Aleksei Navalny, la ascendente figura que hace sombra al proyecto de poder de Putin
Hábil para atraer a los jóvenes y presentarse ante el mundo como una alternativa política, el abogado bloguero escala en popularidad
Es abogado especialista en finanzas, tiene 38 años, un blog influyente y cerca de 900.000 seguidores en Twitter. Es atractivo y dueño de una elocuencia moderna que le permitió seducir a mucha gente joven de clases medias con un discurso fresco, irónico y alejado de toda solemnidad, pese a sus alianzas confusas con sectores ultranacionalistas y neonazis.
Aleksei Navalny viene hace unos años haciendo carrera en la política rusa desde las redes sociales por medio de críticas durísimas y liderando las mayores marchas opositoras contra Vladimir Putin. Con su prédica anticorrupción ("Rusia Unida es el partido de los ladrones y los bandidos" fue su frase de bandera), ha conseguido trascender pese a que en los medios dominados por el Kremlin su nombre y su figura son casi inexistentes. Las redes, el boca en boca y los hechos judiciales que lo tienen como protagonista son su mayor y mejor prensa. Para muchos analistas, Navalny es una gran preocupación política para Putin y la figura que más claramente amenaza su proyecto de permanencia en el poder, sobre todo ahora que la crisis económica parece haber llegado para quedarse; para otros, en cambio, es sólo una pieza más de marketing puesta en marcha por el Departamento de Estado norteamericano para erosionar al gobierno ruso. Posiblemente todos tengan algo de razón.
Por estos días, Navalny está con arresto domiciliario por una nueva causa en su contra. Los acusan a él y a su hermano Oleg de cometer fraude por 30 millones de rublos (unos US$ 500.000) contra dos compañías privadas (una de ellas, la francesa Yves Rocher). Oleg está en reclusión; a Alexei lo dejaron llamativamente en casa, con tres años y medio de pena en suspenso. El juez adelantó la sentencia para el 30 de diciembre, pese a que la fecha prevista para el fallo era el 15 de enero. Las especulaciones varían, pero casi todas anclan en lo mismo: querían evitar movilizaciones masivas, algo que consiguieron a través de la confusión y la sorpresa con el anuncio. Rápido para las respuestas efectistas, el mismo día 30 Navalny rompió las condiciones del arresto domiciliario y se sumó a una marcha de protesta impulsada por sus adherentes; una marcha modesta teniendo en cuenta los antecedentes de masividad en sus convocatorias. No hubo reacción policial. Como tampoco la hubo esta semana que pasó en las dos oportunidades en que Navalny provocó a las autoridades: primero, cuando posteó en las redes una foto de la pulsera que monitorea sus movimientos rota, cortada con una tijera, y, dos días después, cuando salió como si nada "a comprar leche", donde fue acompañado por tres hombres de seguridad, quienes también volvieron con él.
El lugar de la víctima
Aleksei Navalny ya había estado preso antes, acusado de malversación de fondos estatales. En esa oportunidad, en una especie de gesto magnánimo, lo autorizaron a salir de la cárcel para presentarse como candidato a alcalde de Moscú en las elecciones de septiembre de 2013. Con 27% de los votos, salió segundo detrás del candidato oficialista. Dueño de una retórica corrosiva, el abogado bloguero sabe perfectamente que, en un país como Rusia, el lugar de víctima lo beneficia progresivamente ante los ojos de la sociedad. "Es como si en el Kremlin hubiera una especie de guionista loco que cada tanto decide darle una mano a un político o a otro. Que me hayan detenido fue algo bueno", dijo hace poco. "Gente que no me tenía nada de cariño ahora se lamenta por mí", advirtió.
