Rodrigo Zarazaga. "En el conurbano se palpa el miedo al virus, pero también el hambre"
El sacerdote jesuita, que alerta sobre el riesgo de un estallido del que "no tendríamos retorno", destaca que esta crisis muestra con crudeza la fractura social y "el fracaso colectivo en torno al Estado"
Rodrigo Zarazaga acaba de terminar una reunión en Zoom con quince CEO de la Argentina. Minutos después, atendió telefónicamente a la nación para conversar sobre el impacto de la cuarentena en el conurbano bonaerense y #SeamosUno, la iniciativa que reúne a iglesias de distintos cultos, empresarios y organizaciones de la sociedad civil en pos de un objetivo ambicioso pero posible: llegar con cajas de alimentos a cuatro millones de argentinos y ayudar a paliar el hambre en tiempos de emergencia.
Sacerdote jesuita, doctor en Ciencia Política por la Universidad de California y licenciado en Filosofía y Teología, Zarazaga conoce como pocos el conurbano, ese territorio vasto e inconmensurable que dio origen a Conurbano Infinito (Siglo XXI), uno de los libros más leídos y consultados sobre la región que condensa el 28% de los votantes a nivel nacional y el 75% de los votantes de la provincia de Buenos Aires.
Desigual, fracturado, con enormes e históricos déficits estructurales, el conurbano concentra más de 15 millones de personas en un 0,5% del territorio argentino; y mucho antes del "tsunami de la pandemia y la cuarentena", intentaba dar pelea y sobrevivir entre la pobreza, la informalidad y la changa. "Hay que movilizarse para que la gente no pase hambre porque el que no comió y no sabe si va a comer mañana, cae en la desesperación. Y la desesperación puede llevar al caos, y los argentinos tenemos que frenarlo antes de llegar a ese abismo", dice Zarazaga; la palabra "abismo" se asomará en distintos momentos de la conversación. "Se palpa el miedo al coronavirus pero también se palpa la realidad del hambre", agrega el politólogo que días pasados, junto con otros integrantes de #SeamosUno (www.seamosuno.com.ar), se reunió con el presidente Alberto Fernández y miembros de su gabinete.
A pocos días del escándalo por la compra de alimentos con sobreprecios y las renuncias masivas del Ministerio de Desarrollo Social, que lidera Daniel Arroyo, Zarazaga insiste en que millones de argentinos deben transitar la cuarenta con alimentación asegurada y explica que, en el caso de #SeamosUno, hay empresarios que donan y ayudan en la logística y hay un control en todos los pasos del proceso, para asegurar la transparencia. "A veces recibimos comentarios muy duros de gente que pasó por otras experiencias como estas de compras con sobreprecios y que le cuesta creer, pero nuestro Norte es llegar al que tiene hambre y llegar al millón de hogares".
A pesar de un presente incierto y acuciante, el politólogo y fundador del CIAS -una escuela de liderazgo por la que han pasado decenas de hombres y mujeres de distintos partidos políticos de la Argentina- tiene esperanza de que esta emergencia sea una oportunidad para generar liderazgos distintos, consensuales, que construyan a partir de las diferencias, a pesar de las diferencias y con las diferencias. Por eso, cree que #SeamosUno es, también, una pequeña muestra de lo deseable: "Nos reunimos para dar respuestas concretas superando muchos prejuicios y muchas diferencias culturales."
Sobre la posibilidad de que esta crisis sea una oportunidad para superar grietas, dice, entre risas: "Soy un hombre de fe, necesito creer que seremos mejores". Pero luego se pone serio: "Uno de los efectos de esta pandemia es que nos ha hecho descubrir que estamos todos en el mismo barco y no hay salvación individual."
¿Cuál es el impacto de la cuarentena en territorios que ya estaban en emergencia sanitaria y alimentaria?
