El cine argentino y la Bandera. "Aquí está la bandera..."
Por Manuel Antin Para LA NACION
Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa sabiendo que tienen una.
Voltaire
Que muchos políticos de todas las latitudes, felices de haber sido votados, miran luego por encima del hombro y hasta con incredulidad la lucidez y la inteligencia de los ciudadanos no es ninguna novedad. Tampoco es ninguna novedad que es más que probable que lo merezcamos. Por eso no debemos sorprendernos si un día abrimos el diario, cualquiera de ellos, porque en eso todos son fatalmente coincidentes, y nos encontramos con que a falta de mejores ideas (o de peores) algún representante del pueblo ha presentado ante su respectiva cámara un proyecto que nos deja con la boca abierta de par en par.
Me han comentado (y no quiero creerlo) que en estos días uno de esos representantes ha presentado un proyecto de ley según el cual "toda película, para aspirar a la condición de nacional, debería incluir en su metraje la exhibición de la bandera argentina durante ocho segundos".
Es imposible permanecer indiferente o insensible o mudo ante esta noticia, aun corriendo el lamentable riesgo de parecer nacido en el país de no se sabe cuál ni de salir corriendo en las más contradictorias direcciones para poder sobrevivir a los embates consabidamente nacionalistas de quienes pueden suponer que el patriotismo no existe si no se lo declama con fondo musical de clarines y tambores.
No deseo ni siquiera suponer a qué personajes de nuestra historia, o de la historia del mundo, podría habérseles ocurrido también algo semejante. Sería discutir con malas artes y este proyecto de ley se replica a sí mismo. Hago mías las palabras de la crítica cinematográfica argentina, reunida en una asociación internacional con filial en nuestro país, cuando considera "que la condición de nacionalidad de cualquier creación artística (no sólo una película) no puede depender de la exhibición de los colores patrios ni de la inclusión de contenido obligatorio alguno. Toda regimentación en este sentido representa una imposición que, proviniendo del Estado nacional, como sería si fuera aprobada la ley, no tiene nada que ver con los mecanismos propios de la democracia, sino, muy por el contrario, con una voluntad autoritaria, propia de gobiernos dictatoriales. Conviene recordar al respecto que ni el fascismo mussoliniano ni el estalinismo ni la última dictadura argentina llegaron al extremo de querer imponer algo semejante". Sabias y certeras palabras que traen consigo un clamor de prudencia que no puede dejarnos indiferentes.
Amo al cine, amo al cine argentino y, por sobre todas las cosas, amo a mi país, que me ha permitido desarrollar mi vocación sin ponerme obstáculos, más bien todo lo contrario, que me ha ayudado a superarlos, y no quisiera que aparecieran ahora, súbitamente, en el camino de una cinematografía resplandeciente y en pleno apogeo y goce de prestigio internacional muy bien ganado, puntos oscuros que abran precipicios entre nosotros mismos, cineastas que con sus más y con sus menos sólo hemos recibido favores de la Argentina sin distinción de épocas ni de ideologías.
El cine argentino, tan alejado siempre de todo cuanto pudiera perjudicarlo, no se merece tal disgusto. Casi agregaría que tenemos por delante la bella tarea de continuar puliendo hasta el infinito el prestigio obtenido y consolidar la industria para aprovechar las circunstancias que indudablemente nos favorecen. El reciente Festival de Cine de Cannes acaba de atestiguarlo. Perderíamos energías en discusiones estériles y el país ganaría una fuente de recursos nada desdeñable, por cierto.
Mientras tanto, continuemos buscando la felicidad, pero sin incertidumbres ni titubeos que puedan traer a la memoria la inquietante metáfora de Voltaire que encabeza estas líneas. Celebremos todos juntos que conocemos el camino porque en gran parte ya lo hemos recorrido. Sin más ni menos. Y sin homenajes innecesarios. No vale la pena mezclar las cosas, no sólo por las películas, también por la Bandera.