A las puertas del cielo
Steven Spielberg es quizás el más grande cuentista del cine norteamericano de los últimos cincuenta años. No necesariamente el mejor director, entiéndase. Pero hay algo en su formidable capacidad narrativa que enciende la imaginación del espectador hasta devolverlo a la inocencia de la infancia. Para decirlo con Guillermo Cabrera Infante, su condición de eximio ilusionista lo convierte en nuestro Méliès. No es necesario memorizar muchos más que Tiburón o Encuentros cercanos del tercer tipo para que se renueve el hechizo. O ET, el extraterrestre, una de cuyas secuencias más conmovedoras muestra a los miembros de la pandilla trepados a sus bicicletas mientras huyen de la policía, con el extraño y tan querible amigo de Elliott escondido en una canasta. Quienes aquí echan a volar a las puertas del cielo son pilotos de oficio. Dan ganas de que en ese salto vuelvan a ser, por un segundo, otra vez niños.