Amor adolescente... ¿y relaciones sexuales?
Todos tenemos claro que la sociedad y la cultura actual se meten en nuestras casas y en la mente de nuestros hijos, tanto niños como adolescentes, con propuestas, sugerencias, ideas, modas con las que los adultos muchas veces no estamos de acuerdo. Fue siempre así pero, a diferencia de épocas anteriores en las que no era tan fácil para el entorno entrar en nuestros hogares, esos mensajes hoy tienen enorme influencia en nuestros hijos porque llegan desde muchos ámbitos imposibles de controlar, y a menudo antes de que nosotros hayamos tenido la oportunidad de transmitirles nuestra visión de todos esos temas. Cuando, en cambio, el mensaje de los padres, docentes y otros adultos interesados en su cuidado llega antes del que viene del entorno, los niños y jóvenes pueden evaluar, comparar, contrastar, disentir, y tienen así la oportunidad de armar su propia forma de pensar. Nuestro mensaje comunicado a tiempo puede contrarrestar los que les llegan desde otros ámbitos y personas.
Tenemos que estar atentos a algunas cuestiones: los adolescentes no nos preguntan y tratan de no escucharnos, por lo que tenemos que empezar antes de que lleguen a esa etapa con nuestras charlas de formación e información. Por otro lado, con tanto bombardeo desde el mundo externo los mismos padres podemos perder nuestro criterio personal y dejarnos llevar por las nuevas modas y costumbres sin revisar si nos parecen saludables o adecuadas para nuestros hijos. O quizás cedamos para no pelearnos con ellos, para que no se enojen con nosotros… O porque no reconocemos la importancia de transmitir y defender nuestras ideas.
Uno de los temas que me preocupan es la naturalización del inicio temprano de las relaciones sexuales, hacia la que la sociedad fue “avanzando” en los últimos años como parte de la propuesta posmoderna que nos invita a vivir en el presente, a la liberación personal, a buscar lo inmediato y el placer ya, y que lleva a pérdidas inevitables: de los vínculos de intimidad, del respeto por el otro, y también del valor de la búsqueda, del deseo, de la espera o del esfuerzo.
Pese a lo que la sociedad hoy promueve, los cuerpos humanos maduran sexualmente entre los once y los catorce o quince años, pero las personas no están preparadas para tener relaciones sexuales hasta más adelante
Nuestras palabras y experiencia vivida son oro en polvo para nuestros hijos: hablemos con ellos desde chicos de nuestros aprendizajes y creencias en el tema de la sexualidad y el amor: tienen que saber de nuestra boca lo que pensamos acerca de las parejas y del enamorarse y, cuando se acerquen a la pubertad, de lo importante que es para nosotros que las relaciones sexuales ocurran entre dos personas significativas uno para el otro, que se conocen y se quieren y no que sólo se desean; que nuestra propuesta es que comiencen a tenerlas cuando estén en condiciones de tener una experiencia cuidada, íntima, privada, no apurada; que tampoco lo hagan presionados por el entorno o la moda, cuando sepan y puedan cuidarse adecuadamente de las enfermedades de las que podrían eventualmente contagiarse, ¡o de un embarazo no deseado!
Un par de generaciones atrás las relaciones sexuales eran cosa de grandes; es decir, de adultos autoportantes, emocional y económicamente independientes o con la madurez necesaria para evitar los riesgos que pueden surgir. Hoy nos fuimos a otro extremo en el que se pierde humanidad. Las relaciones sexuales pasaron en muchos casos a ser encuentros casuales: “tener sexo” se convirtió en el comienzo de la relación y no en aquello que llega cuando alguien que conocemos nos gusta de verdad, queremos pasar a una intimidad mayor y decidimos, consensuadamente y cuidándonos, “hacer el amor”.
¿Qué pasa con los adolescentes? Van creciendo e integrándose como personas con el correr de los años, de los vínculos y de las experiencias vividas, hasta llegar a madurar y poder ofrecer un amor generoso, considerado, que tiene en cuenta a la otra persona, que tiene capacidad y ganas de intimar, que es consciente de su propia incompletud y de la riqueza de ese encuentro con un otro diferente, atractivo, interesante, con quien logran ser juntos “mucho más que dos” como dice Mario Benedetti en su poesía Te quiero. Una relación en la que el encuentro sexual es una de muchas partes, pero no lo es todo.
Es un proceso que lleva tiempo. Los adolescentes no pueden hacerlo de esa forma por su inmadurez; sus encuentros sexuales suelen ser efímeros, se parecen al juego que jugábamos de chicos en la calle, al que llamábamos ring raje: tocábamos el timbre y salíamos corriendo para no hacernos cargo de haber despertado a alguien de la siesta o haberlo hecho levantar del sillón. Encuentros de una sola vez, fugaces, sin hacerse cargo de ellos mismos ni del otro…
Pese a lo que la sociedad hoy promueve, los cuerpos humanos maduran sexualmente entre los once y los catorce o quince años, pero las personas no están preparadas para tener relaciones sexuales hasta más adelante: necesitan tiempo para conocer y habitar su propio cuerpo y su persona adolescente, para saber quiénes son, qué y quién les gusta, hacia dónde van. Tarea que lleva toda la adolescencia, y para eso está ese período de “moratoria” del que ya he hablado.
Aunque nos incomode, aunque no estemos acostumbrados ni sepamos cómo hacerlo (es muy probable que nuestros padres no lo hayan hecho antes con nosotros), no podemos dejar este tema en manos de la sociedad ni de los mismos adolescentes. Conversemos con nuestros hijos antes de que ya no quieran escucharnos: que sepan que no hay apuro, hablemos de la larga vida que tienen por delante, que va a incluir tener relaciones sexuales (cada vez más, a partir de los avances de la medicina), y que les deseamos que, cuando llegue ese momento, tengan algo mejor que solo un encuentro físico. Abramos sus mentes a la posibilidad de esperar, a preguntarse, a elegir el momento y la persona. A decidir, a no dejarse apurar.