Ayudar a los pobres beneficia a los ricos
NUEVA YORK
Ha comenzado la cuenta regresiva hacia un cambio de enfoque de la globalización. En septiembre de 2005, los jefes de Estado y de gobierno se reunirán en la ONU para examinar lo hecho desde la Cumbre del Milenio (septiembre de 2000). En aquella ocasión se comprometieron a apoyar una serie de proyectos ambiciosos -las Metas del Milenio para el Desarrollo- que ayudarían a los pueblos más pobres del mundo a librarse de la miseria, el hambre, las enfermedades y el analfabetismo.
Fijar metas fue fácil. Cuando vuelvan a reunirse, el año próximo, tendrán que decidir cómo alcanzarlas. Por suerte, una propuesta del canciller británico, Gordon Brown, podría abrir el camino. Veamos cuál es el problema. La globalización ofrece a todos los pueblos la oportunidad de salir de la extrema pobreza, pero en muchos países en desarrollo no funciona. Mientras China y la India crecen rápido, la mayor parte de Africa se ha estancado. En vastas zonas de América latina y Asia central los índices de pobreza van en aumento en vez de disminuir.
En la mayoría de los casos, la geografía es un factor importante de éxito o de fracaso. Los lugares más exitosos son las ciudades portuarias con fácil acceso a los mercados mundiales, como Shanghai. Los peores fiascos ocurren, por lo general, en áreas rurales alejadas de las costas. El aislamiento afecta particularmente a las comunidades que viven en plena montaña (en los Andes, Asia central, tierras altas de Africa oriental).
El aislamiento geográfico es aún más extremo en los países sin salida al mar, como Bolivia, Afganistán, Etiopía y Burkina Faso. A él se suman otros problemas. En Africa, las sequías obligan a los agricultores a depender de las lluvias más que del riego. En los países tropicales azotados por la malaria, el dengue y otras enfermedades mortíferas, éstas constituyen una pesada carga.
Todos estos problemas tienen solución, pero en muchos lugares se hace poco o nada por resolverlos. En vez de escuchar más conferencias del FMI sobre las reducciones presupuestarias, los países pobres necesitan ampliar sus presupuestos para costear las inversiones en caminos, puertos, suministro de energía, escuelas y centros de salud que posibiliten su despegue hacia el crecimiento económico. El FMI debería pasar menos tiempo diciéndoles a las naciones paupérrimas que reduzcan sus gastos y, en cambio, dedicar más tiempo a exhortar a los países ricos a donar más fondos de ayuda para que las naciones pobres puedan cubrir sus necesidades de inversiones.
Hace años que los países ricos vienen prometiendo más ayuda, pero siguen sin cumplir sus promesas. Treinta y cinco años atrás, prometieron donar a las naciones pobres el 0,7 por ciento de su PBI para ayudar a su desarrollo. En vez de eso, dan el 0,25 por ciento, o sea 120.000 millones de dólares anuales menos. La mitad de este déficit corresponde a Estados Unidos. Si cumpliera su promesa de aportar el 0,7 por ciento de su PBI, estaría donando 75.000 millones de dólares anuales, en vez de unos 15.000 millones.
Estados Unidos podría afrontar un mayor aporte sin dificultad alguna. El gobierno de Bush entregó 250.000 millones de dólares anuales a los norteamericanos más ricos, al rebajarles los impuestos, e incrementó los gastos militares en 150.000 millones de dólares anuales. Luego, les dijo a los pueblos más indigentes del mundo que no disponía de fondos para cumplir la promesa dada por su país.
Nada de esto tiene sentido desde el punto de vista de la seguridad mundial. Ni siquiera lo tiene para los intereses financieros de los países donantes. Los fracasos en el desarrollo económico de las naciones andinas, africanas y de Asia central contribuyen a la inestabilidad global, las insurrecciones locales, la violencia, el narcotráfico y la creación de bases terroristas. Los métodos militares por sí solos no darán resultado, por cuanto la raíz del problema es la vulnerabilidad de la gente pobre y hambrienta frente a los profetas del odio.
Si los donantes persisten en prestar una ayuda minúscula, insuficiente para resolver los problemas de las naciones más pobres, éstas nunca saldrán de su miseria. Si en los próximos años los países ricos financiaran muchas más inversiones, darían a los Estados pobres la oportunidad de crecer económicamente. Eso entrañaría la promesa de un cese eventual de la ayuda.
La propuesta de Brown, denominada Fondo Internacional de Financiamiento (IFF), hace precisamente eso. La idea es garantizar que los donantes dupliquen su ayuda en la próxima década. Así, los países pobres bien gobernados podrán efectuar las inversiones necesarias para alcanzar las Metas del Milenio. Brown da en la tecla: encaminemos al Africa y otras regiones empobrecidas hacia el crecimiento económico sostenido prestándoles una ayuda frontal de aquí a 2015.
En julio de 2005 tendrá lugar en Escocia la cumbre del Grupo de los Ocho. Gran Bretaña ha fijado como tema central las Metas del Milenio para el Desarrollo y, por ende, el IFF. El presidente francés, Jacques Chirac, se ha unido a Blair y Brown en un llamamiento audaz para que los países ricos cumplan las promesas hechas a los pobres. Los más opulentos (Estados Unidos, Alemania y Japón) deben adherirse a esta iniciativa vital. Construir un mundo más pacífico y próspero nos beneficia a todos.
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