Cerca de Navalny aseguran que todas las causas judiciales están orquestadas por el gobierno. Atando cabos, cuesta pensar en el abogado bloguero como en una pobre víctima del autoritarismo ruso. Cuesta tanto como desmentir a sus allegados, cuando en estos años los mayores opositores a Putin (políticos, periodistas y artistas) siempre terminaron presos, exiliados o muertos. Varios de ellos eran conocidos "oligarcas", nombre que recibieron en la Rusia postsoviética aquellos que hicieron fortunas comprando por centavos empresas del Estado durante las privatizaciones de la era Yeltsin. En Israel terminó refugiado Vladimir Gusniski, uno de los zares de los medios, y en Gran Bretaña se instaló su ex socio Boris Berezovsky, uno de los grandes contribuyentes a la creación de Vladimir Putin como figura presidencial. Berezovsky no era ningún bebé de pecho, tenía negocios turbios y estuvo muy vinculado a Aleksandr Litvinenko, el ex espía de la KGB opositor a Putin que murió en Londres envenenado con una sustancia radiactiva. El propio Berezovsky fue hallado muerto en su baño en enero de 2013 en lo que aparentemente fue un suicidio.
Diez años pasó en la cárcel Mijail Jodorkovsky, alguna vez el hombre más rico de Rusia y dueño de la entonces petrolera Yukos. Los cargos fueron por defraudación al fisco, pero siempre se supo que la prisión era una respuesta a sus ambiciones políticas. El 30 de diciembre de 2013 (parece que han elegido esa fecha para grandes anuncios), el gobierno de Putin dio a conocer una amnistía general por la cual Jodorkovsky fue liberado en la misma ocasión que salieron de prisión las cantantes de Pussy Riot, el grupo feminista punk que había tomado la catedral de Moscú para una performance crítica del gobierno.
La Rusia de Putin y el propio presidente pasan por un momento delicado. El derrumbe del rublo como consecuencia de la espectacular caída de los precios del petróleo y las sanciones aplicadas a Rusia por Europa y Estados Unidos luego de la anexión de Crimea sumieron a la economía en la mayor crisis desde los tiempos de Yeltsin.
En 2008/2009, con Putin como premier, Rusia piloteó la crisis mundial de la mano de los precios de las commodities. Ahora, con una economía centrada en las materias primas y sin haber conseguido diversificar esa matriz productiva durante estos 15 años en el poder, el país está en problemas, la recesión se avecina y su propio liderazgo podría estar en discusión. Y ya se sabe: la corrupción no voltea gobiernos, pero el bolsillo, sí.
Navalny nació en 1976, lo que significa que vivió una infancia soviética, pero que tenía 15 años cuando colapsó la URSS. Entiende las reglas del capitalismo desde pequeño, tiene un espíritu más ligado a un mundo globalizado, aunque su liberalismo tiene límites, como los de muchos europeos cercanos a ideas de la derecha xenófoba. De ahí sus excéntricas alianzas con agrupaciones neonazis, que alternan curiosamente con otros pactos con movimientos más liberales y cercanos a la UE o Estados Unidos, en donde la diplomacia interesada en acabar con la popularidad de Putin lo ve como el candidato ideal: joven, dinámico y afín a las nuevas tecnologías. En 2010, obtuvo una beca del Yale World Fellows Program de la prestigiosa universidad, cuyo objetivo explícito es "crear una red global de líderes emergentes y facilitar el entendimiento internacional". A buen entendedor?
Su mayor talento es la habilidad para tomarle el pulso a la gente joven, orgullosa de su nacionalidad como todo ruso, pero completamente alejada de los lemas y agendas de los mayores, que aun en medio del capitalismo más rotundo conservan jerarquías y prácticas políticas y sociales vinculadas a los tiempos del comunismo. No es menor tampoco su capacidad para armar una agenda internacional de contactos y darse a conocer al mundo por medio de los recursos virtuales al tiempo que en Rusia, además, no aparecen nuevos candidatos opositores de relieve.
Mientras discute sus causas judiciales con retórica encendida, la misma con la que critica a los que hicieron fortunas en estos años de vacas gordas, hay algo que sí es evidente: el mayor objetivo de Navalny no es la alcaldía de Moscú, sino la presidencia de Rusia en 2018.