ladrillos de algodón cuando comenzaron a aparecer los indicadores sanitarios que nos muestran entre los peores países del mundo en cuanto a resultados. En ese sentido, la semana pasada, la Agencia Bloomberg publicó un estudio que ubica a nuestro país como el segundo peor lugar para vivir durante la pandemia, en un ranking de 53 países estudiados en diferentes variables estadísticas económicas y sanitarias. Un duro cachetazo al relato oficial.
El gobierno se enamoró de esa fórmula, al no encontrar un área en la cual no exista un fracaso de gestión, inmediatamente salen a redoblar ese discurso cargado de épica que endulza oídos, pero que no mejora la calidad de vida de los argentinos. Es tan grosera la diferencia entre la perorata oficial y la realidad, que hay momentos en que parece que algunos funcionarios se sienten más cómodos tramando el relato heroico para describir una gestión fallida, que en pensar y trabajar para hacerla eficiente.
Si no no se entiende, por ejemplo, como no pudieron privilegiar la educación y volver a las clases presenciales, algo que nos dejará un costo altísimo que se verá a futuro en la dura tarea de revincular con la escuela a miles de chicos de todo el país, más allá de los objetivos académicos no alcanzados. Prefirieron construir una arenga emotiva, cargada de datos inexactos y anuncios pocos probados para desviar el foco de atención, a darle un lugar prioritario a la educación.
En ese afán constante por construir una narración homérica, el gobierno sintió que también necesitaba apoderarse de la muerte de Diego Maradona, que, vale decirlo, nunca ocultó sus simpatías por los gobiernos peronistas, pero que a partir de su muerte y del impacto social y la tristeza infinita que causó la noticia, nadie debió caer en el error y la mezquindad de seguir ubicándolo en un solo lado de la argentina. El kirchnerismo no entiende esas razones y actuó como lo hizo siempre: intentando apoderarse de todo lo que le puede servir.
El velatorio multitudinario era, al menos, un escenario de conflicto factible, palpable, que todos, menos los responsables, veían venir. Luego, ante la certeza de que el evento estaba pésimamente organizado por la Presidencia de la Nación, cuando el país miraba espantado la crudeza de las imágenes que mostraban desmanes en las calles lindantes a Plaza de Mayo y el ingreso violento de barras bravas a Casa Rosada, como si la sede de gobierno fuese un estadio en un partido del ascenso, inmediatamente intentaron correr el eje, no se hicieron cargo y denunciaron primero al jefe de gobierno del GCBA por la actuación de la policía porteña y luego, solapadamente, responsabilizaron por la decisión de culminar con el velatorio a la familia Maradona, que nunca autorizó que el mismo se extienda como lo planearon en Casa de Gobierno. Tanto la denuncia como el señalamiento culposo se hicieron con el fin de maquillar ese papelón indecoroso que Diego y los suyos no merecían.
La idea de adueñarse de algo socialmente impactante para enriquecer el relato estuvo presente desde un principio, en el mismo momento que se tomó la decisión de autorizar y organizar un evento que, según el propio gobierno, reuniría un millón de personas, en un contexto de pandemia que aún no deja de sumar centenares de muertos todos los días.
Claro que, ante las críticas y advertencias, funcionarios, voceros, militantes y comunicadores exegetas del oficialismo, respondían que las mismas provenían de gente a "los que les molesta lo popular". Gran ofensa entonces fue en la que incurrió la vicepresidenta, que hizo cerrar todas las puertas por donde ingresaba justamente "el pueblo" a despedir a su ídolo, para estar sola con el féretro, la familia y las cámaras de televisión que no tardaron en mostrar la imagen de la lideresa con las banderas y la copa del mundo a su lado. El costo de ese privilegio se vio afuera, cuando comenzó a desatarse la furia colectiva por esas puertas que de pronto se cerraron, justamente en la cara del pueblo.
Pese a este contexto, donde el gobierno demostró una alarmante incapacidad organizativa y un nivel de improvisación que preocupa hasta a los propios, sus funcionarios ya comenzaron a "vacunarnos" con su prosa memorable sobre lo que será la gesta de la campaña de vacunación masiva contra el Covid.
Esta vez van a requerir de algo más que de un relato, necesitarán de un plan, de vacunas debidamente autorizadas, de personal capacitado, de logística adecuada y mucha organización, pero, sobre todo, será necesario que asuman que las narrativas epopéyicas son solo eso, un relato, y que no alcanzan para curar ni prevenir ningún virus.