Alberto Fernandez y el uso político de Diego Maradona

En las batallas que el gobierno de Alberto Fernández viene dando y en los enemigos que construye es donde se delinea más claramente el sentido de su gobierno. A falta de un programa económico y productivo preciso, de una estrategia sanitaria clara y de un proyecto educativo bien diagramado, con eje en la reapertura de las aulas y en la importancia de la educación como un derecho urgente a reponer a pesar de la pandemia, son batallas y enemigos los que permiten visualizar realmente el país que Fernández imagina desde la Casa Rosada. Varias cuestiones significativas.

La batalla del velatorio

Por un lado, el velatorio oficial y popular de Diego Maradona con epicentro en Plaza de Mayo, la 9 de Julio y la Casa Rosada, convertido en pocas horas en un campo de batalla política. Fernández inauguró una nueva forma de uso político del pasado, en este caso, del pasado reciente: los incidentes durante el velatorio de Maradona en las calles es el hecho que se reformula en la mirada del Gobierno.

Tiene que ver con la noticia de las últimas horas del viernes: la denuncia del gobierno nacional contra el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, responsable del área de Seguridad y Justicia de la Ciudad. El gobierno de Fernández, que se hizo cargo de la organización del velatorio (y lo anunció formalmente en un comunicado oficial) y autorizó la despedida en Casa Rosada, acusa a las autoridades porteñas por la represión en la 9 de Julio.

Llaman la atención varias cuestiones. Por un lado, la institucionalización del pase de pelota que inició el ministro del Interior, Eduardo Wado de Pedro, el jueves por Twitter: la culpa de los disturbios fue de la policía porteña, dijo, palabras más, palabras menos. La denuncia judicial de la Secretaría de Derechos Humanos, liderada por Horacio Pietragalla, es por "intimidación pública, abuso de autoridad y abandono de persona por el violento accionar llevado adelante por efectivos policiales". Ese es el texto de la denuncia contra el gobierno porteño.

La contradicción entre la atribución resonante de la autoría por parte del Gobierno de la organización del velorio popular en Casa Rosada y el rápido despegue en relación al modo de administrar el flujo de gente, que también impactó en el interior de la Casa Rosada, con los gases lacrimógenos que todos vimos en distintos videos viralizados, desafía la lógica y desafía los hechos.

El uso del sentimiento llamado "Maradona"

Por otro lado, la celeridad en la denuncia es curiosa. Todavía está pendiente una reacción semejante de la secretaría de Derechos Humanos de la Nación en el caso de la flagrante violación de derechos humanos de Abigail Jiménez y de Mauro Ledesma en Formosa, de Solange Musse en Córdoba, de Luis Espinoza en Tucumán y decenas de casos de argentinos que murieron, que tuvieron sus derechos violentados a la hora de cuidar su salud o que no pudieron reencontrarse con sus seres queridos, víctimas de arbitrariedades de los estados provinciales.

Llama la atención ese silencio ante esa violencia estatal injustificable en provincias aliadas al Gobierno y al contrario, la intervención discutible, rápida y resonante, de un día para el otro, contra las autoridades de un distrito opositor, como la Ciudad. Llama la atención también ese silencio ante esos derechos humanos violentados y, en cambio, la participación de funcionarios del Gobierno en defensa de los derechos humanos económicos de la estanciera Dolores Etchevehere y en contra del sector productivo del campo y del derecho a la propiedad privada. Son curiosos los silencios y omisiones de la Secretaría de Derechos Humanos en algunos casos y, en cambio, la rápida acción en otros.

La muerte de Maradona se convirtió en una oportunidad perdida: la cohesión que por algunas horas alcanzó la Argentina atravesada por el dolor por la muerte de esa figura que por casi 50 años marcó las memorias infantiles y juveniles de varias generaciones -no importa si fanáticas del fútbol o no- quedó dañada por la estrategia oficialista de acaparar el momento y disponer del cuerpo en una liturgia partidaria en la que resonaba otra plaza, la de la despedida de Néstor Kirchner.

