Balance 2015. Pobreza: la discusión sobre el termómetro
Imagínese el lector que a altas horas de la madrugada llama al médico de emergencia para que revise a su hijo con fiebre y, en vez de diagnósticos y posibles remedios, la discusión con el galeno gira exclusivamente en torno a si es mejor un termómetro de mercurio o uno digital. Algo similar ha ocurrido los últimos años en Argentina, donde la cuestión de la medición de la pobreza ha ocupado un lugar predominante en la agenda política y económica, dejando a un lado la verdadera discusión de fondo: cómo combatirla.
La pobreza es un fenómeno complejo y como tal no existe ninguna forma de medirla que esté libre de controversia. Consecuentemente, la discusión relevante no es si una medida de pobreza es mala (toda medida lo es), como se debatió este año, sino si es útil. ¿Útil para qué? Para el monitoreo de la salud de la sociedad y para consensuar políticas destinadas a mejorar el bienestar de los pobres.
En primer lugar, una buena medida debe reflejar fielmente la situación de privación que enfrentan los pobres. Una parte sustancial de la discusión del año que termina se refirió a las notorias discrepancias acerca de la cantidad de pobres en Argentina, cuyo rango va del magro 5% que reflejan las cifras oficiales al 27% de la Universidad Católica Argentina.
A la luz de las enormes dificultades en acordar qué es la pobreza y cómo medirla, la única forma de zanjar estas discrepancias es a través de un acuerdo metodológico sobre una única medida, que posiblemente no pueda determinar con precisión cuántos pobres hay, pero que sirva para monitorear si la pobreza sube o baja. A la larga, la principal discusión sobre la pobreza en Argentina no es si hay un 15%, 20% o 25% de pobres, sino si la anterior gestión logró revertir las cifras de fines de los años 90.
En segundo lugar, una medida de pobreza debería no sólo reflejar apropiadamente la cantidad de pobres, sino también su evolución temporal, para permitir comparaciones geográficas sensatas. El ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández intentó este año comparar el 5% de pobres de los datos oficiales con el 8,7% de Alemania, cuando a la luz de las enormes discrepancias metodológicas se trata de una comparación de peras con manzanas.
Otro requisito es poder focalizar en ciertos grupos. La Encuesta Permanente de Hogares -quizá la principal fuente de información sobre el bienestar de los argentinos- es una encuesta general que apunta a reflejar la situación de regiones relativamente grandes, pero es ineficaz para estudiar la realidad de grupos específicos, como las familias que viven en asentamientos precarios o las que reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH).
Finalmente, una buena medida debe ser fácilmente comunicable. El espacio considerable que ocupó la medición de la pobreza en la agenda pública de los últimos tiempos sugiere que es importante mantener la discusión ajena a tecnicismos innecesarios que dejen al público general como un mero espectador.
Pero más allá de estas consideraciones, el principal desafío de la próxima gestión es que la medición de la pobreza complemente (y jamás sustituya) el verdadero problema social: el de combatirla y monitorear la eficacia de las políticas destinadas al bienestar de los que menos tienen. No sea cosa que la discusión sobre el termómetro se devore a la de la fiebre, sus causas y posibles medidas remedios.
El autor es profesor de la Universidad de San Andrés e investigador principal del Conicet.