Aleteos de buitre y gorrión
Inocencio Pipistrelo y Olegario Rocambole se conocieron casualmente, cada uno con su auto, en el playón de preembarque del ferry que los llevaría a Montevideo. Ocurrió el miércoles último, a eso de las 5 de la tarde, y si la fila avanzaba tan lentamente era porque los inspectores aduaneros prestaban estricta obediencia a una flamante disposición oficial: quienes viajaban al exterior no podían portar más de mil dólares en efectivo. La evasión de divisas es un mal que perturba la recuperación económica del país, de manera que los inspectores aguzaban su ojo avizor para que esa afrenta de lesa argentinidad no fuese inferida.
Pipistrelo iba a Piriápolis con intención de reservar hospedaje en algún hotel de dos estrellas, no demasiado lejos de la playa. Pensaba tomarse una semanita de vacaciones en enero, con su mujer y su suegra. Rocambole iba a Punta del Este para cerciorarse de que todo estaba en orden en su bonito bungalow , de que las filtraciones de la pileta habían sido reparadas, por ejemplo. Una y otra vez intercambiaron diálogos de ocasión. "Caramba, llevamos más de dos horas de retraso", dijo Pipistrelo. "Es indignante", masculló Rocambole.
Cuando por fin les llegó el turno, Pipistrelo mostró su documentación y la de su coche y firmó una declaración jurada según la cual no llevaba encima más dinero que el permitido. Pero el astuto inspector sospechó enseguida que ese hombre acababa de incurrir en perjurio y le pidió que lo acompañara a una oficina, a pocos pasos del playón. Su ojo avizor no le había fallado: Pipistrelo era portador de los mil dólares hasta entonces autorizados, más 148 pesos, por lo que de inmediato fue sometido a intensa requisa. Debió quitarse los calcetines y otras prendas interiores y su coche fue revisado prolijamente, por dentro y bajo el capot.
Final feliz
Al rato, efectuada la comprobación de que ninguna otra evidencia agravaba su deshonra, una junta de inspectores extendió a Pipistrelo el permiso de embarque. Y Pipistrelo estaba calzándose los zapatos y agradeciendo, emocionado, esa muestra de tolerancia y misericordia, cuando la radio de la oficina, puesta a todo volumen, dejó oír la voz del ministro Domingo Cavallo: "Ahora, quienes viajan al exterior pueden llevar hasta 10.000 dólares". Eran casi las 7 de la tarde y la perplejidad dibujó una rara sonrisa en el rostro de los inspectores.
Rocambole llevaba encima no más de 300 dólares y varias tarjetas de crédito. Firmó la declaración jurada, nadie puso en duda su palabra y en un santiamén instaló su Mercedes en la bodega del ferry, junto al desvencijado Fitito de su casual vecino deamansadora . "Uf, por fin", le dijo, con amable guiño. Pipistrelo le devolvió la gentileza: "Todo sea por el veraneo", suspiró.
Pipistrelo viajaba solo. A Rocambole lo acompañaba una rubia virtual, lánguida, felina y suntuosa, con edad de ser su sobrina. No llevaba en su portafolios otra cosa que el cepillo de dientes, la agenda electrónica, algunos compacts y el comprobante de los 14 millones de dólares que el director gerente del Ghost Group International había girado a su nombre, esa misma mañana, por la vía de siempre, tan discreta y confiable.