Esa táctica se lo llevó todo por delante: el cuidado de la salud en la pandemia, con multitudes sin distancia social ni barbijos, amontonándose en los pasillos cerrados de Casa Rosada; y el sentimiento de destino e identidad común compartido despertado por las memorias en torno a Maradona, privadas y al mismo tiempo, colectivas.

Hay un sentimiento que se llama "Maradona". No importan las identificaciones partidarias, la sensación de comunidad a partir de ese sentimiento compartido se hizo añicos en pocas horas. El gobierno nacional imprimió la grieta estéril sobre ese acontecimiento y ese estado emocional de todo un país. La confrontación innecesaria es el signo de un gobernante que prometió consensos.

Los enemigos

Hay, en ese sentido, un balance posible de este primer año del gobierno de Fernández, a punto de cumplirse: un gobierno de oportunidades perdidas. La primera víctima de esas batallas: una Argentina integradora de las diferencias más difíciles de tragar, la de los que piensan distinto.

La pandemia

Otra vez el kirchnerismo construyendo sujetos políticos con proyección a partir de construir enemigos, como ocurre con Larreta. Sin embargo, no es la primera vez: runners, coparticipación, el desacuerdo en torno a la apertura de escuelas y, ahora, el campo de batalla impositivo, con el impuesto a las Leliqs, que desafía la política monetaria del Banco Central, toda una seguidilla de tensiones en las que el gobierno nacional optó por un camino, la confrontación con Larrea, el último opositor con capital político incuestionable.

Hace unos días, la enemiga fue la ministro de Educación de la Ciudad, Soledad Acuña. Los territorios de caza del kirchnerismo en safari por el sentido de la política, orquestado sobre la confrontación, son el campo o la Ciudad de Buenos Aires y los especímenes son los valores de esos territorios: la producción de riqueza como deseable, el saber y la educación, la meritocracia, los ímpetus de la clase media.

Cuando el kirchnerismo victimiza a sus enemigos comete un error político impensado: los proyectan a nivel nacional. Hay algo más fuerte que se impone a la lógica de la táctica política: querer tener siempre razón en lugar de escuchar los problemas de la ciudadanía. El kirchnerismo parece cada vez más sordo a las necesidades de la gente.

El Gobierno ha tenido a lo largo de este año oportunidades excepcionales para construir consensos: primero, una pandemia, que disciplina voluntades y posterga diferencias ideológicas y, ahora, la muerte de un mito nacional, que revive el sentimiento Maradona y produce una cercanía con el otro que solo se siente cuando muere un familiar o un amigo: es momento de deponer las armas y fundirse en un abrazo argentino.

Dos eventos únicos, dos oportunidades únicas, que el Gobierno dejó pasar. ¿O es que el peronismo como el piloto de las crisis por antonomasia confía demasiado en el poder de las tradiciones culturales del peronismo, en la capacidad de unir a los suyos y alinearlos en pos de un objetivo, ganar otra elección por ejemplo, a costa de romper por un lado, con las clases medias, y cohesionar por el otro, con los sectores populares?

El fracaso de la logística

Hay otro balance posible y significativo de este primer año del gobierno de Alberto Fernández que tiene que ver con una serie de fracasos: el fracaso del Estado en tres operaciones logísticas claves. Me refiero a la cuarentena y el plan de testeos, fallido; la de la reapertura de clases, que sería un "despelote", según el gobernador de la provincia Axel Kicillof, y el jueves, la logística del velorio de Maradona, otro fracaso rotundo, también del gobierno.

El Gobierno intentó despegarse culpando al gobierno de la Ciudad e intentado responsabilizar a la familia de Maradona. Los tres fracasos hacen augurar un cuarto fracaso: el de la logística de vacunas, atravesada por contradicciones, consistencia en la desinformación e imprevisiones que no encuentran rumbo.

El kirchnerismo y el problema de la verdad

Por el otro, hay otro sobrevolando un balance posible, que es el tema de la verdad. Este un problema en política, pero sobre todo, para el kirchnerismo en la medida en que la palabra política, el relato, es un territorio a conquistar en lo que ha sido la era kirchnerista, que se reproduce ahora.

