Algoritmos del corazón
Antropólogos, sociólogos y psicólogos de diversas partes del mundo integran una sociedad de responsabilidad sumadamente limitada, dedicada a estudiar las leyes del amor, que como todas las leyes tienen su letra (casi siempre manuscrita, caligráficamente atroz) y su espíritu (rara vez santo). Según The New York Times , esa gente procura hallar la fórmula de la pareja perfecta, todavía compuesta por seres humanos de distinto sexo. Desde luego, intentan descubrir cuánto hay de cierto en eso de que un fulano y una fulana pueden congeniar, y quizás establecer una relación bastante cachonda, bastante perdurable, si entre ellos existe buena química. Pero ¿en serio el amor es el producto sublimado de sustancias químicas, a veces inflamables y a veces no? En la Universidad de Pasadena, Estados Unidos; en la de Osaka, Japón, y en la de Essex, Gran Bretaña, desestiman esa hipótesis y prefieren suponer que, sin ir más lejos, un vulgar Romeo y una vulgar Julieta sólo pueden constituir pareja duradera si sus respectivos algoritmos funcionan armoniosamente.
En suma, niegan veracidad a la tradicional creencia de que Cupido es un nene voluble y caprichoso, y optan por manipular algoritmos con intención de otorgar certeza plena a esta hipótesis: la secreta complicidad de astutos algoritmos tendría influencia decisiva sobre el destino de damas y caballeros en edad de amancebarse. ¿Qué demonios significa esto? Significa lo siguiente: que la tradicional pareja humana suele verse embarcada en situaciones ciertamente confusas y engorrosas. Quizás él y ella experimenten corporativa atracción física, pasional aunque apenas transitoria (si bien jolgoriosa, bastante a menudo), o quizá se declaren impelidos a amarse por tiempo indeterminado, ya que son efectiva y afectivamente complementarios. Serían, pues, los algoritmos de cada cual los que ofrecerían debida respuesta a tales improntas y los que explicarían las estrafalarias razones del corazón.
Pero ¿qué es un algoritmo? El diccionario de la Real Academia Española llama así, textualmente, al conjunto ordenado y finito de operaciones que permiten hallar la solución de un problema. "Y nadie pretenda que eso de finito es una insinuación peyorativa", advierte el antropólogo Naendertal Peribáñez, sólo a medias enrolado en la corriente algorítmica. A su entender, científicos igualmente prestigiosos postulan con idéntico énfasis la teoría de que la cuestión amorosa suele conducir a la más bizantina de las discusiones. "¡Ufa! -resume-. Creo que el amor está regido por factores emocionales, del todo inescrutables y azarosos, y por eso reunidos en la llamada Ley de la Perinola."