Carlos Altamirano: "Hay un déficit de debate sobre el futuro, y es una deuda de intelectuales y políticos"
El sociólogo y analista de la vida política e intelectual del país anhela una Argentina "que deje de vivir improvisándose"
Lo recuerda como un estado de "felicidad cívica", como un momento potente e intransferible que aspiraba a afianzar de una vez y para siempre el orden democrático en una Argentina marcada por frustraciones, tropiezos y retrocesos. Recuerda, también, aquel encuentro fraternal, alejado de toda facciosidad, con votantes de Oscar Alende o Italo Luder, y la alegría compartida por creer que se dejaba atrás un período negro y se abría un futuro lleno de posibilidades.
De este modo rememora Carlos Altamirano el período que va de octubre de 1983 a la asunción presidencial de Raúl Alfonsín en diciembre de ese año, y los primeros meses del gobierno que inauguró el período democrático y constitucional más largo de la historia argentina.
En diálogo con LA NACION, el sociólogo y director del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes analiza estas tres décadas de recuperación democrática, los logros y avances, pero también las frustraciones y asignaturas pendientes del proceso abierto en 1983, del que este año se cumplen 30 años.
Así, explica por qué cree que el peronismo gobernó veinte de estos treinta años; pone en contexto la histórica y aceitada relación entre el peronismo y las corporaciones, esas mismas corporaciones que son hoy denunciadas y acusadas de "golpistas"; recorre el estado actual del debate público e identifica a Carta Abierta como uno de los "dispositivos del arsenal propagandístico" del gobierno actual; y critica a los intelectuales y políticos atrapados en un debate sobre un pasado "que no pasa", sin ofrecer una mirada sobre el futuro.
Uno de los intelectuales primordiales de la escena argentina, Altamirano es autor de Peronismo y cultura de izquierda y Bajo el signo de las masas, entre tantos otros, y fue cofundador de la emblemática revista que apareció por primera vez en 1978, Punto de Vista.
–Después de 50 años de gobiernos democráticos interrumpidos por golpes de Estado, 1983 inaugura el período constitucional y democrático más largo de la historia argentina.
–Efectivamente, es el período más largo con elecciones, con voto universal –no sólo el voto de los varones, sino con el voto de las mujeres– y sin ninguna fuerza política proscripta, si recordamos los años de proscripción del radicalismo y los del peronismo. De este punto de vista, uno podría computar en el haber que, pese a los avatares de 2001 y 2002, finalmente no se rompió la legalidad y a través de una serie de artificios se preservó el régimen de la Constitución, aún en los momentos en los que parecía que la Argentina se descarrilaba, que iba a la deriva y nadie podía estar seguro de cuál iba a ser el desenlace de eso que se abrió en 2001.
–La Argentina ha podido transitar momentos traumáticos sin apelar a los cuarteles.
–Ése es otro dato. Los militares dejaron de ser un actor de la vida política de la Argentina: ese actor que desde 1930 hace su ingreso en la escena política y que hasta 1982 –sobre todo el Ejército– había sido visto por sectores importantes como la espada salvadora. Esto salió afortunadamente de escena en el curso de estos treinta años. Fíjese, hay un sociólogo italiano que dice que la democracia tiene algo así como una respiración: momentos de expansión, y momentos de adelgazamiento y contracción. Uno podría decir entonces que el Juicio a las Juntas fue uno de los momentos de expansión de la democracia. Y que en los momentos en los que el gobierno civil, en este caso de Alfonsín, cede a la presión militar con la ley de obediencia debida y punto final, es el momento en el que la democracia se contrae y se adelgaza. De todas maneras, para nada creo, como se extrae de algunos análisis, que esas dos concesiones anularan lo anterior. El Juicio está entre los logros de estos treinta años: llevar a quien había sido hasta hace muy poco tiempo antes, gente todopoderosa que jamás se hubiera imaginado sentada en el banquillo de los acusados, sometida a un proceso en el que se impuso la ley contra la imagen de un gobierno arbitrario.
–La transición traía consigo expectativas de que la democracia solucionaría todos los problemas, y no sucedió. ¿Cuáles son las principales frustraciones?
–Hay cuestiones relativas a reformas socioeconómicas que el propio Alfonsín imaginaba con eso de que "con la democracia se come, se educa", que la democracia no era sólo un orden político, sino un modo de vida, que no sólo era una democracia política, sino una democracia social y que para eso había que hacer reformas. Éste fue el terreno en que el alfonsinismo resultó una decepción muy grande para una parte importante de la sociedad argentina. El desafío no podía ser más arduo para Alfonsín, que yo creo que tenía una visión ingenua como muchos, y yo me incluyo en esos muchos, respecto de lo que quedaba por delante. No sólo en la cuestión del pesado legado de los derechos humanos, sino también el de la deuda externa que era tremenda, la inflación –que fue un hecho heredado del régimen militar– y un contexto internacional poco favorable para nuestra producción primaria, casi lo contrario de lo que ocurrió más adelante. Y conocimos la inflación y la hiperinflación, que, como decían algunos economistas, no es "inflación grande, sino un terremoto". Para nada podemos decir que ahora estamos como en 1989.