Hay dos niveles para analizar. Por un lado, el Estado, que es irreemplazable. Nadie tiene la capacidad que tiene el Estado de cubrir el territorio nacional y asistir a la población, transferir ingresos y proveer alimentos, pero también esta emergencia deja al descubierto la precariedad y los límites de nuestro Estado. Para que te des una idea, en el país hay más de 4200 villas; el conurbano y la capital suman más de 1300. O sea, el 10% de la población argentina vive en villas y asentamientos. Y ahí el sistema de salud a duras penas cubre la atención primaria, el derecho al hábitat está muy vulnerado y el Estado no puede garantizar el derecho al agua potable. Entonces, el impacto de esta crisis en estos sectores nos muestra con crudeza nuestro fracaso colectivo en torno al Estado. Y uno ve dos realidades.
¿Cuáles?
La cuarentena de Netflix y la del canal abierto; la cuarentena de los que pedimos delivery y la de aquellos que tienen que pedalear para llevar el delivery. Pero, a pesar de las serias dificultades estructurales que hacen mucho más difícil enfrentar la pandemia cumpliendo los protocolos de sanidad y de higiene, noto que la gente tiene miedo de contagiarse. El otro día estaba con una familia en una casilla de chapa y circulaba la idea de que quizás se iba a levantar la cuarentena. Y la verdad es que a pesar de estar pasando hambre, tenían miedo de que se abra. La gente vive en la tensión entre el hambre y el miedo a contagiarse. No es cierto que la gente en el conurbano no cumpla la cuarentena: la gente no quiere contagiarse y el ritmo de la vida ha cambiado, pero es mucho más difícil cumplir la cuarentena cuando son seis personas en una habitación que si estamos en una casa con jardín.
¿O sea que es posible hacer cumplir el aislamiento a personas que están pasando hambre?
A la persona que está pasando hambre le gana la desesperación. Las primeras medidas tuvieron que ver con cuidar la salud de la gente y me parece bien que sea una prioridad. Ahora hay una necesidad de movilizarse para que la gente no pase hambre porque el que no comió y no sabe si va a comer mañana, cae en la desesperación. Y la desesperación puede llevar al caos y los argentinos tenemos que frenar antes de llegar a ese abismo.
¿Cómo observa las tensiones y el debate entre salud y economía?
La salud exige encierro y la economía demanda flexibilización y apertura. Esa tensión existe. Me parece bien que el primer criterio sea la salud pero mientras cuidamos la salud, es fundamental pensar cómo contenemos a los que están pasando necesidades extremas. Vos mencionabas a los que ya estaban en crisis con una situación social muy preocupante y muy vulnerable, pero ahora hay todo un grupo de gente a la que no le ha llegado la asistencia social, que no está acostumbrada a ir al comedor, que no están teniendo ingresos y que están con dificultades enormes: la peluquera del barrio, el carpintero, el vendedor ambulante. Es muy duro: uno les ve la cara de dolor y vergüenza cuando se acercan a pedir comida a una parroquia o a un comedor.
¿La iniciativa de #SeamosUno tiene que ver con estas dificultades de llegar a todos que tiene el Estado?
Se ve al Estado movilizándose y también se ven problemas de coordinación, de déficit estructural y de desigualdad estructural que no se resuelven de un día para el otro. La respuesta de #SeamosUno tiene que ver con que el hambre en el conurbano puede llevar a la desesperación, y ella nos puede llevar al abismo. Entonces, nosotros también tenemos que cuidarnos en este momento de crisis ayudando para que las familias puedan transitarla con lo mínimo: comiendo. Es lo más básico. No hay Argentina sana si no estamos todos sanos. No hay una Argentina buena si no es buena para todos. Uno de los efectos de esta pandemia es que nos ha hecho descubrir que estamos todos en el mismo barco y no hay salvación individual.
En el conurbano hay presencia de efectivos de gendarmería, de ejército y la policía bonaerense, y operativos de patrullajes y sobrevuelos. Una de las mayores preocupaciones es evitar disturbios. ¿Percibe riesgo de desborde social o saqueo?
Veníamos con una crisis económica y social muy grande, sobre esta crisis nos pega la pandemia y las restricciones que impone la cuarentena. Hay gente pasando hambre y hay que prever qué puede hacer un padre de familia cuando un hijo le diga, por tercer día consecutivo, que tiene hambre. Por eso el Estado y todos los que ocupan un lugar de liderazgo en los distintos sectores de la sociedad tienen que estar presentes para evitar el estallido. Porque de ese estallido no tenemos retorno.
