Arte y naturaleza: el llamado de la selva
Impulsada por el curador José Roca, Flora ars+natura tiene dos sedes en Colombia, donde ya se alojaron varios argentinos
Acaba de destruir lo poco que lo acompañaba: su música. El calor, esa fuerza poderosa que inmoviliza durante horas esta ciudad casi aislada en el corazón de Colombia, logró paralizar también su computadora. Desde el agua tibia de la pileta, Matías Duville siente la intimidante presencia de los mosquitos que lo aguardan agazapados. Así comienza otro día de trabajo en Honda.
“El calor se convierte en parte del proceso creativo. Si lo sabés utilizar y aceptás que hay cosas que no podés controlar, está bueno. Las altas temperaturas te permiten conectar con otra parte tuya; entrás en una especie de limbo”, cuenta el artista sobre las tres semanas que pasó hace dos años en la Casa Deuxsoleils, la sede de la Escuela Flora ars+natura donde se realizan las residencias del programa “Verano permanente”. Una experiencia similar vivirá el año próximo Martín Huberman, ganador del segundo Premio Fundación Medifé Arte y Medioambiente (ver recuadro).
Aquella residencia fue inolvidable para Duville, que encontró en Honda un paisaje apocalíptico similar al de sus obras. Quedó impresionado con la forma en que la naturaleza había avanzado sobre los restos de un pueblo sepultado por cenizas volcánicas en 1985, y realizó una animación inspirada en el contaminado río Magdalena, que supo ser la vía de llegada de los conquistadores hasta el centro del país. Acorralado por el calor, se encerró en su habitación de la casa colonial durante horas a escuchar heavy metal y producir un dibujo tras otro.
Creó además un fuerte vínculo con los artistas con los que convivió: la peruana Raura Oblitas y el mexicano Eduardo Abaroa. Los trabajos de los tres se expusieron en una muestra final en la sede de Flora en Bogotá, que en enero último duplicó su espacio y se convirtió en escuela.
“Ha sido un año de aprendizaje”, dice con su característica humildad José Roca. Formado en arquitectura, museología y crítica de arte, fue curador adjunto de arte latinoamericano de la Tate Modern de Londres hasta 2015, cuando decidió dedicarse a tiempo completo a la dirección artística de Flora. “Tengo 54 años –explica–. Ya estoy en un momento de mi carrera en el que estoy en plan de devolver un poco a la vida lo que me ha dado.”
Lo que comenzó hace tres años como un proyecto familiar, que involucra también a su esposa Adriana Hurtado y a las dos hijas de ambos, alcanzó en poco tiempo proporciones inesperadas. La casa de veraneo de la familia en Honda se sumó como satélite de la sede central de Flora, en el bohemio barrio bogotano de San Felipe, devenido distrito de galerías emergentes desde el nacimiento de esta iniciativa.
Una veintena de artistas latinoamericanos trabaja en los talleres que hay allí a su disposición. Esto es posible gracias a las becas otorgadas por patrocinadores de varios países, como los argentinos Erica Roberts, Guillermo Navone y Claudio Porcel. Para cada beca se suelen presentar entre 100 y 200 candidatos; de nuestro país, además de Duville, ya fueron seleccionados Max Gómez Canle y José Luis Landet, y actualmente se encuentran en Bogotá Guido Yannitto y Jazmín López.
“Es la única forma de financiar un proyecto como éste –dice Roca–. A través de arteBA, que nos ha ayudado desde el principio, seleccionamos a varios argentinos. Con otras ferias también hemos hecho intercambios para que premien a los artistas para venir a Flora.”
El tiempo detenido
“Investigué y reflexioné, recorrí la ciudad y su entorno natural, conocí su historia”, escribió sobre su experiencia en Honda Gómez Canle, que actualmente expone en Fundación Klemm. “Estuve pintando durante las tres semanas de estadía allí –agregó en un testimonio publicado en marzo por arteBA–. Armé mi tallercito junto a la puerta de calle para ver pasar a la gente que subía y bajaba la barranca. Inicié tres grupos de pinturas que confluyeron en una muestra en el gabinete/vidriera de la sede bogotana de Flora y que nombré Fisonomía del tiempo, como metáfora del río. Y, a su vez, como la fisonomía imposible relacionada con el tiempo detenido de Honda, en contraste con el río imparable.”
Producir obra, sin embargo, no es una obligación para los residentes. Según Roca, “hay gente que llega con proyectos muy claros y los desarrolla, mientras que a otros se les desbaratan”. Eso le ocurrió por ejemplo al artista iraní Abbas Akhavan, que descartó varias ideas antes de realizar una original intervención sobre el techo de la sede central de Flora, curada por Abaseh Mirvali.
A diferencia de las residencias en Honda, que tienen un límite de cuatro semanas, las de Bogotá duran un año. Cada artista dispone de un taller para trabajar y todos participan de un programa de estudios basado en la práctica; entre los tutores de este año, además de Roca y Mirvali, se contaron importantes artistas como Doris Salcedo y José Alejandro Restrepo. El programa incluye seminarios dictados por invitados especiales, que visitan sus talleres y opinan sobre sus obras; intercambios de lectura, salidas de campo y encuentros con líderes indígenas.
Estos últimos “hablan sobre la naturaleza, porque no tienen una palabra para referirse al arte –explica Roca–. Se refieren a los mitos de creación ligados con las plantas, el tabaco, la coca. Es una forma de pensamiento no occidental, que se transmite por tradición oral. Algunas de las historias que cuentan duran cuatro horas y son cíclicas, se repiten. Es como estar en un fogón en el que todos saben lo que se va a decir. Como un ritual, como un rezo.”
Tres veces al año se realizan jornadas de talleres abiertos, para compartir con el público lo que se produce puertas adentro de Flora. Así se hizo semanas atrás durante la 12a edición de ArtBO, la feria que reunió en Bogotá a 74 galerías de 28 ciudades. Ante decenas de coleccionistas de distintos países que se acercaron a conocer su trabajo, la argentina Jazmín López contó una y otra vez la historia de su padre. Y explicó qué quería decir la palabra “montoneros”, que había pintado sobre una tela rosa.
Todos los caminos conducen a Honda
La semana pasada se anunciaron los ganadores del Premio Fundación Medifé Arte y Medioambiente 2016-2017: Irene Kopelman, Martín Huberman & Estudio Normal, y Fabián Bercic. El jurado, integrado por José Roca, Chus Martínez y Ticio Escobar, seleccionó sus proyectos entre entre los 258 que se presentaron. Kopelman recibirá 100.000 pesos y un subsidio de hasta 300.000 pesos para producir su obra en cualquier lugar del país, mientras que Huberman realizará una residencia de cuatro semanas el año próximo en la sede de Honda de Flora ars+natura. Bercic, en tanto, recibirá una beca para otra residencia en Manta, en San Martín de los Andes.