–¿Qué aspectos mejoraron desde entonces?
–Este hecho inesperado de que de pronto nuestras commodities encontraran un mercado inmenso por la incorporación de China y la India como centro de demanda de nuestra producción. El final del gobierno de Duhalde y los principios del gobierno de Kirchner tuvieron esta situación ventajosa. También hubo iniciativas oficiales que introdujeron elementos importantes: mejoró la distribución del ingreso, se redujo la desocupación y hubo planes de inclusión previsional positivos. Pero al mismo tiempo se han dejado escapar oportunidades de consolidar este proceso socioeconómico. Hoy nos encontramos con problemas serios de inflación: la inflación es un mal y lo es, en primer lugar, para los asalariados. Además, va a haber un gran problema en cómo salir de esa inmensa telaraña de los subsidios y ha faltado audacia para internarse en el terreno de una verdadera y profunda reforma tributaria. Entonces, en el debe no está sólo lo que no hizo, sino aquello que hizo mal, aquello que dejó a mitad de camino.
–¿En el debe colocaría también la cuestión de la calidad institucional y el estilo plebiscitario del gobierno actual?
–Así es. Cuando se instituyeron las primarias de agosto, el propósito declarado era aumentar la participación cívica del pueblo y tornar más transparente la elección de los candidatos. Cuando, conocidos los resultados, la Presidenta dice que ella quiere "hablar con los titulares y no con los suplentes", pone en cuestión aquella medida supuestamente destinada a mejorar la calidad institucional y convierte a esa misma medida en una especia de farsa. Todo aquello que debiera haber sido revindicado, quedaba liquidado con esa frase de que hay un poder real que son las corporaciones. El asunto es que las corporaciones aparecen como los titulares con los que ella quería relacionarse, y al mismo tiempo son aquellos denunciados en otros discursos como amenaza a la estabilidad institucional del país.
–Se suele hablar del golpismo de los poderes fácticos, de las corporaciones, de los medios.
–Eso no es parte de un análisis, sino parte de un discurso de propaganda destinado a deslegitimar la crítica que se hace invocando una serie de razones que alguien puede considerar acertadas, otros pueden considerar sesgadas, pero cuya legitimidad no se puede negar. La forma de socavar la legitimidad de ese discurso opositor es incluyéndola dentro de un vago complot que remite a las corporaciones. Es cierto que los poderes fácticos existen y que son parte de la democracia de tipo liberal, dirá uno. Fíjese, a comienzos del gobierno de Alfonsín aparecía esto del corporativismo como un factor negativo que explicaba esta accidentada historia de la democracia argentina, y siempre pensé que ese diagnóstico también reflejaba la experiencia del gobierno radical de Arturo Illia. Ahora bien, llama la atención la reanudación de ese diagnóstico por parte de un gobierno que tiene fuerte asentamiento en las corporaciones y que durante buena parte de estos 10 años, algunas de ellas como la CGT, han sido parte importante en el sistema de alianzas de este gobierno. Entonces, me parece que todo eso forma parte del arsenal propagandístico que emplea fórmulas disponibles para enfrentar una situación.
–Carta Abierta se ha referido al ánimo destituyente y golpista de las corporaciones. ¿Esa agrupación ocupa algún lugar en ese "arsenal propagandístico"?
–En Carta Abierta veo a un agrupamiento intelectual destinado a secundar al gobierno y a ofrecer una especie de ampliación discursiva de los discursos oficiales. Si el Gobierno define al conflicto con el campo como un desafío que proviene de la oligarquía terrateniente, el texto que produce Carta Abierta no es sino una amplificación de esa misma dicotomía. Uno difícilmente comprenda el conflicto con el campo, cómo ha cambiado su estructura productiva – ya alejada de la oligarquía terrateniente de los años veinte o treinta– y el modo de producción agraria, para usar un término marxista, leyendo los textos de Carta Abierta, que no está animada por el propósito de conocer, sino por el propósito de instituir una visión que finalmente no es otra que aquella que el propio gobierno define de antemano.
–Claudia Hilb alguna vez se refirió a su propia experiencia en el Grupo Esmeralda que asesoraba al presidente Alfonsín y afirmó que es inevitable que las miradas sobre las cosas cambien cuando se está cerca del poder.
