Bergoglio y los nuevos desafíos
La muy sorpresiva versión de que el cardenal Jorge Bergoglio podría ser designado secretario de Estado del Vaticano ha sido rápidamente desalentada, tanto en Buenos Aires como en Roma. Fuentes vaticanas aseguraron a LA NACION que no se ha percibido ninguna señal en esa dirección. Además, se ha podido establecer que -contrariamente a lo que informaron algunos medios periodísticos- no existió ningún intento de tantear o "sondear" la opinión del actual arzobispo de Buenos Aires acerca de esa posibilidad.
Como señalaron en estos días destacados analistas internacionales, la tradición indica que la secretaría de Estado es un cargo que suele encomendarse preferentemente a personalidades vinculadas con la diplomacia vaticana y no tanto a obispos o arzobispos con una trayectoria concentrada en lo pastoral, como sería el caso del cardenal Bergoglio.
El antecedente del cardenal Jean Villot, que a menudo se señala como excepción a esa tendencia, tiene un valor sólo relativo, como lo señaló hace algo menos de una semana la corresponsal de LA NACION en Italia, Elisabetta Piqué. Es cierto que el papa Pablo VI convocó a ese cardenal francés para la decisiva Secretaría de Estado. Pero debe recordarse que Villot había ejercido ya otras encumbradas funciones en la administración vaticana: por ejemplo, había estado al frente de la Congregación para la Educación Católica.
La inclusión del nombre del arzobispo de Buenos Aires en la lista de probables candidatos al segundo sitial más alto de la administración vaticana debe atribuirse, fundamentalmente, al extendido prestigio del que goza hoy, en el mundo, el cardenal Jorge Bergoglio. Ese prestigio se vio incrementado por el papel que desempeñó en abril último en el cónclave cardenalicio que eligió al Papa actual. Bergoglio fue el cardenal más votado después de Joseph Ratzinger.
Aunque infundada, la versión sirvió para refirmar el fuerte y entrañable vínculo que existe entre la feligresía de Buenos Aires y su arzobispo. La comunidad católica metropolitana recibió con beneplácito -y hasta con alivio- la firmeza con que se desmintió el supuesto alejamiento del cardenal Bergoglio de su sede jurisdiccional actual. Está fuertemente generalizada en la arquidiócesis la convicción de que monseñor Bergoglio tiene que cumplir aún una larga y trascendental misión como arzobispo de Buenos Aires y como primado de la Argentina. "La Iglesia de Buenos Aires lo necesita y aspiramos a tenerlo por largo tiempo en la arquidiócesis" fue el comentario más oído en estos días en la feligresía porteña.
Todo esto invita a una delicada reflexión sobre el cuidado que todos deberíamos poner en el manejo de las informaciones referidas a probables cambios en la estructura pastoral de la Iglesia. La feligresía experimenta a veces un sentimiento de inquietud y de desconcierto cuando se le anuncia, sin otra base que algunas conjeturas vagas e improbables, una designación que podría afectarla de una manera u otra. Es cierto que el desarrollo informativo actual impone determinados ritmos y resulta difícil sustraerse a la celeridad de sus mecanismos. Pero aun así parece conveniente extremar los recaudos antes de generar expectativas de cambio tan infundadas como la que se crearon en este caso.
En Roma, entretanto, siguen siendo mencionados como candidatos a la Secretaría de Estado del Vaticano, tal como informó LA NACION, el cardenal Giovanni Battista Re, actualmente a cargo de la Congregación de los Obispos, y el cardenal Tarcisio Bertone, actual titular de la arquidiócesis de Génova. Este último fue colaborador estrecho del actual Sumo Pontífice cuando ambos trabajaron juntos en la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Como lo señaló la corresponsal de LA NACION en Italia, también es mencionado como candidato el cardenal Iván Dias, arzobispo de Bombay, de larga trayectoria en el servicio diplomático. La nómina de probables secretarios de Estado incluye, asimismo, al arzobispo de Dublin, Diarmuid Martin, negociador del Vaticano en distintas cumbres mundiales de las Naciones Unidas durante la década del noventa.
Tal es el escenario previo a los cambios que el papa Benedicto XVI se propone introducir en su gabinete. La integración de su nueva estructura de gobierno será sin duda un paso decisivo hacia la definición del rumbo de su pontificado. Un rumbo que tomará en cuenta las exigencias del nuevo tiempo que vive la humanidad y que ya Juan Pablo II había alcanzado a reflejar en la segunda mitad de su Papado.
Los reduccionismos ideológicos y la fuerte cargazón política que condicionaron la marcha de la sociedad durante buena parte del siglo XX ya son parte del pasado. El enfrentamiento bipolar y la Guerra Fría, que eran una realidad insoslayable cuando asumió el trono pontificio Juan Pablo II, pertenecen a un tiempo que ya es historia. Otros vientos y otras brumas definen el complejo escenario del siglo XXI y de sus principales desafíos: la posmodernidad y el relativismo moral.
El nuevo Papa necesita rodearse hoy de colaboradores identificados con los conceptos y postulados sobre los cuales reposa la inmutabilidad de la doctrina cristiana, pero no ya de personalidades de impetuoso perfil político, como en su momento fue, tal vez, la del propio Ratzinger, sino de hombres que encarnen una visión del mundo renovada, abierta al diálogo en todas las direcciones del pensamiento y el espíritu.
A esa estirpe de hombres pertenece, sin duda alguna, el papa Benedicto XVI. Y a esa estirpe pertenece también el cardenal Bergoglio, quien está señalado para acompañar al nuevo papa y para respirar los nuevos tiempos. Para lo cual no hace falta un cargo de estado en Roma: basta -y sobra- con el gobierno pastoral de una arquidiócesis de tan estratégica importancia y de tan decisiva influencia en la región como es la de Buenos Aires.