Usted ha trabajado largamente sobre la relación entre los punteros y la política, y la función de contención social que ejercen más allá de la tracción de votos. ¿Qué papel tienen los punteros en esta crisis?
Prefiero referirme a "referentes territoriales". La realidad está hoy muy fragmentada y existen "los punteros", figuras asociadas al politiquero oportunista del barrio. Eso existe, y al igual que los políticos de primera línea, pasan de un espacio a otro y ven dónde consiguen más recursos, pero hay una amplia gama de mujeres que abren comedores en su propia casa, que asisten al barrio, está el pastor, el cura. Se ve mucho oportunista que trafica con esta situación, pero también se ven muchas fuerzas vivas que son fundamentales para la contención.
Usted dijo que la pandemia era un tsunami. Se están viendo ya las consecuencias dramáticas en los países centrales. ¿Cuál cree que será su impacto en los países periféricos?
Si existe previsibilidad, yo no la tengo. Veo las fotos de Guayaquil [N. de la R: el desborde del sistema de salud que provocó una acumulación de muertos, la demora en recolección de cuerpos, las inhumaciones colectivas de cientos de cadáveres y la construcción de nuevos cementerios] y veo las fotos del conurbano, y se me hiela la sangre de pensar qué puede pasar. Tengo miedo que tengamos más pérdidas que las que el pueblo argentino pueda asumir.
El conurbano no es un territorio monolítico y hay una constelación de actores que contienen y asisten. ¿Hay coordinación entre ellos o cada uno hace lo que puede, como puede?
Los relatos hegemónicos están en crisis; no hay un credo que se imponga en el territorio. No hay un solo partido, una sola iglesia ni una sola agrupación social que sea única en el territorio. Ahora, sí veo muchos problemas de coordinación entre los distintos niveles de gobierno y temas de coordinación entre lo privado y lo público, pero si uno ve en esto una oportunidad de generar conciencia de que hay que superar las diferencias para ser capaces de responder a la emergencia, podríamos tener determinados consensos para el día de mañana. En ese sentido, nuestro colectivo es una luz de esperanza porque es la primera vez que están trabajando juntas las distintas iglesias: la comunidad judía, los pastores, la iglesia católica. Nos reunimos para dar respuestas concretas superando muchos prejuicios y muchas diferencias culturales. Ahí me parece que hay un germen de una manera de liderar distinta, que entienda al país como una concepción colectiva.
Una de las características de las últimas décadas es la conformación de guetos de ricos y guetos de pobres, y una dificultad para construir puentes entre ellos. ¿Este contexto demanda encierro y aislamiento no profundiza lo peor?
O profundiza lo mejor, porque ahora no existe que el del country esté sano si se generaliza el coronavirus afuera. Si se generaliza la pandemia en el conurbano, nadie va a estar a salvo en el country. Así como en las crisis puede emerger lo peor, también emerge lo mejor. En ese sentido, como en las crisis personales, creo que como país hay una oportunidad para crecer y espero que los argentinos, esta vez, la tomemos.
El aflojamiento gradual de la cuarentena, que podría llegar en un futuro, ¿es peligroso en los barrios y villas donde la subsistencia diaria es una urgencia mayor e impostergable?
Se trabaja con dos enemigos: el primero, el que nos aterró a todos, es el coronavirus; ahora yo estoy asustado con el hambre porque es lo que palpo todos los días. Se palpa el miedo al coronavirus pero también se palpa la realidad del hambre. Hay que privilegiar la salud, claro, pero habrá que ir dando la posibilidad de que la gente pueda tener algún ingreso.
Desde hace décadas que se habla de la inviabilidad de la provincia de Buenos Aires: una provincia superpoblada y subrepresentada con enormes problemas estructurales. Algunos investigadores, como Andrés Malamud, sugieren partirla en tres. ¿Coincide?
Coincido definitivamente con Andrés en dar un debate sobre esto. Hay que dar debate sobre el crecimiento demográfico y me parece fundamental empezar por cortar el flujo hacia el conurbano. Eso significa, entre otras cosas, impulsar las economías regionales, porque el conurbano es también una expresión del fracaso de nuestro federalismo.