Esto afecta a varias cuestiones. Por un lado, a la verdad científica. Lo escuchamos al Presidente en el mensaje del jueves sobre las medidas de distanciamiento social en medio de la pandemia. Habló sobre la "épica del cuidado de la salud" el mismo presidente que decidió un velatorio a puertas cerradas con multitudes abigarradas y difícilmente controladas dentro de Casa Rosada: un espacio cerrado propicio para los contagios y desaconsejados en los protocolos. Una contradicción insoslayable que pareció notarse en las palabras del Presidente, menos convencido en su retórica de épica pro vida en medio de la pandemia.

Se ha hablado de las élites desconectadas de la ciudadanía en el caso de las crisis sociales de Chile y de Perú, hace pocas semanas, que terminan en revueltas. Por las características de un país de ingresos medios en el caso de Chile, cuya ciudadanía, satisfechas sus necesidades más básicas, aspira a derechos más interesantes que superan el de la subsistencia. En el de Perú, por desconexión de la nueva política con los peruanos y una clase política distanciada de la vida de los ciudadanos que viven en la informalidad respecto de la inclusión en el Estado.

Los argentinos estamos siendo testigos de un desapego novedoso, el del kirchnerismo respecto de la ciudadanía: políticos del oficialismo que se muestran sin barbijo, en viajes innecesarios por el interior sin sufrir los conflictos en los límites provinciales que padecen las personas comunes, los encuentros sociales y los entierros del poder versus los encuentros y entierros de los otros, los ciudadanos comunes.

La verdad judicial también está en jaque. Debería reordenar el mapa de la confianza y también, la verdad política. Debería trazar un límite al uso y abuso en torno a la mentira y a la palabra política que desmiente a la verdad. El problema es la sospecha de que esa esfera que debería ser independiente es también una extensión de la esfera política. Vimos por televisión los disturbios del jueves y la encerrona en Casa Rosada, y escuchamos la convocatoria orgullosa y decidida del Gobierno al velorio masivo en Casa Rosada. Sin embargo, el viernes el Gobierno hizo una denuncia contra otro gobierno que participó de un operativo centralizado en el nacional.

¿Qué tendrá para decir la palabra judicial en este caso? El problema es que si no hay instancias de verdad, cómo acordar sobre suelos comunes: en la Argentina, la Justicia, la ciencia -también durante la pandemia- y el fútbol han sido politizados. Es decir, degradados.

El uso político del pasado

Maradona, en tanto mito cumplido, prometía para el Gobierno una oportunidad única de sumersión en el pasado de gloria. No le salió bien la puesta en escena.

El pasado sigue siendo el campo de batalla favorito del kirchnerismo. Hace una semana lo vimos también en la reacción contra la ministra Acuña por sus dichos en torno a los docentes y sus sesgos ideológicos: se le imputó un pasado escolar. Las palabras de la funcionaria en torno a los docentes podían ser cuestionables, discutibles, debatibles y, sin embargo, medios y figuras del oficialismo optaron por el escrache, recurriendo al pasado escolar. Las malas ideas se discuten. Los escraches y la cancelación del que piensa distinto, en cambio, se condenan.

El futuro no se conjuga nunca en la visión kirchnerista. O es el puro presente o el pasado como ordenador de toda la conversación pública. Los hechos del presente que podrían incorporar ese pasado para darle densidad y proyección hacia el futuro, como las violaciones de los derechos humanos de nuevo cuño, las que perpetran los estados provinciales oficialistas amparados en la pandemia y la cuarentena, se omiten, minimizan o silencian. O como dijo el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, son vistas desde el oficialismo como objeto de "manipulación política", es decir, negadas y desacreditadas.

Para el kirchnerismo, el pasado es el estándar contra el que confronta el presente y al mismo tiempo, la utopía a conquistar. Hay más énfasis en el pasado que en los dramas del presente. Queda una pregunta instalada: ¿cuándo se termina el pasado? Que nos avisen. La Argentina necesita del futuro.