Desde París. Aquellas damas de París
Notre Dame hay una sola, pero damas de París hubo muchas y siguen apareciendo. La más reciente y cada vez más popular es Lady Diana.
"Has hecho realidad mis fantasías? reina de corazones? princesa en el alma de todos", dicen las leyendas dejadas por lápices de toda procedencia en la llama dorada del monumento que, por fuerza, se convirtió en su memorial, justo sobre el túnel en el que perdió la vida. Su emplazamiento es bastante más seguro que la vía rápida donde se estrelló su auto. "Diana, Bolivia no te olvida", dice el primer mensaje de 2004.
En contraste, la ubicación de la Venus de Milo en el cercano Louvre es un dechado de humildades. Su desnudez sin brazos no tiene mas protección que un cordel para evitar que los turistas se le trepen encima para inmortalizarse junto a ella, mientras hacen globos con sus gomas de mascar y los flashes relampaguean como luces psicodélicas. Poca paciencia hay como la del mármol.
Pero el delirio llega junto a la Gioconda, la reina del Museo, tras su doble vidrio antibalas y la cápsula antiatentados en la que habita. Hay que verla entre la multitud y el reflejo de cientos de rostros ajenos sobre los cristales. Y, por supuesto, sobre los flashes de las cámaras que, en su mayoría, son digitales y de tecnología japonesa. Llueven los elogios para el genio de Leonardo, pero el relato que fascina es el de la mente perturbada que quiso destruir su obra maestra.
Chorrea el morbo mientras ella sigue mirando fijo a los ojos, donde quiera que uno esté. Dueña del enigma que no penetra cámara alguna, por muy digital y japonesa que sea. Como toda una dama.
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