Amartya Sen, el imperativo ético de un mundo más justo
El premio Nobel de Economía bengalí habla de La idea de la justicia, su último libro, publicado ahora en la Argentina por la editorial Taurus y en el que más que perseguir sociedades perfectas apunta a las cosas que se pueden hacer ya, porque no hacerlas, afirma, es un acto de injusticiaSilvia PisaniCorresponsal en EE.UU.
WASHINGTON
Muchos hablan de él como de "un humanista metido a economista". Otros van más lejos y lo rebautizaron como la Madre Teresa en el mundo de la economía.
Entre una sentencia y otra, Amartya Sen (Bengalí, 3 de noviembre de 1933) construye la aureola de "caso atípico" entre los Premios Nobel de Economía, distinción que la Academia Sueca le otorgó en reconocimiento a su trabajo sobre la justicia social y la defensa de la redistribución de la riqueza.
Pero, en todo caso, es una atipicidad que no hace de este profesor de Harvard un soñador idealista ni un romántico perseguidor de sociedades perfectas. Su reflexión sobre la justicia se aplica a un aquí y ahora concreto: las cosas que se pueden hacer ya.
No hacerlas, no llevarlas a la práctica es lo que constituye una injusticia, previene este hombre que, en su recorrido vital, se saturó de ver pobreza y se indigna cuando oye hablar de la marea humana que, en las noches de nuestro país, rebusca en la basura y duerme en los portales. "Creer que eso no tiene solución es el error", afirma. Esa convicción -la de que la sociedad ideal no existe pero que sí pueden darse soluciones- es el hilo conductor de su último libro, en el que, a lo largo de 500 páginas, analiza siglos de pensamiento sobre La idea de la justicia .
"No me preocupa, en todo caso, que se hable más de la justicia de lo que se la practica. Lo importante es la capacidad para volver el debate en hechos concretos", dice a LA NACION este hombre que lo que no tolera, en todo caso, es la retórica vacía. Aun cuando venga arropada de buenas intenciones.
Aun así, dice, si se quiere movilizar a la gente, la visión de la sociedad perfecta es importante. Libertad, igualdad y fraternidad, por ejemplo, es buen eslogan de la Revolución Francesa. Un eslogan muy efectivo. La retórica es importante y hay que hacerla bien. Pero también hay que decir que cualquier cosa puede convertirse en víctima de la retórica. Eso es algo que debe tomarse muy en serio, porque los resultados pueden ser contraproducentes y apartarnos de lo que realmente tratamos de hacer. La retórica del mundo perfecto puede convertirse en una barrera al progreso, un instrumento que se vuelva contra el cambio, sostiene. Un arma que se le vuelva en contra.
Sen se entrega al debate como un camino hacia lo verdadero. "Me resulta muy difícil escribir un libro si antes no he debatido las ideas que allí expongo con mis alumnos. En parte, porque recibo comentarios atinados, y además, porque al intentar explicarme las ideas se me hacen más claras, más transparentes. La articulación clarifica e ilumina", dice, con una actitud más cercana a la humildad de quien busca que a la soberbia de quien expone.
Su intercambio con LA NACION comenzó con un reconocimiento de los problemas de América latina, el continente tantas veces llamado como "de la esperanza" y, sin embargo, atrapado en la vergüenza de la desigualdad en la distribución de la riqueza.
-¿Cómo se puede, profesor Sen, ser al mismo tiempo tierra de esperanza y patria de miseria y de hambre?
-La miseria es, en efecto, una de las mayores injusticias que soportan los hombres. Es imperativo actuar en ese sentido. Usted pregunta cómo se puede ser tierra de esperanza en medio de tanta injusticia. Y yo digo que puede serlo en la medida en que es posible tener esperanza en un cambio aun en la peor de las circunstancias. Lo que es importante, sin embargo, es convertir esa esperanza en realidad. No creo que América latina quiera ser un continente de "falsa esperanza".
- Pero, ¿cómo alcanzarla?
-La búsqueda de la justicia demanda aquí, como en cualquier otra parte del mundo, que se otorgue prioridad a la remoción de injusticias básicas que hacen la vida humana tan miserable y limitada. Expandir la libertad del hombre -en el sentido de lo que los seres humanos son capaces realmente de hacer- es parte del compromiso básico en la búsqueda de la justicia. La superación de la pobreza es una condición necesaria de ese compromiso por la justicia.