–Sin duda uno no puede tener la mirada del espectador cuando está implicado. Pero yo he visto a integrantes de ese grupo como (Juan Carlos) Portantiero y (Emilio) de Ipola en el Club de Cultura Socialista aceptar muchas de las críticas que se hacían al gobierno de Alfonsín. Más aún, han aprendido cosas escuchando estos debates. Y hablo del Club Socialista porque era un espacio público, no un espacio en el que yo me encierro con los míos para poder hablar en confidencia. No: era un espacio público en donde se criticaban, con distintos tonos, las políticas del gobierno de Alfonsín.
–¿Cómo describiría el estado actual del debate público y cómo atravesó el kirchnerismo el campo intelectual?
–El kirchnerismo ha obrado con suma eficacia en el campo intelectual porque no sólo produjo divisiones, sino alineamientos muy fuertes y sólidos en favor de la experiencia del Gobierno. Ganó un sector significativo de las elites intelectuales, no sólo historiadores o sociólogos sino novelistas, actores. Lo mejor que podría ocurrir sería que los intelectuales alineados en los distintos posicionamientos se esfuercen por mejorar nuestra vida pública mejorando el debate de ideas, interviniendo en la discusión sin poner por delante la desacreditación del adversario, sino cuestionando sus argumentos y ofreciendo otros. Esta es una escena un poco idealizada, pero algo así tiene que ponerse uno como ideal. Entonces, en principio, hay que rehuir de la simplificación. Hay una enorme presión para presentar respuestas unívocas e inmediatas y fórmulas simples. Es muy grande la presión de los medios y del mesianismo político que obliga a estar en la línea del pueblo y sus enemigos, o en la línea de la república y sus enemigos. Hay que introducir el sentido de la complejidad y eso quiere decir que las cuestiones que se tratan tienen necesariamente más de un aspecto. El intelectual no tiene que pensarse como alguien que le dice a la gente cómo tiene que pensar y debe iluminar aspectos que se desconocen o que no han sido tomados en cuenta.
–¿Cómo se lee el hecho de que, de los 30 años de democracia, el peronismo gobernó más de veinte?
–Tiene que ver con lo que me refería antes: el peronismo tiene más engranaje en el mundo corporativo que cualquier otra fuerza política. Un ejemplo contundente: en los años del difícil gobierno de Duhalde, si hubo alguien leal que no hizo nada para complicar las cosas, ése fue Hugo Moyano. Y lo contrasto con aquello que hizo la CGT y Ubaldini bajo el gobierno de Alfonsín. El peronismo contó con los cuadros de la CGT como ariete fundamental en el proceso de erosión del gobierno de Alfonsín. Además, tanto durante el gobierno de Menem, como después con los Kirchner, se ve un uso ilimitado y desprejuiciado de los recursos de todo tipo de los que dispone el Ejecutivo.
–Mucho se ha hablado del peronismo como mancha voraz que ejerce de oficialismo y oposición, que contiene izquierda, centro y derecha, y que genera alternativas de sí misma.
–Sí, es oficialismo hoy y oposición mañana, pero es oficialismo y oposición en el mismo momento. Cuando Cristina Kirchner dice que tiene un poder limitado y que la rodea una conspiración, está en el gobierno, pero a la vez es víctima de los poderosos. El peronismo se coloca en la posición de víctima no sólo cuando está proscripto, sino cuando está en situación de gobierno.
–Usted alguna vez dijo que "Kirchner trae una visión estilizada de los setenta". ¿Cuál es su posición en ese debate?
–Creo que si hay algo que ha dominado la escena de estos últimos 10 años ha sido el debate sobre el pasado. Hay déficit de debate sobre alternativas de futuro y ésta es una deuda de los intelectuales y políticos. Es necesario salir de ese pasado que no pasa y debatir sobre lo que queremos para la Argentina para los próximos diez, veinte o treinta años. Pero no es esto lo que marca el clima de esta época. Hay una parte de la elite político-intelectual que ha ganado la batalla haciendo del pasado el terreno principal del debate político. Cuando yo era joven y estaba en la izquierda, la izquierda hablaba en nombre del futuro. Hoy tenemos una parte muy grande de la izquierda cuya preocupación central es cuál es la versión del pasado que se debe transmitir en la escuela, en la universidad, en los medios. Y creo que está el riesgo de que la izquierda pierda la imaginación del futuro.
Tres fechas en la memoria
Recuerdos de momentos que conmovieron al país
- 10/12/1983
Asunción de Alfonsín
"Sentí una enorme emoción. Fue un clima de fiesta cívica. Hay momentos en los que la libertad reina en el espacio público, una sensación de que todo es posible y en la que predomina una especie de fraternidad." - 18/7/1994
Atentado a la AMIA
"Recuerdo el silencio impresionante que siguió, no sólo a la explosión sino incluso después." - 19 y 20/12/2001
Caída de De la Rúa
"Sentí desasosiego. Recuerdo una broma que decía que el país era como un pantano: se hunde, pero nunca se sabe cuál es el fondo."