Argentina: mirar las lecciones de 1989, no de 2001
Al leer los diarios argentinos, queda claro que hay una percepción cada vez mayor de que viene una crisis. La memoria es corta y algunas personas comparan la situación actual con la de la crisis de 2001, lo que el Gobierno descarta con sorna y cierta razón. Para entender la presente coyuntura habría que retroceder a la crisis de 1989. Con una alta proporción de deuda interna en relación a la externa, el Gobierno se vio entonces obligado a tomar acciones extremas para contener una inflación galopante. En julio devaluó un 54%, con aumentos del 200% en las tarifas públicas, impuso topes salariales y directivas de precios. En diciembre devaluó 34,5%, postergó los pagos de deudas estatales y cerró los bancos para darles tiempo de ajustarse a la devaluación. Ordenó otro aumento del 60% en los precios de gas y servicios públicos. Finalmente, lanzó el Plan Bonex, para refinanciar el "déficit cuasifiscal", obligando a cambiar por bonos a diez años en dólares todos los plazos fijos de un valor mayor al equivalente de USD 1000.
Aunque hoy la relación entre deuda doméstica y el PBI es 3,5% menor que en 1989, los riesgos del enfoque actual en la financiación interna son claros.
Los días de crecimiento autofinanciado con facilidad logrado por la Argentina ya pasaron. Han sido principalmente las exportaciones de sus abundantes recursos naturales y las commodities que han sostenido el crecimiento durante la última década
El economista de la Reserva Federal John Walsh escribió acerca de esa crisis que "el incremento subsiguiente en la deuda interna y los intereses que acarrea deteriora aún más la situación fiscal, agregando presiones inflacionarias que se sienten particularmente en el contexto de la deuda gubernamental indexada, cuanto mayor la tasa de inflación -argumenta el economista- menores serán los balances de efectivo real y de ingresos fiscales. Cuando el déficit fiscal operativo como porcentaje del PBI supera el máximo alcanzable con la tasa de inflación, el Gobierno tendrá que acelerar continuamente la tasa de crecimiento monetario empujando la economía hacia la hiperinflación".
Los días de crecimiento autofinanciado con facilidad logrado por la Argentina ya pasaron. Han sido principalmente las exportaciones de sus abundantes recursos naturales y las commodities que han sostenido el crecimiento durante la última década, financiando la estabilidad y el equilibrio social y económico. Pero tanto el estancamiento global como las sequías que han azotado al país desde 2008 son prueba de los peligros de una dependencia tan marcada de las exportaciones.
El enfoque de la presidenta Kirchner que impulsa la transición desde un perfil de exportador de commodities hacia el de exportador de bienes de valor agregado está en el camino correcto.
La estatización de YPF fue una forma de reconocer la imperiosa necesidad de invertir masivamente en el desarrollo del sector. Pero dichas inversiones, como las requeridas en otros, son demasiado grandes para ser sostenidas sin participación extranjera directa.
El resultado ha sido una secuencia de acciones como los controles de capital, cada vez más proteccionismo, el uso continuo de las reservas del Banco Central para cubrir las necesidades de financiamiento en dólares, las reducciones en el apoyo provisto a los servicios esenciales en las provincias y la colocación de montos cada vez mayores de deuda interna con la Anses y otros organismos dependientes del sector público. No han tenido el resultado esperado. La posición fiscal ha pasado de un superávit sostenible a más de un año a puro déficit e inflación.
Hace un año visité Buenos Aires para dar una conferencia en la cual demostré que la Argentina podría ahorrar 28 mil millones de dólares entre 2012 y 2020 si toma los pasos para retornar a los mercados internacionales de capitales y bajar la prima de riesgo.
La posición fiscal ha pasado de un superávit sostenible a más de un año a puro déficit e inflación.
Dadas las muchas fortalezas intrínsecas a la economía argentina, dicho retorno podría tener el efecto de estrechar diferenciales durante los próximos años, mientras el país se dedica a refinanciar su deuda.
Entonces advertí sobre el peligro de una desaceleración significativa dentro de los próximos seis meses si el país no comenzaba rápidamente a atraer el capital tan necesitado.
La desaceleración llegó, pero la Argentina aún tiene margen para evitar otra crisis como la del 1989, si bien hay poco tiempo.
La resolución de determinados temas pendientes podría permitir seguir el camino de crecimiento que ha caracterizado la administración de los Kirchner. Completar la tarea con el FMI para crear un nuevo IPC sacaría el tema del Indec del debate, favorecería las relaciones con las instituciones internacionales de crédito y una reprogramación favorable de la deuda con el Club de Paris.
Pagar los fallos del CIADI eliminaría un elemento de mucha irritación en la relación con el Banco Mundial por poco dinero. La exploración de soluciones creativas con otros acreedores podrían conducir a costos de financiamiento mucho más bajos y a una reducción sostenida en la deuda y a la protección de reservas. Además, representarían un importante incentivo para atraer la inversión extranjera directa esencial para lograr la transición a una economía de valor agregado.
Si la Argentina puede internalizar que no fue el proceso de endeudamiento externo que lo llevó a la crisis de 2001, sino el manejo equivocado de montos excesivos de deuda interna y externa que resultó en las crisis de 1983, 1989 y 2001, podría retomar el camino correcto. Pero si cree que puede financiar internamente de manera exclusiva las inversiones para desarrollar una economía de valor agregado, su futuro podría tener el mismo desenlace que en 1989.
Josh Rosner