- ¿Es la búsqueda de la justicia un valor real en la actividad política cotidiana de nuestra tierra o se ha vuelto un valor en retroceso?
-No tengo dudas de que muchos líderes y dirigentes políticos están realmente preocupados por la búsqueda de justicia. Es el sistema democrático el que debe recompensar a los que son sinceros en ese compromiso. Es posible que los políticos piensen mucho en sí mismos, pero, en algún momento, deben confrontar su acción con la discusión y con la aprobación pública. Es la sociedad la que, en definitiva, tiene el papel fundamental en hacer que los dirigentes se muestren realmente preocupados por erradicar la injusticia. Aún cuando en la dirigencia existan intereses particulares en esta materia, a la larga necesitan el apoyo de los ciudadanos. Ese es el valor de la democracia en la búsqueda de justicia.
-Usted habla mucho del papel del ciudadano, pero ¿qué es lo que hace que sociedades y gobiernos se vuelvan impermeables a la miseria? En las calles de muchas ciudades de la Argentina, a diario, se ve a mucha gente revolviendo en la basura para encontrar algo que comer o algo con qué abrigarse o durmiendo en los portales. ¿Cómo podemos esperar que una sociedad cansada y agobiada luche por la justicia cuando se acostumbra a convivir con ella a diario?
-Creo que hay dos falsas percepciones que contribuyen a que la gente acepte lo inaceptable como parte de una realidad social. La primera es una suerte de fatalismo que surge de la falsa idea de que las cosas no pueden cambiarse. La convicción -explícita o implícita- de que una suerte de imposibilidad de erradicar la injusticia en el mundo llevará, finalmente, a que los individuos busquen otras cosas e ignoren la presencia de una injusticia que puede remediarse por el hecho de que la consideran, falsamente, irremediable. Esa es la primera falsa percepción. La segunda, igualmente falsa, es que sí hay cosas que están sucediendo para erradicar la injusticia pero que, por su naturaleza, no pueden hacerse más rápido. Que necesitan un tiempo para transcurrir y que ese "proceso" de erradicación de la injusticia no puede acelerarse.
- ¿Eso es lo que se ve en parte del pensamiento económico?
-Exacto. Eso es lo que lleva a mucha gente a pensar que, por ejemplo, tener crecimiento económico llevará, por sí mismo, a la eliminación de la pobreza en el largo plazo y que no hay modo de acelerar el proceso y hacer que ella desaparezca antes.
- ¿Y eso es falso?
-Eso es absolutamente falso. El crecimiento económico puede, por supuesto, ayudar a eliminar la pobreza pero, por sí mismo, no hará jamás lo que es necesario ni tampoco acabará con la miseria con la velocidad suficiente. Lo que hace falta son políticas públicas que complementen lo que el crecimiento económico por sí mismo no es capaz de hacer sin su ayuda. No se trata de negar lo que el crecimiento económico puede hacer en la materia, sobre todo si está bien apoyado por una política pública. Pero es un error dejarle toda la responsabilidad.
- Da la impresión de que los gobiernos gastan más hablando de justicia que procurándola. ¿No hay cierta esquizofrenia en el hecho de hablar tanto de la justicia y practicarla tanto menos?
-Eso no me preocupa. Lo importante, en todo caso, es hacer que la charla sobre la justicia se transforme en hechos concretos para su remoción. La idea central de la justicia es lograr la disminución y la eliminación de lo que constituya injusticia mediante acciones que puedan ser practicadas ya mismo. Lo que sostengo en mi libro La idea de la justicia es, precisamente, que su búsqueda debe concentrarse en eso más que en la discusión de una idea romántica de la "sociedad perfecta". Hay cosas que pueden hacerse ahora mismo y aquí, que no son sueños románticos, sino acciones concretas que pueden acometerse en lo inmediato. Con urgencia. Para eso, lo que es necesario es un mayor compromiso ético y moral para convertir a esas acciones en prioridad social básica. Es un compromiso del que hay mucha necesidad en el mundo y, en particular y en los que nos toca, en la Argentina.
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