Activar la producción, sin miedos
El Presidente acaba de anunciar la puesta en marcha de un régimen laboral especial para la explotación de Vaca Muerta. Se trata, sin duda, de un paso en la buena dirección. El acuerdo fue posible por las notables posibilidades que presenta para la Argentina ese yacimiento en potencialidad de explotación y riquezas. Pero este concepto debe ser extendido a todas las áreas productivas del país, algo que el Presidente también anunció como horizonte.
La Argentina ha caído desde hace ya muchas décadas en un determinado tipo de orden jurídico cuya base es el temor: después de darse a sí misma una Constitución brava que proponía poco menos que tomar el mundo con ambas manos y comerlo de un bocado -porque nada se consideraba imposible para el indómito espíritu argentino- la sociedad entró en un inexplicable complejo de miedo, cuya ley consolidó, amplió y profundizó.
Si bien esa característica idiosincrática del orden jurídico argentino es bastante general (porque puede percibirse en cuanta norma se ponga bajo análisis) es particularmente significativa en el derecho laboral, en donde las personas se aferran a lo que tienen como si eso fuera lo único a lo que pueden acceder.
Resulta inconcebible que alguien le haya metido en el tuétano ese miedo al argentino. La construcción legal laboral fue armada para -aparentemente- entregar una completa seguridad a las personas; una vida amparada por cientos de mallas de seguridad que hicieran poco menos que cronometrable la vida desde la cuna hasta el féretro. La aspiración máxima del argentino es entrar en ese círculo áulico donde la ley dice que le dará salario digno, vacaciones, licencias, seguridades de salud, horarios limitados de trabajo, etcétera.
Es el edén de la "relación de dependencia", donde todo parece solucionado, donde todo se mide en indemnizaciones, seguros y vacancias. Pero ese mundo mágico escaló los costos de tal manera que las unidades productivas solo pueden sostenerlo cuando apenas la mitad de la población en condiciones de trabajar lo integra; los demás son expulsados a la informalidad.
Además, esos mismos costos tornaron completamente "incompetitiva" a la economía argentina, con lo cual aquellas promesas legales del mundo color de rosa para los trabajadores, tampoco se cumplió. Ellos pueden blandir sus espectaculares leyes exigiendo que se cumplan, pero cuando no hay, no hay. Si el aparato productivo, asfixiado por las leyes del miedo y de las seguridades totales, no produce, habrá muchos papeles con historias rosas, pero nos debatiremos en la miseria.
Lo paradójico del asunto es que la Argentina ha rechazado la vida corajuda con las ropas de la prepotencia y muchas veces del matonismo. Muchos dirigentes cuando inexorablemente ocurre lo que estos sistemas legales producen, esto es, pobreza y escasez, reaccionan de manera violenta, rompiendo todo, amenazando y echando mano a un lenguaje propio del bajo fondo. Se trata de una indudable confusión entre la bravura y la bravuconada.
Si la Argentina, en coincidencia con la Constitución, hubiera organizado un orden legal de valentía y de coraje, probablemente la ley no hubiera garantizado tantas seguridades, pero la producción de riqueza habría escalado a proporciones tales que aquellas seguridades se hubieran alcanzado de hecho y no de palabra, porque cada uno habría podido darse a sí mismo una holgura que lo pusiera fuera de la pobreza y de las carencias.
Obviamente se trata de una exageración, pero es lo que decía Ortega que hay que hacer cuando uno pretende ser claro en la explicación: la Argentina debería hacer de cuenta que es 2 de mayo de 1853, que lo único que tenemos es la Constitución (jurada el día anterior) y rehacer por completo su orden jurídico.
La Justicia debería comprometerse, a partir de allí, a que nunca más torcerá los argumentos para declarar constitucionales leyes que claramente no lo son, especialmente en los campos laboral y tributario. Porque la Argentina es un fracaso legal; un fracaso provocado por el tipo de ley que nos gobierna y la Justicia autorizó.
Dios quiera que la sociedad abrace el coraje que tuvieron quienes hicieron de la Argentina a fin del siglo XIX y comienzos del XX una especie de fenómeno inexplicable por lo asombroso de sus logros y deje de ser una isla sin explicación por los fracasos que la han condenado a debatirse en las carencias, en la escasez y en la violencia con la que, muchas veces, pretende solucionar sus penurias.