Apurados
Todo va rápido en la Argentina. Demasiado rápido. El nefasto síndrome se manifiesta, incluso, en los lugares de mayor distensión, como puede ser un cine. No hay nada que me irrite más que la gente escapando en tropel de las salas no bien empiezan a correr los créditos finales. Pero hay algo que directamente me despierta instintos homicidas: cuando entremedio de esas letritas que nadie quiere ver se cuelan bonus tracks con nuevas escenas. Es ahí cuando los que escapaban detienen su huida y se quedan parados petrificados molestando la visión de los que se quedaron tranquilos más atrás en sus butacas. Me pasó en dos ocasiones en los últimos días al ver La odisea de los giles y Había una vez... en Hollywood. Sirva de alerta a los fastidiosos incontinentes de la fuga que todavía no las vieron para que no se vayan tan rápido.
No es de extrañar que esto suceda en el mismo país que mató horas antes de su deceso real a Juan Alberto Badía, que consideró varias veces terminada la carrera política de Cristina Kirchner y que reduce a un mero trámite las elecciones del 27 de octubre porque Alberto Fernández "ya ganó". Nuestra ansiedad hace subir el dólar y los precios. También, la presión. Calma.